Antes de comenzar a caminar nos ocupamos en acomodar nuestras mochilas y nos atamos las botas más firmemente. No muy lejos de aquí en dirección oeste vemos el cerro Almirante Nieto, una gran montaña cubierta de nieve. De vez en cuando vemos caer avalanchas de nieve precedidas de un gran estruendo.
Estamos en el Macizo Paine, una elevación de agudos cerros que sobresalen de la estepa circundante con espectaculares perfiles Desde las cercanas llanuras, al acercarnos por la carretera, se podían ver sobresalir las puntas de las Torres del Paine, la más conocida de las montañas que componen el macizo. Todavía estamos en un latitud muy cercana al polo Sur y por ello la nieve y los glaciares, algunos pequeños y otros enormes, se acumulan bajo estos picos a pesar de que ninguno de ellos sobrepasa los 3.000 metros de altura.
Nuestro recorrido de los próximos días nos llevará a rodear el macizo en sentido contrario a las agujas del reloj, partiendo del Refugio Torres, donde nos dejó el último vehículo que nos levantó haciendo autostop. Por lo tanto hoy nos toca caminar hacia el Norte para mañana girar hacia el Oeste remontando el curso del Río Paine.
Existen dos trekkings muy populares en el parque: la “O” y la “W” que toman sus nombres de la forma que tiene su recorrido cuando se observa en el mapa. La “O”, que rodea el macizo, es más largo y todavía lo es más si se combina en la parte Sur con la W. Eso es lo que vamos a hacer nosotros. Nuestro recorrido presenta la ventaja de que la sección norte del circuito está muy poco transitada y mucho menos ahora, en temporada baja.
De momento tenemos suerte con el tiempo: un sol esplendido y un viento muy ligero nos acompañan. El primer día caminamos con Wilco, compañero de autostop que conocimos en la carretera. Al principio el camino es un poco confuso y perdemos algo de tiempo subiendo y bajando pequeñas colinas cercanas hasta que damos con la senda principal, clara y bien marcada.
El camino discurre a través de prados y terrenos de pasto de aspecto seco. Es una prolongación de la pampa que se interna en la zonas baja de la montaña. El sendero es fácil y sin mucho desnivel pero aún así avanzamos despacio, con calma, bajo un sol que calienta más de lo esperado. Las mochilas pesan mucho: cargamos con comida para 9 días ya que no queremos pagar por ella en en los caros campings del recorrido.
La ruta nos gratifica con alguna vista parcial de las famosas Torres del Paine que esperamos ver de cerca al final de nuestra travesía. Después de algunas horas caminando llegamos al Puesto Serón, el camping donde pasaremos la noche. En este parque natural está completamente prohibido hacer fuego y acampar fuera de los campings oficiales. Esto es totalmente comprensible ya que una gran parte del terreno ha sido arrasado por incendios devastadores provocados siempre por descuidos humanos ayudados por los fuertes vientos que peinan la zona casi de forma continua durante el verano.
Lo que ya no es tan comprensible es que la mayoría de los campings sean privados y cobren entre 7 y 14 € por persona, tan solo por plantar la tienda. Hoy tenemos suerte, estamos entrando ya en la temporada baja y el camping está cerrado. Podemos acampar pero no hay que pagar. No somos muchos aquí esta noche, tan solo 8 o 10 personas, y eso es de agradecer.
Amanece tarde y hasta las 8 de la mañana no hay luz, lo cual, sumado al frío y a que no tenemos prisa, nos hace levantarnos un poco tarde el segundo día de travesía. Después de un desayuno frío a base de barritas de cereales y cacaos, recogemos el campamento y nos ponemos en marcha.
A los 30 metros tenemos que parar. A Mayte le duele mucho un hueso del tobillo. Ayer ya le molestaba un poco por la presión de las botas (que tuvimos que comprar en Bogotá [7] por la lesión que tuvo en el otro tobillo mientas estábamos en Panamá [8]). A pesar de haberlas llevado de forma continua durante un mes, parece que ayer le hicieron daño y hoy no puede caminar con ellas.
Estoy intentando arreglar el problema cortando un trozo de la colchoneta aislante y pegándolo en la bota, cuando aparece por allí Jorritz, un chico holandés al que vimos ayer durante el trayecto. Él nos pregunta que ocurre y, tras decirnos que somos afortunados porque él estudia medicina, demuestra que de verdad lo somos. Con un trozo de venda hace un rollo y lo pega con esparadrapo al pie por debajo del lugar donde la bota le presiona. ¡Problema arreglado! Lo que podía haber sido el fin prematuro de la travesía se ha solucionado en un momento. La idea de Jorritz era la misma que la mía, pero la ejecución es bastante menos rústica y más duradera... A cada uno lo suyo.
El resto del día transcurre de forma similar al anterior. El paisaje es igual, lo cual no es de extrañar ya que recorremos el mismo valle que ayer. El río sigue estando a nuestro lado y nos resulta llamativo el color blanco de sus aguas glaciares. A veces parece un río de leche.
La noche de hoy la pasamos en el Refugio Lago Dickson que por desgracia está abierto: nos toca pagar. Junto a nosotros se encuentra el Lago Dickson y tras él cuelga un glaciar desde el cual nos llega, de tanto en tanto, el estruendo del hielo al caer.
Al día siguiente el paisaje cambia y nos internamos en bonitos bosques de lenga , un árbol muy abundante en los bosques patagónicos, con las hojas doradas y rojas debido al otoño. Allí comemos algo junto a un cascada por la que el río Los Perros descarga sus aguas con fuerza.
Ya por la tarde salimos del bosque y comenzamos una empinada subida por la morrena del glaciar que alimenta al río y que lleva el mismo nombre. Al llegar a la parte mas alta nos asomamos y vemos el glaciar que se derrama en una pequeña cascada de hielo dentro de las turbias y gélidas aguas de un lago. Pero lo que más nos sorprende es el viento. Un viento fortísimo que hace difícil permanecer en pie, algo muy propio de la Patagonia pero que no habíamos sufrido aquí todavía.
Al poco rato de marcha llegamos al campamento Los Perros, el más precario de los que hemos pasado hasta ahora. A pesar de ello nos llevamos la grata sorpresa de ser recibidos con un brownie recién sacado del horno de leña que hay en la cabaña del guardabosques. Lo ha cocinado por una chica norteamericana que, por lo que parece, llegó bastante antes que nosotros. Es un bonito detalle; se podrían haber comido el brownie entre sus dos amigos y ella, y en lugar de eso lo han compartido con unas diez personas a las que no conocían de nada.
No es la única sorpresa culinaria, porque por la noche el guardabosques hace una pizza que también reparte entre los presentes. Hace poco Mayte hablaba de cómo una buena acción de una persona a veces provoca que terceras personas lleven a cabo otras buenas acciones. Tal vez haya sido así en esta ocasión. Entre una cosa y otra, Wilco ha pedido permiso al guardabosques para encender una estufa de leña en la carpa habilitada para cocinar. En un momento recogemos un montón de leña entre todos y esa noche cenamos y charlamos calentitos junto a la estufa. ¡Una bonita noche de hermanamiento entre montañeros!
Antes de acostarnos, hacemos algunas fotografías nocturnas: la montañas, las estrellas, la nieve... Nos encantan esas fotografías y quizás deberíamos hacerlas más a menudo pero es que hace tanto frío...
La noche en este campamento, el más alto del recorrido, es fría y yo lo noto en mi saco de dormir nepalí, que abriga bastante menos que el de Mayte. Aún así no es nada que no se pueda resolver poniéndome más ropa de abrigo y cerrando herméticamente el saco.
Hoy, cuarto día de travesía, cruzamos el paso más alto del recorrido, el paso John Gardner, que a pesar de tener tan solo 1.241 metros de altura, puede llegar a ser complicado por el viento y la nieve. Se recomienda no pasarlo solo y por ello le ofrecemos nuestra compañía a Wilco, con el que hemos ido coincidiendo en los anteriores campamentos.
Salimos los 3 un poco tarde, para variar, y comenzamos la ascensión. A pesar de la poca altura a la que nos encontramos, el terreno pronto se convierte en el propio de la alta montaña: rocas, pedreras y poca vegetación a la vista. No se por qué, pero caminar por este tipo de paisajes, saltando de roca en roca, me produce un estado de bienestar y una exaltación indescriptibles. Me llena de energía y me resulta mucho más gratificante caminar por estos terrenos hostiles y lunares que a través de los bonitos bosques y prados que hay que cruzar para llegar hasta aquí.
Y así llegamos rápidamente hasta la cabecera del valle, un semicírculo casi perfecto que hay que cruzar para llegar a al valle vecino. Tras un par de repechos que confundimos con el paso John Gardner, por fin llegamos al verdadero paso. Allí Mayte y yo esperamos a Wilco para llegar juntos al punto más alto.
Caminamos unos pasos más y a medida que avanzamos por el amplio collado, va apareciendo ante nosotros un mar blanco. Al principio a nuestro cerebro le cuesta comprender un paisaje que nunca antes había tenido que interpretar... ¡Es el Glaciar Grey!
Nos quedamos un largo rato extasiados, contemplando la magnificencia del espectáculo que se ofrece ante nuestro atónitos ojos. Una enorme legua de hielo blanco y azul se desliza lentamente bajo nuestro pies, recorriendo un enorme valle. El desplazamiento, de unos cientos de metros al año, es lento e imperceptible. La superficie del río de hielo está surcando por enormes grietas. Hay zonas de montículos que parecen agujas apuntando al cielo. Es difícil comprender la escala de lo que vemos. Eso que parecen pequeños montículos son enormes promontorios de varias decenas de metros. Hay ríos y lagos sobre el glaciar. Glaciares secundarios caen desde otras cimas a modo de afluentes helados. Estamos contemplando una peqeña parte del Hielo Sur, una de las extensiones de hielo más grandes del planeta fuera de los polos.
Tras una rápida y sencilla comida, a base de queso y chorizo pero con unas de las mejores vistas del mundo, comenzamos un empinado descenso que resulta mucho más fácil de lo esperado al estar el terreno seco y no embarrado y resbaladizo como suele ser habitual.
Lo cierto es que estamos teniendo mucha suerte con el tiempo. De hecho lo habitual es que en el paso haya un viento tan fuerte, que apenas se puede uno detener para a ver el paisaje. Cuando nosotros lo hemos cruzado no había apenas viento y hemos podido deleitarnos el tiempo que hemos querido sin arriesgarnos a congelarnos en el intento. El temido Paso John Jhon Gardner ha resultado bastante sencillo. Imagino que con otras condiciones meteorológicas, la cosa puede ser más complicada.
La bajada transcurre a través de un bosque que nos permite ver el glaciar entre las ramas de los árboles o en pequeños claros. No nos preocupan las vistas ya que el día de hoy y la mitad del de mañana transcurrirán junto a este enorme glaciar, valle abajo y en dirección Sur. Seguro que tenemos más oportunidades de contemplarlo.
Ya en el Campamento Paso, nos acercamos a un mirador cercano y seguimos observando el glaciar, ahora un poco más próximo, mientras se escuchan los crujidos y los lejanos desprendimientos de hielo como si fueran truenos.
El quinto día Wilco sale antes que nosotros y nos despedimos con un “hasta luego”. Aunque, lamentablemente, no lo volveremos a ver en el trekking, esperamos volver a coincidir en otro lugar con nuestro nuevo amigo alemán. Parece que casi todos los que comenzaron el circuito con nosotros nos han ido dejando atrás. No hay problema, no tenemos ninguna prisa y sí muchas ganas de disfrutar.
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