En Sukhothai

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Sukhothai, 21-3-2012

- ¡Qué calor! ¡Esto es peor que un día de poniente en Valencia en el mes de agosto!

Pobre Javi, con lo mal que lleva las altas temperaturas y nosotros en una habitación hecha de planchas metálicas que, por no tener, no tiene ni ventilador.

Llegamos a Sukhothai ayer por la tarde y enseguida nos dirigimos a la parte antigua de la ciudad, la más cercana a las ruinas.

Por el camino, tenemos tiempo de hablar con el conductor del tuk-tuk:

- Antes en Old Sukhothai no había nada, sólo un pequeño mercado para comprar comida. Ahora hay de todo: hoteles, restaurantes, tiendas... ¡No hay problema, hay de todo! Por cierto, ¿de dónde sois?
- De España.
- ¡Ah, mi hermano vive en España! Se casó allí.
- ¡Vaya, encontró una novia española!

Entonces a nuestro conductor le cambia la cara, se pone rojo y nos dice:

- No un novio... ¡Lo siento! ¡Lo siento!

No sabemos cómo explicarle que por nosotros no hay ningún problema, que nos parece estupendo, pero el hombre no deja de disculparse. La verdad es que no nos extraña demasiado: en ningún sitio hemos visto tantos travestis como en Tailandia. Muchas dependientas de supermercados y perfumerías son hombres, perfectamente vestidos y maquillados; más de una vez hemos dudado de si estábamos hablando con un hombre o una mujer. Parece que están bastante aceptados en la sociedad, pero no por todo el mundo. En algún local hemos visto un cartel indicando que no eran bienvenidos.

Cuando llegamos era última hora de la tarde. Entonces el calor era más llevadero y el hotel es económico y bonito (la habitación no lo es tanto) por lo que decidimos quedarnos aquí, aunque ahora nos estamos arrepintiendo un poco. Además, ninguno de los locales de los alrededores tiene aire acondicionado. El único que lo tiene es el omnipresente 7Eleven (hay miles de tiendas por toda Tailandia), por lo que aprovechamos la más mínima excusa para ir a comprar algo allí y refrescarnos entre las estanterías.

En los alrededores del hotel hay un mercado, con varios puestecitos donde comer algo rápido y barato. También hay un par de restaurantes bastante decentes, donde Javi se ha propuesto recuperar los kilos que ha perdido estos días que ha estado enfermo.

Sukhotai esconde en la parte antigua de la ciudad una gran cantidad de ruinas, mientras que hay otras muchas repartidas en el norte, sur, este y oeste de la misma. Decidimos explorar primero estas y dejar para mañana la parte central.

Teniendo en cuenta las altas temperaturas y la amplia extensión de terreno que ocupan las ruinas que vamos a visitar, al día siguiente decidimos alquilar una moto.

Recorremos algunos kilómetros por una carretera hasta llegar a la primera indicación, que señala los restos de un templo en lo alto de una colina. Subimos andando por un camino de piedras. La lluvia ha ido arrastrando la tierra de sus costados, por lo que parece una pasarela levantada medio metro sobre el terreno. Cuando llegamos arriba, un Buda de unos 15 metros de alto nos recibe, como saludándonos con su mano derecha levantada, la palma vuelta hacia nosotros. A sus pies, una figura más pequeña parece meditar, sentada en la posición del loto, mirando hacia el infinito. A los pies, y en las manos del Buda, hay algunas flores, adornos y joyas. Nos sorprende y nos gusta pensar que quien las ha puesto ahí confía en que nadie las robe, confía en la humanidad.

Durante la mañana y parte de la tarde seguimos recorriendo ruinas de templos, algunos mejor conservados que otros, donde los elefantes que los decoran han perdido sus cabezas o los Budas no son más que montones de ladrillos. Jugamos a adivinar cuál de las típicas posiciones (de pie, andando, sentado o reclinado) tenía la figura antes de que el tiempo la desdibujara. De vez en cuando nos tomamos algún pequeño descanso. Afortunadamente, esta zona es muy verde, llena de árboles bajo los cuales podemos resguardarnos del sol.

Ya de vuelta hacia el hotel, en medio de una carretera, encontramos un puesto de bebidas y fruta instalado en la puerta de una casa de campo. Ya no nos queda agua ni nada que comer, así que decidimos parar. Los dueños son un matrimonio de unos 50 años. El hombre, sonriente, nos da el agua, la coca-cola y los plátanos que hemos pedido. Mientras nos sentamos a refrescarnos, veo que la mujer está intentando darle de comer a un pequeño gatito, más interesado en jugar que en tomarse la leche que ella le ofrece en un cuentagotas. Me acerco a ella e intento explicarle que nosotros también tenemos un gato en España. No estoy segura de si me entiende, pero mientras el gato ha descubierto mi presencia y sigue con ganas de jugar, así que compartimos unas risas mientras el gato se revuelve sobre la plataforma de madera en la que estamos sentados. Su marido se acerca a nosotros y, siempre sonriente, nos ofrece algunos plátanos más. Cuando se da la vuelta, veo que lleva la espalda tatuada con lo que parecen frases, escritas verticalmente. He visto a varias personas aquí con tatuajes como este, pero aún no sabemos el significado.

Es un rato muy agradable y comentamos tristemente que ha sido el contacto más real con la gente local de Tailandia hasta el momento. Seguimos nuestro camino hacia el hotel, donde pasamos el resto de la tarde en una terraza, buscando consuelo en el ventilador que gira sobre nuestras cabezas.

Y si las ruinas que vimos ayer ya nos resultaron interesantes, las que hemos visto hoy nos lo parecen aún más. Mejor conservadas que el resto, rodeadas de jardines y de lagos, es un sitio para explorar con calma.

Cada uno de los Budas parece tener algo especial: la expresión de paz en su cara, la forma de sus manos, su tamaño, la forma cuadrada de sus pies, las uñas pintadas de dorado... Los lagos, salpicados de nenúfares, reflejan los templos de su alrededor. Entre ellos, encontramos lo que reconocemos como un templo hindú, aunque la decoración de su fachada, con extraños dragones, parece más cercana a China que a la India.

Pasamos varias horas perdiéndonos entre las ruinas, a pesar del calor que hoy también nos acompaña. Tan vez habría sido buena idea hacer como la gente local y llevar con nosotros un paraguas para protegernos del sol.

Aunque aquí hay más turistas, podemos disfrutar de la visita sin agobios y hacer algunas fotos sin que nadie se interponga entre Buda y nosotros.

Contentos de haber venido, mañana pondremos rumbo a Mae Sot.