Coroico: de vuelta en la América tropical

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Coroico, del 21-6-2013 al 15-6-2013

Cuando ayer preguntamos cómo ir hasta Coroico, la respuesta fue: “No se preocupen, ustedes van a donde los buses y verán que salen minibuses y minivanes hacia Coroico todo el tiempo”

No contamos con que hoy es fiesta en la ciudad, y que además es viernes: lo que en España sería un puente en toda regla. Y Coroico es un concurrido destino turístico para los bolivianos. Así que cuando a media mañana llegamos a la parada de buses y preguntamos en una de las agencias que hacen la ruta, la respuesta es:

- No hay.

- Pero, ¿habrá más tarde?

- Sí.

Tras esperar a que la chica de la ventanilla nos de algo más de información y ver que no es así, seguimos preguntando.

- ¿Y a qué hora saldrá el próximo?

- Cuando llegue alguno desde Coroico... A las tres.

Vale, dos respuestas que pueden coincidir o no.

- ¿Podemos comprar ya el billete para el siguiente?

- No, se vende cuando llega el vehículo.

Y nos hace señas para que nos apartemos.

Vemos que hay bastantes personas esperando, pero sin hacer cola. Ya nos vemos venir cuál va a ser el funcionamiento. Cuando llegue uno de los vehículos, la gente se apiñará en la ventanilla intentando conseguir un pasaje...dos “gringos” con sus mochilas tienen las de perder.

Vamos a preguntar a la agencia de al lado y la respuesta es la misma. Como es la una y media, Javi se va a buscar algo de comer. En ese momento llega un minibús de una de las agencias y observo el proceso, que es justo como lo imaginaba. Enseguida se venden los escasos asientos del minibús y el resto de la gente se dispersa.

Para no perder el próximo, Javi y yo nos apostamos en la puerta de una de las agencias, explicándole al chico que es para no perder el siguiente transporte. Poco después llega una minivan de otra agencia, el chico va corriendo hacia allí y nos indica que le sigamos y que subamos, que luego pagaremos. Le obedecemos rápidamente, aunque sin entender el funcionamiento de este proceso, porque ya había gente comprando en la ventanilla. El caso es que a continuación viene una señora, nos cobra los pasajes y salimos camino a Coroico. ¡Hemos tenido suerte de encontrar a ese chico!

El camino que va de La Paz a Coroico sube hasta “La Cumbre” un paso de más de 4600 metros de altura. Hasta entonces, vemos por la ventanilla laderas con poca vegetación, montañas rocosas, más arriba un poco de nieve... Estamos atravesando la Cordillera Real, parte de los Andes bolivianos. El paisaje es magnífico.

De repente vemos un montón de gente, entre ella muchas cholitas, reunidas a orillas de un lago: están allí para festejar el año nuevo aymara, que se celebra hoy coincidiendo con el solsticio de invierno. Nos habría gustado enterarnos de en qué consiste el ritual y sus orígenes, pero no ha sido posible. Luego una chica que conocemos nos explica que estuvo en las ruinas de Tiahuanacu, el más famoso lugar de celebración: “¡un montón de gente borracha!”, según sus propias palabras, “aunque el recibimiento del sol para mí fue un momento hermoso”, añade.

Una vez pasado ese punto alto, comienza un descenso de más de 2000 metros y el paisaje va cambiando. Cada vez hay más vegetación, más verde, más lagos. Luego empezamos a descubrir entre los árboles alguna platanera, el aire huele a humedad y a vegetación... y, de repente, siento que estoy en Nicaragua... y me siento bien. No sólo porque la temperatura es muy agradable (a pesar de que está lloviendo) o porque me gusta este paisaje; sé que es también porque es un país muy especial para Javi y para mí y porque enseguida me vienen a la mente mi “hermana” María y sus hijos, a los que queremos muchísimo y a quienes echamos de menos. ¡Ay Nicaragua, Nicaragüita! Tengo que hacer un esfuerzo para centrarme: estamos en Bolivia. Y es que el paisaje es tan diferente del que hemos visto en el altiplano que parece otro país.

Cuatro horas después llegamos a Coroico y nos enfrentamos a la tarea de encontrar un alojamiento. Va a ser más difícil de lo habitual: todos están llenos o son caros para nosotros. Finalmente llamamos a una amiga de Yana que tiene un hostal. Sabemos que está a las afueras de la ciudad y que el precio es el doble de lo que solemos pagar, pero no tenemos muchas opciones:

- Tengo libre una cabaña, pero sólo para esta noche... Cuesta 150 bolivianos (unos 15 euros) e incluye el desayuno.

- De momento dudamos, pero sabemos que es un lugar bonito y tranquilo, con jardines...

- Javi, después de todos los problemas y las historias que hemos pasado desde que hemos entrado en Bolivia, nos merecemos un pequeño lujo. ¡Vamos!

Efectivamente, el lugar es muy bonito. Descansamos de maravilla y me despierto temprano con el canto de los pájaros. Mientras Javi sigue en la cama, salgo al jardín. Una densa niebla cubre todo el valle; ahí donde deberían verse el río y las montañas, sólo hay un manto blanco. Me dedico a observar a las aves. Hay unas bastante grandes con la cabeza y la cola amarilla, otras más pequeñas de tonos grises, otras con el pecho de colores... ¡incluso hay colibríes! Otra vez vuelve la América tropical con sus colibríes: en la Isla de Ometepe, en Puerto Lindo, en el Valle de Cocora... A continuación pasa por arriba de mi cabeza una bandada de “chocollos”, esos loros verdes siempre escandalosos. Me encanta estar aquí.

Javi se levanta poco después y, tras desayunar en el jardín, cogemos un libro y nos acomodamos en unas hamacas que hay en la parte trasera de la casa. ¡Qué tranquilidad!

Pasamos la mañana leyendo y charlando hasta que se hacen las doce; tenemos que desocupar la cabañita y buscar un lugar más barato para dormir esta noche. Por suerte, no nos cuesta demasiado. En uno de los sitios donde preguntamos ayer hay habitaciones libres y, aunque está dentro del pueblo, tiene unas vistas increíbles al valle. Montañas de un verde uniforme y formas redondeadas se extienden ante nosotros. Al fondo está el río con algunas construcciones a sus orillas. A nuestro alrededor, aves revoloteando plataneras y otros árboles tropicales...

Habíamos pensado hacer una pequeña excursión a unas cascadas, pero realmente lo que nos apetece es quedarnos tumbados al sol en la terraza, leer, hacer macramé, tomar algunas fotos... Así que eso es lo que hacemos. Un sábado tranquilo, como una tarde de verano.

Lo malo de dejar las cosas para el día siguiente, es que es posible que al día siguiente no puedas hacerlas... y así ocurre. El domingo yo no me encuentro demasiado bien; parece que me he resfriado y me duele bastante la garganta, así que nos quedamos en el hostal y aprovechamos para escribir y revisar fotos.

El lunes la cosa no pinta mucho mejor: yo sigo con tos y malestar, y además llueve. Aún así, Javi decide irse a pasear a las cascadas. Cuando empieza a caminar cae una fina lluvia, pero una hora después ¡es un verdadero diluvio! Resguardada en el hostal, empiezo a preocuparme por él. “Bueno, lleva el chubasquero, no se mojará tanto”, pienso. Y me equivoco. Cuando aparece en el hostal ¡está empapado de arriba abajo! Es como si lo hubieran sumergido en una piscina, ¡pobrecito!

Pero aún falta lo mejor: se va la luz. Pasamos el resto de la tarde leyendo con la linterna ¡suerte que hace poco que nos hicimos con un par de libros!

Se hace la hora de cenar y sigue lloviendo. Según me ha dicho Javi, las calles son como ríos. Si a esto le sumamos que son muy empinadas, empedradas y que yo me resbalo incluso cuando están secas, está claro que no era buena idea salir a cenar. Así que Javi sale a comprar un poco de pollo frito y vuelve empapado de nuevo.

Nos lo comemos en la habitación a la luz de una vela. ¿Romántico? No mucho, la verdad. Me noto el estómago pesado, no sé si será porque últimamente estamos comiendo muchos fritos (el pollo frito y la carne empanada parecen ser los ingredientes básicos de la dieta boliviana). El caso es que a la mañana siguiente me despierto encontrándome fatal. Empiezo con diarrea y poco después llegan los vómitos. No quiero ser escatológica, pero parecía como cuando friegas el suelo y está muy sucio, que se queda el agua de un color gris oscuro asquerosillo... pues algo así.

Lo que yo decía... ¡como en la India! ¡Así no nos podemos ir! Y seguimos sin tener luz: la tormenta provocó un cortocircuito y aún no lo han podido arreglar, así que ni siquiera podemos trabajar. En fin... ¡habrá que tomárselo con paciencia!