Domingo en familia

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Los Garcías, 16-9-2012

Javi se levanta con resaca ("engomado" dirían aquí) y con dolor de cabeza. Cuando se ha recuperado un poco, nos vamos todos a casa de Victoria, la cuñada de María: nos ha invitado a comer sopa de gallina. Igual que en Valencia es típico hacer paella los domingos, aquí lo típico es hacer sopa de gallina o de res, e invitar a amigos y familiares.

Pero antes de salir, María nos ha preparado una sorpresa: en la pared de su casa ha colgado una guirnalda con el nombre de nuestro proyecto. Se ve que llevan un par de días preparándolo porque yo había visto recortes de cartulina por la casa, pero no nos esperábamos esta bonita sorpresa.

Cuando llegamos a casa de Victoria, su marido, Freddy, aún no ha vuelto del partido de béisbol. Walter hoy no ha ido a jugar y está allí, preparando sacos de frijoles. Nos encontramos también con Lovendy, hija de Freddy y de su primera mujer. A pesar de su juventud (tiene mi edad) ya tiene una niña de 10 años y se ha casado tres veces. La madre de su hija se fue hace unas semanas a Costa Rica, dejando a la niña con una amistad que, al parecer, no cuidaba muy bien de ella, así Freddy se la ha traído a vivir con él y Victoria. Este tipo de relaciones y situaciones es bastante frecuente en Nicaragua. Parejas que se unen y se separan, hombres que tienen hijos por aquí y por allá. No es el caso de Freddy. Pero es muy curioso y significativo que, cuando le preguntas a un hombre por su descendencia responde “Me tienen dos hembritas y un varón”. Los hijos “se los tienen” las mujeres, no los tienen ellos.

Es aún una sociedad muy machista. También es frecuente que, los sábados por la noche, los hombres salgan con sus amigos a bailar, beber (que aquí es sinónimo de emborracharse) y quién sabe qué más cosas. Mientras, la mujer se queda en casa esperando. Algunas mujeres se ponen serias y ante esta situación les ponen los puntos sobre las íes, pero en general es algo que se acepta como normal y no hay más discusión sobre el tema.

Al rato de estar allí llega Freddy, y más tarde se nos unen Zeneida y sus hijas Grace y Chari.

- Pocas veces nos juntamos todos los hermanos, como hoy. Sólo falta mi hermano mayor, el que está en Costa Rica trabajando - nos dice María.

En un momento en que nos quedamos los dos solos hablando con María, empezamos a hablar de la religión y de la importancia que tiene aquí en la vida de la gente. Para ellos no es sólo ir a misa los domingos, es algo mucho más profundo. Hay quien cree en las sanaciones, por ejemplo. Nuestra amiga ha vivido muy de cerca algunos casos de personas a las que el médico les había dicho que no tenían curación y a través de la oración, yendo a lugares místicos, etc. se habían curado. Nosotros somos muy escépticos con estos temas, pero por lo que nos cuenta María, algo de verdad tiene que haber en todo esto, aunque no sabemos si será Dios, la propia autosugestión o alguna otra cosa.

Por la noche, ya en su casa, seguimos hablando de espíritus, brujería y maleficios. A mí estas cosas me dan bastante miedo, la verdad, y en ocasiones intento evadirme de la conversación ¡no quiero tener pesadillas! Aquí se cree que hay unos brujos que habitan en la selva y a veces se acercan a las casas tomando forma de animales extraños. María nos dice lo que a ella le han contado sus padres y abuelos, nos explica cómo hay que enfrentarse a esos espíritus, gritándoles sin miedo. Si ven que tienes miedo no se van y siguen molestando.

La luz se ha ido y charlamos a oscuras, sentados en el porche de su casa. María nos cuenta cómo una vez, mientras dormía sola en casa, oyó un silbido agudo y prolongado, el silbido característico de los brujos. A la vez se oía como si alguien tirara arena sobre el tejado de zinc. María se levantó de un salto y comenzó a gritar como si hablara con un vecino:

- ¡Fuera de aquí! ¿Que quiere? ¿No le da vergüenza ir por ahí asustando a la gente? ¡Grosero! – y así continuó un rato.

Como el sonido no paraba, salió a la puerta de su casa y entonces vio un extraño animal blanco de forma indefinida que subía y bajaba de un montón de ladrillos que había frente a la puerta de su casa. Era muy raro, pero a María no le daba miedo y le continuaba gritando:

- ¡Vete de aquí! ¡Brujo cochino!

Nosotros escuchamos, entre divertidos y asustados. María continúa contando cómo esa misma noche llegó corriendo su marido, que había estado tomando ron con unos amigos. Llegó con la cara desencajada y golpeando la puerta para que le abrieran mientras gritaba:

- ¡Abre María que me persigue un demonio! ¡Abre, abre!

Según parece se quedó dormido en una hamaca entre dos árboles y de pronto le despertó un silbido espeluznante al tiempo que algo le volteaba la hamaca y lo tiraba al suelo. Él salió corriendo mientras un animal extraño le perseguía hasta la casa.

La noche sigue con historias que parecen sacadas de cuentos mágicos. Nos habla de un vecino que apareció en la copa de un árbol altísimo del que no podía bajar. Contó que volviendo a su casa desde Boaco había visto unos caballos preciosos y se había pasado la noche persiguiéndolos, sin poder evitarlo, como en un sueño, para despertar en lo más alto de ese árbol asustadísimo.

También nos habla de los cazadores que a veces encuentran una piedra extraña dentro de un venado. Los que tienen esa suerte o esa desgracia, tienen luego una relación muy especial con esos animales. Parece que les siguen a todas partes, rondan su casa por las noches, duermen en sus campos... Los demás cazadores no quieren ir con ellos de caza porque a veces confunden a sus compañeros con venados y les pueden disparar. Nos dice María que su padre tenía un amigo al que le pasó eso.

Nos gusta escuchar esas historias mágicas de una tierra en la que aún existe el misterio y los cuentos de los abuelos junto al fuego se confunden con la realidad. Oyendo todas estas y muchas más historias comprendemos que américa sea la cuna del realismo mágico. Para ellos sigue siendo algo natural.

Escucho hablar a María y a Javi, pero yo estoy poco comunicativa. No puedo dejar de pensar que pasado mañana nos vamos de casa de María y lo duro que va a ser el adiós. Siempre me pasa cuando se acerca el momento de despedirme de alguien muy querido: la melancolía me invade con un par de días días de antelación. Me da mucha rabia, me gustaría estar al cien por cien hasta el último momento, pero no puedo evitarlo.