Empezando a hacer amigos en Cuba

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La Habana, 12-7-2012

René es un cubano que lleva 17 años viviendo en España. Trabaja de conserje en el mismo colegio donde da clases mi amiga Lourdes. Antes de salir, tuve la oportunidad de conocerlo y hablarle de nuestro proyecto. René es un hombre encantador y por el tiempo que pasé con él y con Lourdes sentados en una cafetería, vi que la gente lo adoraba. Los niños del colegio, cuando lo veían, iban corriendo a abrazarlo. Las madres se acercaban a saludarlo y a despedirse de él: en unos días se iba a Miami. Es uno de los muchos afectados por la crisis que se está viviendo en España. René nos habló con gran cariño de su tierra y de su hijo, Alejandro, quien regresó a Cuba tras pasar un año y medio en España con su padre. Aceptamos encantados su ofrecimiento de conocerlo cuando llegáramos aquí, y eso es lo que vamos a hacer ahora mismo.

Son casi las 10 de la mañana y nos dirigimos al Capitolio, en el centro de la ciudad de La Habana. Allí hemos quedado con Alejandro, el hijo de René. Para reconocernos, él nos dice que llevará un libro en la mano. Me parece una idea muy romántica, no en el sentido amoroso, sino porque recuerda a tiempos antiguos. Encaja perfectamente con esta ciudad, donde aún se ven algunos caballeros de piel oscura, con traje blanco y sombrero caminando con elegancia por las calles.

Alejandro es un chico alto y delgado, de piel y cabello claro. Tiene más aspecto de europeo que de cubano. Nos recibe con una gran sonrisa y con una charla animada. Enseguida vemos que le encanta hablar y que acompaña sus palabras con una gran expresividad; se nota que pertenece al mundo del teatro. Con él viene su prima Dianelis, que está pasando unos días en su casa.

Empezamos a recorrer con ellos las calles de la Habana Vieja y nos sentamos a conversar en un parque. Aunque hace calor, se está bien bajo la sombra de los árboles. Alejandro nos habla de la historia de Cuba, de sus poetas, de la revolución. Es una fuente de conocimiento y disfruta compartiéndolo.

Por la tarde vamos juntos al Coppelia, la heladería más famosa de La Habana. Dentro del gobierno comunista se decidió que todos los niños tenían derecho a tomar helado. Puede parecer una tontería, pero al mismo tiempo entiendo que es una forma de dar a la gente un respiro, una alegría sencilla. El lugar también invita al relax. Se encuentra en un parque, rodeado de naturaleza y con mesitas en terrazas. Algunos animadores preparan juegos para los niños. Son familias normales en un entorno normal, donde pueden olvidarse por un rato de la lucha diaria por la supervivencia. Y se lo pueden permitir porque el precio de una fuente de helado con 5 bolas y galletitas, que se paga en moneda local, es de 5 pesos (0'20 €)

Va pasando la tarde y Alejandro tiene que ir a trabajar. Es tramoyista en el teatro El Sótano, en el barrio de El Vedado, y nos invita a acompañarlo. Mientras esperamos a que empiece la función, nos habla de la relación con su padre. No ha sido fácil: demasiada distancia durante demasiado tiempo.

- Mi padre se fue a España por una canción, “Mediterráneo”. Desde que la escuchó decidió que quería ir a España, y allí se fue: a Valencia, junto al mar– nos cuenta Alejandro – Mi padre siempre ha sido un soñador, pero eso tiene sus consecuencias...

- Yo creo que está bien ser un soñador - apunta Javi.

- Sí, pero entonces quizás no deberías tener hijos.

A pesar del dolor que transmiten sus palabras, al mismo tiempo vemos que siente un gran cariño y admiración hacia René:

- Sólo hay una persona a la que admiro en el mundo, y ese es mi padre. Si yo soy así también, un romántico, loco y soñador, es porque llevo sangre de René Benítez en mis venas.

Alejandro, a sus veinticinco años, empieza a saber lo que quiere y, sobre todo, lo que no quiere. Sabe que no quiere tener un trabajo en el que no se sienta realizado. Sabe que le gusta la literatura y el teatro, y que quiere combinar ambas cosas, afición y trabajo, para ganarse la vida con algo que de verdad le hace feliz. Hay quien le echa en cara que no es práctico. En todo el mundo, y más en Cuba, parece que lo importante es tener una estabilidad económica y, en parte, es cierto. Pero no por eso hay que renunciar a los sueños y resignarse a una vida mediocre.

Si bien su padre está lejos, sabe que él lo entiende, comprende su forma de pensar y de ver el mundo y tienen muchas ideas en común. Lo mismo le ocurre con nosotros.

Sin embargo, esto no pasa con su madre y su padrastro, con los que vive en el barrio de San Miguel del Padrón, a las afueras de La Habana. Es como si fueran de mundos diferentes. Como diría luego Lisandro, el hermano de su novia, “Alejandro y sus padres son líneas paralelas, nunca se van a tocar. Y si se cruzan, salen disparadas como un rayo”. Nosotros también nos hemos encontrado con personas que ni entienden ni comparten nuestra forma de ver la vida, pero cuando esas personas son tus padres y tienes que vivir en la misma casa, la convivencia puede ser una verdadera pesadilla. A pesar de todo, Alejandro no se rinde y día a día intenta que esas líneas paralelas se acerquen un poco. Tal vez nunca lleguen a juntarse, pero al menos puede que haya menos distancia entre ellas.

Empieza la representación teatral, que lleva por título “Fabulario inconcluso”, un monólogo un tanto curioso, mezcla de cuentos y poesías de autores como Federico García Lorca o Miguel Hernández. Cuando acaba la obra les ayudamos un poco a desmontar el escenario y a montar el del día siguiente. Es un montaje sencillo, con atrezo algo viejo y estropeado. No hay muchos recursos, pero sí muchas ganas e ilusión. Eso es lo que importa: el arte es una forma de expresión, de comunicación y a veces, como creo que es el caso de Alejandro, de liberación. Para eso no hace falta un gran decorado y focos de mil colores, sólo tener una historia que contar.

Antes de despedirnos, hablamos de nuestro alojamiento en La Habana. Y es que en Cuba nos hemos encontrado un pequeño problema: los hoteles y casas en las que alquilan habitaciones de manera legal tienen unos precios demasiado altos para nosotros, siendo prácticamente imposible encontrar una habitación por menos de 20 €. Esto para nosotros es un problema, ya que ese es nuestro presupuesto de todo el día. Si no encontramos nada más económico, tendremos que salir del país antes de lo previsto.

Alejandro nos va a ayudar en esta tarea. Entendemos que, dada la situación que se vive en su familia, no podemos quedarnos en su casa. Es la familia de su novia, Jazmín, la que se ha ofrecido para hospedarnos. Nosotros agradecemos enormemente su ofrecimiento, pero estamos preocupados por si les causamos algún problema legal. Y es que aquí está prohibido alojar a un amigo o incluso a un familiar en tu casa sin el permiso correspondiente y previo pago de 40$ por persona en concepto de “visado familiar”

- Miren, no se preocupen, aquí todo se puede manejar – nos asegura Alejandro, justo antes de pedirnos que vayamos a conocerlos mañana por la mañana.

Ya por la tarde, y de vuelta en la habitación que ocupamos en La Habana Vieja, me asomo al balcón. De algún lugar salen las notas de una típica salsa cubana. Una mujer negra vestida de blanco inmaculado que pasea a su bebé en un carrito, se para hablar con una vecina al tiempo que se deja llevar por la música y comienza a bailar. Un minuto después se acerca su marido, también vestido de blanco, y los vemos alejarse hacia la plaza. Junto a ellos pasa un “almendrón”, uno de esos antiguos coches americanos como los que aparecen en las películas de los años 50 y que aquí son muy habituales. Está bien cuidado y pintado de un rojo brillante. Es La Habana de las películas, de las postales en color sepia, de la música y los vendedores callejeros de “maní”.