Curiosa excursión por Cameron Highlands y visita a Kuala Lumpur

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Cameron Highlands y Kuala Lumpur, 16-3-2012

Siempre intentamos huir de las excusiones organizadas. La experiencia nos ha demostrado que, salvo en contadas ocasiones, se convierten en carreras contra reloj en las que no puedes disfrutar de los sitios con calma. Sin embargo, hay ocasiones en las que resulta prácticamente imposible o excesivamente caro hacerlo por tu cuenta y no queda más remedio que pasar por el aro. Esta fue una de ellas.

Contratamos la excursión en el mismo sitio que Vadia y Lukas porque habíamos hecho buenas migas y nos apetecía ir juntos, pero cuando vienen a recogernos nos hacen subirnos en jeeps separados. Intentamos convencerles de que hagan algún cambio con los otros pasajeros, pero nos dicen que no hace falta, que vamos a ir juntos todo el día, así que subimos a los coches y nos vamos. Cuando llegamos al primer cruce, el otro vehículo gira a la derecha y nosotros a la izquierda. Preguntamos por qué y el guía (que luego descubrimos que más que guía era conductor) nos dice que el camino es mejor. Poco después, paramos en la puerta de una granja de mariposas. Bajamos del coche.

- Disculpe, pero ¿no se supone que íbamos a subir a la montaña?
- La granja de mariposas también está incluida en la excursión.
- Pero nos dijeron que primero íbamos a la montaña.
- Sí, pero es que ahora hay niebla y no vais a ver nada.
- Y el otro coche, ¿donde está?
- En la montaña.
- Ah, vale...  - no entramos a discutir qué hacen ellos allí si de verdad no se ve nada - El caso es que nuestros amigos están allí y se supone que íbamos a ir juntos.

En este punto, nuestros compañeros de excursión nos miran confundidos y sorprendidos, más aún cuando el conductor se enfada y grita:

- ¿Queréis subir y no ver nada? ¡De acuerdo, subid todos al coche!

Pero claro, nosotros no sabíamos si era verdad y no queríamos fastidiarle la excursión a nuestros compañeros, así que decimos que da igual y entramos a ver la granja de mariposas. Solos, porque el "guía" se queda esperándonos en el coche. El sitio no estaba mal, había mariposas sueltas y otros insectos, lagartos y serpientes en urnas de cristal, pero nos faltó un poco de información.

La siguiente parada es en los campos de té. El conductor para en una curva y nos dice:

- Podéis andar un poco por aquí y hacer fotos, os espero en la siguiente curva.

Entre mosqueados y divertidos por lo ridículo dela situación, nos bajamos. Enseguida descubrimos que somos un grupo bastante aventurero, porque en vez de ir por la carretera, nos metemos entre los campos de té con la intención de bajar por el lado contrario, donde nos esperaba el conductor. ¡No contábamos con que no habría camino para bajar! Ayudándonos unos a otros, saltamos a la carretera y subimos al coche. El conductor sigue callado.

De camino al Mossy Forest (algo así como el Bosque Musgoso) vemos que a los lados de la carretera hay otros excursionistas... ¡y guías explicando cosas! Empezamos murmurando entre nosotros.

- ¡Mira, mira! ¿Has visto eso? ¡Un guía de verdad! ¡No sabía que existían!

Cuando bajamos del coche, Javi toma la iniciativa:

- Disculpe, una pregunta. Hemos visto a otros guías explicando, usted nos va a contar algo o...
- ¡Por supuesto! Justo ahora iba a empezar.

Nuestros compañeros se aguantan la risa.

Empezamos a caminar por el bosque. Tal como nos habían dicho, recuerda a la película de Avatar. Árboles altos y finos, con sus troncos y sus ramas cubiertos de musgo que le dan un aspecto como de cuento de hadas. Extrañas flores con aspecto de plantas carnívoras cuelgan de algunas ramas. Durante el camino, efectivamente, nuestro conductor parece que intenta hacer de guía y nos cuenta algunas cosas, aunque tampoco podemos decir que fuera una gran fuente de conocimiento.

De ahí vamos a una fábrica de té donde se elabora de manera artesanal. Una vez más, nuestro amigo se queda en el coche. A la salida, uno de nuestros compañeros, visiblemente emocionado, le da las gracias por su interesante explicación, provocando de nuevo risas entre nosotros. Tal vez no sea lo más correcto, pero ante la situación lo único que nos quedaba era tomárnoslo con humor.

De ahí fuimos, por fin, a la cima de la montaña más alta de la zona, donde antes había niebla. Y la seguía habiendo, así que de todas formas no vimos nada.

La excursión acababa un templo budista. Desde allí, podíamos regresar en coche o andando. Nos habían dicho que era un sencillo trekking de unas dos horas y media. Aún era pronto y decidimos volver todos andando: una pareja de franceses de veintitantos años, dos francesas de unos 50 años, dos iraníes, un chico de Londres y nosotros dos. Por el camino, descubrimos que Jona, el inglés, había estado en Rishikesh, en las mismas fechas que nosotros, ¡y en el mismo hotel! Incluso habíamos estado juntos en una clase de yoga. Y ahí no acaba la cosa: ahora también estábamos hospedados en el mismo hotel. Estas casualidades no dejan de sorprendernos.
El caso es que el trekking en cuestión no era un paseíto por el campo, era un trekking en toda regla. Con sus subidas y bajadas, sus trepaditas, sus riachuelos, sus senderos llenos de barro... Pero fue lo más divertido de todo el día.

Ya de vuelta en el hotel, nuestros compañeros de habitación nos cuentan su excursión. Nada que ver con la nuestra. Su guía había entrado con ellos a todas partes, les había explicado lo de la fábrica de té, habían tocado los insectos y animales de la granja de mariposas... ¡todo! Así que, para una vez que la excursión organizada habría valido la pena, tenemos mala suerte con el guía.

Después de descansar, teníamos que decidir cómo y cuándo volver a Tailandia. Fue entonces cuando nos enteramos que había que coger un bus, hacer noche en Penang, de ahí ir a Hat Yai y después coger un tren a Bangkok y de ahí otro a Chiang Mai, donde queríamos ir. Menos mal que a Javi se le ocurrió mirar si había algún vuelo barato, y lo encontró: directo de Kualala Lumpur a Chiang Mai, en el norte de Tailandia. Así que al día siguiente, junto con Vaida y Lukas, cogimos un bus a Kuala Lumpur.
Una vez allí dejamos las mochilas en su hotel y nos fuimos juntos a ver las famosas Torres Petronas.

En el autobús de camino hacia allí, se sienta a nuestro lado un chico pakistaní y nada más presentarse empieza a hacernos preguntas: de dónde somos, en qué trabajamos, dónde vamos... A nosotros no nos sorprende, sabemos que en India esto es lo más normal y parece que en Pakistan también, pero nuestros amigos se quedan a cuadros y no le hacen mucho caso. Y nosotros tampoco porque, en cuanto empezamos a hablar, saca una libreta con palabras escritas en inglés y empieza a preguntarnos por su significado, cosa que nos recordó a nuestra experiencia en Jaipur. Para rematar, saca el móvil y empieza a hacernos fotos, sobre todo a Vaida. Al bajar del autobús, nos despedimos de él y le explicamos a Lukas y Vaida que seguramente el chico solo quería hablar con extranjeros y tener alguna foto para enseñársela a sus amigos. A nosotros todo esto nos recordó a la India y nos entró un poco de nostalgia.

Esa misma noche nos fuimos al aeropuerto. El vuelo salía a las 7 de la mañana, teníamos que estar dos horas antes allí y se tarda hora y media en llegar desde la ciudad. No nos valía la pena pagar un hotel para dormir un par de horas, así que sacamos nuestras esterillas y dormimos en el suelo del aeropuerto. ¡Al menos ahorramos algo!

A las cinco de la mañana nos levantamos, nos lavamos la cara en los servicios y andamos por el aeropuerto dando tumbos por el sueño y el cansancio. Facturamos, pasamos los controles, comemos algo y subimos al avión. En un par de horas estaremos de nuevo en Tailandia, pero en una Tailandia diferente...