Visitando la escuela de Los Garcías

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Los Garcías, 23-8-2012

Nos levantamos un poco tarde, sobre las 10. Parece que aún estamos un poco convalecientes de nuestras enfermedades y cansados del viaje. María ya lleva 6 horas despierta. Primero se ha ido al campo, es la época de recogida de frijoles y la están ayudando a recogerlos. Después ha ido a ordeñar a las vacas, ha hervido la leche, ha limpiado la casa y está preparando la comida (también se come temprano, antes de las 12 porque a esa hora empieza la escuela para los alumnos de 3º a 6º)

Vamos con los niños a sacar agua del pozo, me engancho con un alambre y me rompo el pantalón ¡Si es que por mucho que diga Javi que estoy hecha una montañera hay cosas que no cambian!

A mediodía nos vamos con María y sus hijos a la escuela. Aquí tienen dos turnos: mañana y tarde. La escuela no tiene suficientes aulas para todos, así que los alumnos de preescolar, 1º y 2º curso van por la mañana y de 3º a 6º por la tarde. María da clase a los alumnos de 3º, entre los que se encuentra su hijo pequeño. Cuando estuve aquí la otra vez, sus alumnos estaban en preescolar e hice algunas actividades con ellos. Sorprendentemente, algunos aún se acuerdan de mí. Nos presentamos, les hablamos de nuestro viaje y pasamos el resto de la tarde en clase con ellos. María nos hace partícipes de su clase y disfrutamos mucho de esta pequeña vuelta a las aulas.

María es una buena profesora. Anima a los alumnos a participar activamente en la clase, les hace pensar y expresar sus ideas, les propone trabajos en grupo... No todas las maestras son así. Vi otras profesoras que se limitaban a dictar la lección o a escribirla en la pizarra para que los alumnos las copiaran.

En la hora del recreo, Nielson empieza a jugar con un avión de papel que le hizo Javi ayer. Inmediatamente los niños empiezan a arrancar hojas de papel y a pedirle a Javi que les haga aviones. Javi se sienta en el patio y todos los niños se arremolinan a su alrededor cada uno con su hoja de papel. Algunos aprenden rápido, otros necesitan un poco de ayuda, pero al rato todos los niños de la clase están haciendo aviones y lanzándolos al vuelo.

Uno de los alumnos de María, Juan Ramón, es un tanto especial. Es el más mayor de la clase, porque aquí los niños pueden repetir curso varias veces. Este niño se crió prácticamente solo ya que sus padres están fuera, y tiene bastantes dificultades en la escuela. María y su hermana, que le dio clases el año pasado, han conseguido motivarlo un poco. Al menos no falta tanto a la escuela y de vez en cuando se muestra muy participativo. Cuando Javi intenta enseñarle a hacer el avión, vemos que tiene muy baja autoestima. No para de repetir “No sé, no puedo”, sin apenas haberlo intentado. Se nota que su vida no ha sido sencilla, pero tiene buen fondo. Un rato antes, cuando estábamos en clase, estaban hablando de las artesanías y han comentado que habían aprendido a hacer pulseras. Acto seguido, el niño se desata la pulsera que llevaba, hecha por él, se levanta y me la regala. Esos pequeños gestos se agradecen más que cualquier otra cosa, y llevo la pulsera con mucho cariño.

En la hora del recreo, las niñas me piden que juegue con ellas. Es increíble, pero aún se acuerdan de un jueguecito que hice hace cuatro años y me piden que lo repitamos. Luego ellas me enseñan otros juegos y los niños y niñas de otras clases se nos unen. Acabo agotada y llena de tierra, pero me lo paso tan bien con ellos que no me importa.

Al salir de la escuela vamos con María a Santa Lucía. Es el núcleo urbano más cercano. Aquí lo llaman ciudad pero para nosotros es más bien un pequeño pueblo, claro que si lo comparamos con la comunidad... En la comunidad Los Garcías las calles son de tierra y piedras, las casas son de ladrillo sin pintar, de madera o de adobe, sólo hay un par de pulperías (pequeñas tiendas de alimentación) y alrededor todo son campos. En Santa Lucía las calles están adoquinadas, hay tiendas de ropa, dos lugares con conexión a Internet... En comparación, sí, se podría decir que es una ciudad. Para ir de Los Garcías a Santa Lucía hay un bus, pero sólo pasa dos veces al día, así que lo más común es ir caminando. Es una media hora, el problema es que todo son subidas y bajadas y, con el calor que hace aquí, llegas siempre cansado y sudando.

Una vez en Santa Lucía, imprimimos unos cuestionarios que necesitamos para la reunión de becarios que tenemos el sábado y me compro un pantalón para asistir a esta: el único pantalón largo decente que tenía es el que se me rompió y en este país no está bien visto ir con pantalón corto.

Cuando emprendemos el camino de regreso a casa ya está anocheciendo. En la carretera no hay alumbrado. Dentro de la comunidad hace unos meses que han puesto algunas farolas y han llevado la electricidad a algunas casas que aún no tenían luz; una de ellas es la de Marcelia, una joven que estaba becada por Escoles Solidàries cuando vinimos la otra vez y con la cual queremos hablar para nuestro proyecto. Caminamos casi a oscuras, iluminados sólo por la luz de la luna que se filtra entre las hojas de los árboles que se alzan a ambos lados del camino.