De problema en problema ¡y tiro porque me toca!

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Cochabamba, 27-6-2013

Como me encuentro mejor, decidimos ir a La Paz y de ahí coger un bus a Cochabamba hoy mismo. Esperamos que no tener problemas para encontrar transporte; ya ha pasado el fin de semana y no debería haber mucha gente... y así es: no la hay. Pero tampoco hay vehículos.

Entre Coroico y La Paz hay dos carreteras: la nueva y la antigua “ruta de la muerte”, llamada así por los numerosos accidentes que se producían en ella. Es una ruta de tierra que discurre por una ladera bordeando unos precipicios enormes. Resulta que la primera está en obras y que en la segunda hay derrumbes. ¡Estupendo! Pero como ya sabemos por experiencia que dicen una cosa y luego es otra, nos quedamos haciendo cola en una de las ventanillas. Mientras, charlamos con Flor, una chica uruguaya que también va hacia La Paz.

Una media hora después llegan dos minivanes. ¡Muy bien! Somos los primeros para comprar los billetes. Nos quedamos a cuadros cuando la vendedora nos dice que si llevamos mochilas grandes no podemos viajar en la minivan.

- ¿Cómo que no? Si vinimos en una minivan, ¡y de esta misma compañía! -añado tras mirar el cartel de Tunki Tours.

- No, pero como la carretera está mala, no puede llevar peso, que se queda atrancada.

No nos creemos nada e insistimos en que nos venda los billetes, pero nos ignora por completo y empieza a cobrarle a la gente que mete los brazos entre nosotros con el dinero en la mano. Obviamente, muchas personas viajan con carga: no llevan mochilas, ¡pero llevan aguayos enormes!

Tardamos dos minutos en reaccionar y comprender que nos están tomando el pelo otra vez, que la gente local lleva bultos más grandes y pesados que los nuestros. Javi se atraviesa en la cola ocupando toda la ventanilla y exige que nos vendan los billetes pero... ya no quedan asientos. Javi, Flor y yo nos quedamos mirando con cara de imbéciles a la señorita y protestamos por su injusto trato. Por supuesto, nos ignora por completo.

Nos organizamos y nos dividimos entre todas las agencias, haciendo cola, y pactando que, si nos preguntan, diremos que no llevamos mochila. Sabemos que de otra forma no saldremos de aquí.

Finalmente abren la ventanilla en la que estoy haciendo guardia y pido tres pasajes.

- ¿Llevan carga? Es que este vehículo no puede llevar carga.

- No, no llevamos -respondo alto y claro.

- ¿No llevan mochila? -pregunta impertinente la señora que hay detrás de mí.

- No, sólo esta pequeñita -digo señalando la mochila de mano que llevo a mi espalda.

Tal y como imaginábamos, cuando nos dirigimos al bus vemos que el conductor está subiendo varios fardos enormes a la vaca y allí coloca también nuestras mochilas sin poner ninguna objeción.

- Cuando yo vine para acá, como no había casi gente, ¡se peleaban para llevarme cada uno a su agencia! -nos comenta Flor.

La conclusión es que nos estaban poniendo problemas por ser extranjeros, para cederles los asientos a la gente local. Para mí es un caso de discriminación, algo que nunca había vivido, algo que me sorprende y me ofende...

Una vez en La Paz, compramos los billetes para Cochabamba y pasamos la tarde “haciendo tiempo”: comemos algo, vamos un rato a Internet... De paso consultamos el estado de nuestra reclamación sobre el tema del bus de Uyuni y vamos con la empleada a la oficina de la compañía estafadora (Cruz del Norte), que por cierto estaba clausurada con una enorme pegatina en la puerta, pero seguía trabajando con una mesita fuera de la misma, cosa bastante habitual por aquí. Allí nos ofrecen devolvernos la mitad del importe de los billetes y accedemos al acuerdo. Lo que más nos molesta es que después oigo como la mujer de la agencia dice que nos los devuelve para no tener problemas con extranjeros, si fuéramos bolivianos no nos lo habría devuelto... Esas discriminaciones, ya sean a favor o en contra nos ponen de muy mal humor.

Nuestro bus sale a las diez de la noche, así que media hora antes nos dirigimos a la ventanilla. Vamos a viajar con una compañía grande, internacional, confiando en que el funcionamiento será mejor que en las anteriores. De momento parece que todo va bien: el autobús es nuevo, los asientos grandes y espaciosos, ¡por fin un bus en condiciones! Hasta que, poco antes de salir, decido ir al baño del bus. Abro la puerta y me encuentro un montón de ropa, zapatillas, bolsas... sobre la taza del inodoro. En ese momento pasa el ayudante del conductor y se me queda mirando.

- ¿Es que no funciona el baño? -le pregunto sospechando la respuesta.

- Eh... no. -me dice el ayudante

- Bueno, pues espéreme un momento que vaya al de la estación. -le digo al chico.

- Es que salimos ya. -responde apurado.

- Ya, pero si su baño no funciona, tendré que ir antes de salir, son muchas horas de viaje... -contesto yo intentando no enfadarme.

Un par de minutos después estoy de vuelta... y el bus no está.

- ¡Corra, que el bus ya la va a dejar! -me dice un señor mayor.

Asustada, echo a correr, tropiezo y me caigo, haciéndome un buen rascón en la rodilla. En eso veo a Javi que me hace señas y corriendo subimos los dos al bus.
No voy a transcribir todo lo que les dije al conductor y su ayudante porque me da vergüenza, pero es fácil imaginárselo. Y, aunque no es excusa, creo que mi enfado también es comprensible. Javi me cuenta entonces que nada más bajar yo del bus, el conductor había dicho “Nos vamos.¡Yo no espero a nadie!”, arrancando y empezando a mover el vehículo. Tras una breve discusión, algunos gritos y momentos de tensión, Javi había conseguido hacerle parar. El asunto es que no se atrevía a bajar a buscarme para que el bus no se fuera sin nosotros y con todas nuestras cosas a bordo. Increíble.

Lo peor es que con la mala leche y los nervios que me entran , apenas puedo descansar en toda la noche. Llegamos a Cochabamba y yo estoy muerta de sueño y enfadada por lo que ha pasado, así que ¡ponemos otra reclamación! Qué aburrimiento, todo el tiempo con lo mismo...

Encontramos un hostal tranquilo en la ciudad y por la tarde subimos al Cristo de la Concordia, una estatua gigante de Jesucristo situada sobre una colina, que recuerda al Cristo Redentor de Río de Janeiro, en Brasil. Desde aquí se ve toda la ciudad, y los fines de semana se puede acceder a la parte interior de la escultura, ascendiendo hasta la parte más alta de la misma; por desgracia, hoy está cerrado. También paseamos por el centro de la ciudad, deteniéndonos en la Plaza 14 de Septiembre, donde nos sorprende una intensa actividad de protesta social: paneles con noticias, venta de libros sobre política, educación e indigenismo, anuncios de talleres y actividades sociales... Nos parece muy interesante y se nos pasa por la cabeza quedarnos un tiempo y vivir un poco de ese ambiente, pero no queremos parar mucho en Cochabamba; es otra ciudad y estamos hartos de ciudades.

Además, después de todos los problemas que hemos tenido hemos decidido que no vamos a ir a Sucre y Potosí, otros dos destinos clásicos de Bolivia. No nos apetece y empieza a faltar tiempo para lo que nos falta por ver (Iguazú y la ballena austral en Argentina) antes de volver. Mañana mismo seguimos camino: nos vamos a Villa Tunari.