Algunos vecinos del barrio de San Miguel del Padrón

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La Habana, 19-7-2012

La casa de Zoe está siempre llena de gente. Familiares, vecinos y amigos vienen a hablar con ella, a ver a su familia, a tomar café... ¡Y Zoe le pone apodo a todo el mundo! Desde hoy ya tiene los nuestros: Bambi y Oso Panda, aunque Miriam nos llama “los peregrinos” y la madre de Alejandro se refiere a nosotros como “los muertos-de-hambre esos” ¡Cada uno según la visión que tiene de nosotros! Una de las personas que pasa todos los días por la casa es Caridad. Zoe me cuenta su historia.

Caridad es de Pinar del Río, una zona rural al oeste de la isla, pero la casaron siendo casi una niña y se vino a vivir aquí. Caridad, que tendrá unos 50 años, tiene una mirada entre infantil y perdida, le faltan muchos dientes y no lleva ropa adecuada. Nada más verla se nota que tiene algún problema. Y con razón: hasta hace unos pocos años nadie sabía de su existencia. Su marido la tuvo 20 años encerrada en casa. Hasta que él murió nadie la había visto nunca por aquí. Él la maltrataba y la sometía a tratos vejatorios. Cuando Caridad estaba sola en casa, miraba por un agujerito que había en la puerta. “A ti te conocía de verte pasar”, le dijo a Zoe cuando empezó a hablar con ella. Tal vez estaba trastornada antes de venir aquí, tal vez fue él quien lo provocó; nadie puede quedar indiferente tras pasar media vida en esas condiciones. Caridad piensa que somos italianos y a veces nos habla por gestos.

Tiene dos nietas de 13 y 6 años a las que su madre también tiene bastante descuidadas. Incluso llegó a vender la leche que el gobierno le daba para las niñas con el objetivo de sacar algo de dinero.

Nosotros conocemos a la pequeña, Brenda.

Es un terremoto de niña que reclama continuamente atención y cariño. Jugamos mucho con ella y se inventa continuamente historias en las que aparecen monstruos y asesinos. El primer día juega todo el rato dando órdenes y pegando gritos. Al cogerla en brazos comprobamos que pesa menos que Sahari, la nieta de Zoe, que tiene unos 3 añitos. Al segundo día de verla, me pregunta:

- ¿Y tú por qué hablas tan raro?

- Porque soy de España

- ¿Y allí todo el mundo habla así?

- Claro, hablamos el mismo idioma pero suena un poco diferente.

- Ah... ¿Puedo llamarte tía?

Por supuesto, le digo que sí. Le pido que me dé un abrazo y se me cuelga del cuello como un monito. Qué poquito pesa...

Cada día que pasa la niña está más tranquila y cariñosa con nosotros. No deja de darme abrazos y besos. Es una lástima que una niña tan viva se esté criando en estas condiciones. Nos preguntamos que será de su futuro.

Con tanto ajetreo nos cuesta ponernos a trabajar. ¡Preferimos pasar el tiempo con ellos! Pero tenemos que concentrarnos para que no se nos acumule más trabajo.

Mientras escribimos sentados en el comedor, oímos a Marta cantando en la ducha. Nos miramos y sonreímos. Lo tomamos como una muestra de confianza. No somos unos invitados, somos casi parte de la familia. O al menos así lo sentimos nosotros.