Camino a Cuba

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La Habana, 10-7-2012

De repente estamos despidiéndonos de la familia de nuevo. Última cena en casa de la madre de Javi, la mochila preparada junto a la puerta y, de pronto, una sensación de congoja, de pena y nostalgia adelantada.

Con todos los preparativos, hasta hoy creo que no nos habíamos parado a pensar en este momento.

Igual que la otra vez, algunos familiares y amigos han venido a despedirse, esta vez a la estación de autobuses y de noche. La sensación también es muy parecida. Aunque ya sabemos que el tiempo se pasa volando y que vamos a estar bien, no podemos evitar que nos caigan las lágrimas al abrazar a los nuestros por última vez en muchos meses.

A pesar de ello, estamos contentos y expectantes por ver qué nos depara esta segunda parte del viaje. Cómo serán los países que aún no conocemos y cómo nos recibirá nuestra “Nicaragua, Nicaragüita”

Tal y como imaginábamos, hemos dormido muy poco en el autobús camino a Madrid. Al llegar allí, tenemos que esperar dos horas hasta coger el tren que nos llevará al aeropuerto; esperamos encontrar un rincón donde echarnos a dormir hasta entonces.

Al bajar del bus cogemos nuestras mochilas y un señor nos indica amablemente que abandonemos la estación y salgamos a la calle:

- Es que por la noche cerramos. Si no, se nos llenaría esto de “chusma”.

Como estamos medio dormidos, nos miramos el uno al otro pero no decimos nada. Asumimos resignados nuestro destino y nos dirigimos a la salida. Allí hay un grupo de gente en la misma situación que nosotros. Algunos se han echado en el suelo, como las personas sin hogar que veíamos en Delhi. Otros caminan arriba y abajo frente a los taxis que esperan en la puerta. Es una estampa bastante triste.

Cuando estamos ya un poco más despiertos, le comento a Javi:

- Podría entender que no dejaran entrar a dormir aquí a todo el mundo, pero los que ya estábamos dentro ¿también somos “chusma”? Y, por cierto, vaya forma de referirse a la gente sin hogar...
- ¡Con lo bien que se duerme en los aeropuertos de Delhi y Kuala Lumpur, y mira en casa cómo nos tratan! - exclama Javi.
- Bueno, al menos tenemos suerte de que estemos en verano. ¿Tú sabes el frío que tiene que hacer aquí en pleno invierno?

Una vez más, parece que en los países desarrollados tratamos peor a las personas que en los llamados “subdesarrollados”

Por fin se hace la hora de coger el tren camino al aeropuerto. Nos dirigimos a la T4, donde hemos quedado con el primo de Javi para que nos dé una grabadora que le encargamos ayer. En esta etapa necesitamos más calidad en el audio ya que la voz será en vivo, sin doblaje. No la encontrábamos en Valencia y a Javi se le ocurrió llamar a su primo, que vive en Madrid, para ver si nos la podía comprar y dárnosla hoy mismo. Casualidades de la vida, él también coge un vuelo hoy, un par de horas antes que nosotros, ¡así que nos ha venido de maravilla! Yo estoy un poco nerviosa porque me da la impresión de que se nos puede hacer tarde.

- Mayte, que faltan tres horas para que salga el vuelo.
- Ya, pero tenemos que sacar los billetes y facturar.
- Sobra tiempo.
- Pero tenemos que ir a la T1 y estamos en la T4 - creo que se me nota que estoy nerviosa.
- Se llega en 10 minutos en un autobús - ¡qué paciencia tiene este hombre!
- ¿Seguro? Voy a preguntar por si acaso.

Como casi siempre, Javi tiene razón y llegamos con tiempo de sobra al mostrador de facturación. Y no sólo eso, sino que podíamos haber más tarde, que no habría pasado nada. ¡El vuelo saldrá con más de dos horas de retraso! Pero tenemos que estar pendientes de los paneles informativos por si acaso. Así que, mientras Javi echa un sueñecito en una postura inverosímil , yo me paseo arriba y abajo por el aeropuerto, intentando mantener los ojos abiertos.

A la hora indicada despierto a Javi y nos dirigimos a la puerta de embarque. Me acerco a la ventana para ver el avión.

- Javi, ¿seguro que es este avión?
- Supongo que sí, pone “Conviasa” (el nombre de la compañía con la que volamos) y las escaleras van hacia allí.
- ¿No es muy pequeño? - eso es lo que digo, pero lo que pienso es “esta mierdecilla no puede cruzar el océano”.

Sí, ese era nuestro avión y por dentro es tan simple como por fuera. Nada de pantallas donde poder ver la peli que quieras, ni de almohadones, ni de mantas... Vamos, como un autobús de los sencillitos. Vuelvo a imaginarme a este avioncito cruzando el océano y, por no llorar, me da la risa.

Pero parece que el avión funciona y, 9 horas después, llegamos a Caracas. Nos aseguran que no perderemos el enlace a La Habana porque la mitad de los pasajeros de nuestro avión (todos los españoles) tenemos que coger ese vuelo y no va a salir sin nosotros. Nos dicen que, al bajar del avión, un chico de rojo nos indicará por dónde tenemos que ir. El chico de rojo nos guía, pasamos por delante de un control de seguridad, atravesamos varias filas de viajeros que hacen cola en los mostradores de facturación y llegamos al final del aeropuerto. Una vez allí, otro chico de rojo grita “¡La Habana, síganme los que van a La Habana!” y repetimos el mismo trayecto en dirección inversa. ¡Sin comentarios!

Con la calma que caracteriza a la mayoría de los países de centro y sudamérica, empezamos a pasar todos por el mostrador. ¡Vamos, como si no hubiera un avión esperándonos!

Por fin cogemos el último autobús (perdón, avión) del día y tres horas después aterrizamos en La Habana.

Compartimos un taxi con otra pareja hasta la Habana Vieja, ya que hay que recortar gastos desde el primer momento. Llegamos a la casa particular donde habíamos reservado habitación desde España y, tras una cena rápida, nos vamos a dormir. ¡Ya estamos en Cuba!