Acercándonos al final

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Puerto Madryn-Buenos Aires, 20-7-2013

Aún es es de noche cuando Darío y Tamara nos recogen en la puerta del hostal. El sueño y el frío me tienen medio atontada. Pronto entramos en calor con unos mates y algo de conversación. Miro por la ventana. Me despido mentalmente de las ballenas, del mar, de Puerto Madryn.

Un poco más adelante paramos en una gasolinera a repostar. El viaje será largo, unos 1300 kilómetros. Bajo del coche y, cuando subo de nuevo, cierro la puerta y el coche arranca de nuevo, es cuando me doy cuenta. Este será el último trayecto que recorreremos en Argentina. Al final nos espera Buenos Aires, donde ya hemos hecho un par de paradas antes (una cuando nos dirigíamos a Ushuaia y otra antes de Puerto Madryn) Ya no habrá nada nuevo. Ni más autostop, ni más casas de amigos, ni paisajes diferentes... esto se acaba. Y no es como cuando volvimos a España después de pasar 7 meses en Asia, no. Esta vez se acaba de verdad. No es que no pensemos en volver a viajar alguna vez, ni que no queramos volver a casa, es sólo que me doy cuenta de que ESTO se acaba.

Tengo que hacer un esfuerzo para que no se me salten las lágrimas mientras miro por la ventanilla y veo pasar los ya conocidos paisajes patagónicos, con su viento y sus llanuras. Y también me despido de ellos sabiendo que en estas tierras ha transcurrido una parte importante de nuestro viaje.

Al final del trayecto nos espera un Buenos Aires helado, mucho más frío de lo que sería normal en esta época del año. Reconocemos ya sus puntos principales y nos instalamos en un hostal situado justo en el límite de la zona “recomendable” para turistas. En un momento dado nos planteamos ir a un hotel un poco mejor, ya que son los últimos días, pero nos echamos atrás. No tiene sentido cambiar esto al final del viaje. Sin embargo, parece que no hemos acertado con la elección; el hostal está a rebosar, prácticamente todo ocupado por una selección de fútbol infantil venezolana y tienen actividades de animación nocturna. Que no es que nos moleste, ni los chicos (que resultan ser un encanto) ni la animación en sí. Lo que nos molesta es que dure hasta las 2 de la mañana y que el protagonista del show (medio músico, medio cómico) ¡suene como un gato borracho y no tenga ni pizca de gracia! Como en otras ocasiones, nos resignamos e intentamos dormir.

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