Varanasi y sus slums

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Varanasi, 1-2-2012

Puede que una de las situaciones más dramáticas que se pueden ver en la India sea la de los slums, concentraciones de chabolas donde se encuentran familias que que viven por debajo del umbral de la pobreza. Recogedores de basura, limpiabotas, conductores de rickshaw... son sus habitantes.

A pesar de que sabíamos que sería duro, los dos queríamos conocer esa realidad de cerca. Sin esto, nuestra idea de la India habría estado incompleta, y nuestro proyecto también. Porque, por supuesto, en los slums viven muchos niños, la inmensa mayoría de los cuales no van a la escuela.

Esta cara de la India la conocimos de la mano de María, fundadora de la ONG española Semilla para el Cambio.

Esta ONG trabaja escolarizando y dando apoyo escolar niños con pocos recursos de Varanasi y de los slums del barrio de Sigra, a una media hora del centro de la ciudad. Además tienen un programa de alimentación, otro de atención sanitaria y desde hace unos meses también tienen un programa para las madres, que han aprendido a pintar sobre seda y están elaborando unos pañuelos que luego se venderán en España. Vamos a ir a conocerlos de cerca.

Sigra en realidad es un barrio residencial, así que cuando llegamos lo primero que vemos son casas bonitas, gente bien vestida... hasta que llegamos a uno de los slums. Este se encuentra dentro de un recinto cerrado, por lo que desde fuera sólo se ve un muro de piedra. Nos acercamos a la puerta. Cruzarla es como entrar a otro mundo, un  mundo en el que la gente vive en precarias viviendas rodeadas de basura por todas partes. Montañas de plástico se acumulan en la puerta de cada casa. Podrían ponerla en otro lugar, pero es “su” basura y tienen miedo de que se la roben; al fin y al cabo, viven de lo poco que una empresa les paga por ella. De todas partes salen niños descalzos con la cara muy sucia y jóvenes madres sosteniendo bebés. Todos nos piden que les hagamos fotos. Nos saludan y nos hablan alegremente en hindi. Una de las niñas que hemos visto antes en la ONG y que veremos por la tarde en la escuela, me lleva de la mano: ella vive ahí. Es difícil describir la mezcla de sensaciones que nos invade en ese momento.

De repente, en medio de este caos, un oasis de limpieza y “normalidad”: una madre prepara a sus hijos para ir al colegio. Se afana en peinarlos y arreglarles la corbata del uniforme. Observamos a los niños limpios y arreglados mientras su madre, sonriente y seguramente también orgullosa, les pone las mochilas. Ahí es donde se ve claramente el trabajo de la ONG. Sólo con mirarlos se sabe que estos niños, no solo van a tener un futuro diferente, es que ya son diferentes. Ir a la escuela les está dando a ellos y a sus familias la posibilidad de tener, y sobre todo de soñar, con un futuro mejor.

Mientras estos y algunos niños y niñas más salen del slum hacia el colegio, muchos otros se quedan. Algunos han estado yendo a clase una temporada, pero ya no lo hacen. La mayoría de las veces no es decisión de ellos, sino de sus padres, que no acaban de entender la importancia de la educación: valoran más el tener otra mano de obra en la familia. En parte es comprensible, ellos nunca han tenido perspectivas de futuro. Su vida ha consistido siempre en sobrevivir día a día. Otros son hermanos de los que acabamos de ver saliendo por la puerta con el uniforme y la mochila. Sus padres habrían querido enviarlos a todos, pero realmente necesitan más gente trabajando en la familia, así que los hermanos mayores siguen trabajando mientras los pequeños empiezan a labrar un futuro mejor.

Al mismo tiempo, las madres de estos y de otros niños tienen un nuevo trabajo que les facilita la vida y las dignifica: pintar pañuelos de seda. Cuando vamos a ver cómo trabajan, encontramos a un grupo de mujeres realmente concentradas en su tarea, con una leve sonrisa en sus labios. Con bastante esfuerzo, ya que muchas de ellas ni siquiera sabían sostener un lápiz, han aprendido a dibujar y pintar estos delicados pañuelos. Cuesta imaginar a estas mismas mujeres rebuscando entre la basura hace apenas unos meses.

Y así, estos pequeños universos que son los slums de Varanasi, se van transformando poco a poco.

Volvemos por allí un par de veces a entrevistar a una de estas madres y a dos de sus hijos. No dejamos de emocionarnos al escuchar cómo la educación les está cambiando la vida, al ver cómo estos niños sí que tienen sueños de futuro y posibilidades de hacerlos realidad.

Durante nuestra semana en Varanasi pasamos gran parte del tiempo hablando con María y también con Naiara y Cesc, dos voluntarios que llevan ya varios meses trabajando allí con ella. Compartimos alguna cena aderezada con lomo y salchichón que acababan de traer de su última visita a España, cosa que se agradece mucho cuando llevas varios meses fuera de casa y en un país principalmente vegetariano.

También tenemos algo de tiempo (no mucho) para ver Varanasi. Todos hemos visto imagenes de esta ciudad en la television o en películas. Es la imagen de la India de los rituales, del Ganges, de lo ancestral. Tal vez por eso la teníamos un poco idealizada, de manera que, sin llegar a decepcionarnos, no nos gustó tanto como esperábamos. Despues de haber estado en Rishikesh, donde el Ganges corre limpio entre las montañas, verlo aquí tan sumamente sucio nos da bastante pena. Para completar la estampa, están los crematorios a las orillas del río. No vamos a comentar ni a poner fotografías: ya sabemos todos lo que es y no queremos dar más detalles.

Un amanecer en el Ganges, un paseo por los gaths y la visita a un par de templos son las últimas imágenes que nos llevamos de esta ciudad antes de coger el tren que nos llevaría a Calcuta, la última parada en India antes de salir hacia nuestro próximo destino: Tailandia.