No llores por mí Argentina, ¡ya lloro yo!

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Llanuras interminables. Altas montañas con laderas teñidas con los colores del fuego.  Una gran masa de hielo: el Perito Moreno. Millones de litros de agua derramándose por las Cataratas de Iguazú. Ballenas saltando y saludando con su cola. Leones marinos, pingüinos y aves disfrutando de su libertad. La sensación de estar en el fin del mundo.

Muchas risas, muchos amigos, una guitarra sonando a las dos de la mañana. Ayudar a construir una casa hundiendo las manos en el barro. Aprender a hacer artesanía. Ir a vender a un mercado y volver al hostal con el mismo dinero, pero con más amigos. Compartir cocina con diez personas en un hostal. Dormir en casa de antiguos y nuevos amigos. Tomar asados, chimichurri, mate y Fernet con cola.

Una carretera desierta, haciendo dedo. Que se haga de noche y que no importe. El fuerte viento patagónico. Un coche, una furgoneta, una caravana, otro coche. ¡Corre que ese ha parado! Estaciones de servicio. La tienda de campaña montada en un parque. Más amigos. Sensación de libertad.

Un tango y una guitarra. Argentina y España. Reconocernos en ellos y a ellos en nosotros. Sentirnos como en casa.

Podría seguir enumerando recuerdos y sensaciones que me llevo de Argentina y creo que no acabaría. Podría hablar de lo increíble que es su naturaleza, todo a lo grande, pero toda explicación quedaría pequeña. Podría enumerar a los amigos que hemos hecho, pero seguro que me dejaría a alguien. Podría intentar explicar lo bonito que es hacer dedo, pero si no se ha hecho dudo que pueda entenderse. Así que creo que es mejor dejarlo aquí, diciendo que Argentina me ha enamorado por completo, y que sé que algún día volveremos.