Excursión a Salento y el Valle de Cocora

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Pereira, 19 y 20-2-2013

Tanto Javi como yo tenemos ganas de naturaleza (bueno, quizás Javi tenga aún más ganas que yo) así que esta mañana salimos temprano de casa camino a Salento, un pintoresco pueblito colombiano. Sin embargo no es ese nuestro destino, sino el Valle de Cocora, donde se encuentra la escasa palma de cera, un tipo de palmera que únicamente se encuentra en esta región de Colombia y que puede llegar a medir 80 metros de altura. Nos hablaron de ellas en el Jardín Botánico de Bogotá y nos entraron ganas de verlas en persona y en todo su esplendor. También nos han dicho que se puede hacer una caminata de unas 2 horas hasta una finca que se encuentra en medio de la naturaleza y donde hay muchos colibríes.

Llegamos a Salento y cogemos el primer 4x4 que sale hacia Cocora; es la única forma de llegar hasta allí. Una vez en Cocora, un guía nos indica el camino hacia nuestro destino, la Finca Acaime (también conocida como Herencia Verde) y nos indica que desde allí podemos regresar por otro camino que nos llevará al valle donde se encuentran las palmas de cera. Serán 2 horas de ida y 3 de vuelta. ¡No hay tiempo que perder! Empezamos a andar por el camino, que discurre junto al río. Primero pasamos por campos donde las vacas pastan mansamente, paisaje que a Javi le recuerda a Asturias. Pronto el paisaje va cambiando y nos vamos adentrando en la montaña, con una naturaleza más salvaje y con las pendientes de los caminos mucho más pronunciadas.

Aunque últimamente hemos hecho un poco de ejercicio, aún estamos bastante flojos, así que llegar nos cuesta un poco más de lo previsto. Una vez en la finca el cuidador, Omar, nos invita a descansar y nos ofrece tomar queso con aguapanela (típica bebida colombiana hecha a base de panela -puro azúcar de caña- y agua caliente) que nos sienta de maravilla. Aunque yo apenas me entero de lo que estoy tomando porque estoy embobada mirando el montón de colibríes que vuelan frente a nosotros atraídos por los recipientes de agua con azúcar colocados en los alrededores. ¡Me encantan estas aves y aquí debe de haber más de 50! Pasamos un buen rato observando a estos veloces pájaros de colores. Hay de varias clases: unos más pequeños, otros con el pico larguísimo, uno con una preciosa cola azul, otro blanco y negro, otro con el pecho de un color rosa reluciente... Vuelan veloces, con un zumbido como de abejorro, pero se posan continuamente a beber agua con azúcar, lo que nos permite observarlos detenidamente.

 

Si queremos regresar a tiempo para coger el último 4x4 deberíamos irnos enseguida, pero... ¿queremos irnos? Hace un rato un chico nos ha dicho que el páramo (el árido paisaje de la alta montaña andina) está a unas dos horas de aquí, en un lugar llamado Estrella de Agua, y nos encantaría verlo. Hoy no nos da tiempo de ir y volver hasta el valle, pero en la Finca Acaime se puede dormir así que... ¡nos quedamos! De esta forma mañana podemos subir al páramo, regresar por el camino de las palmas de cera, volver a Salento y llegar a Pereira a eso de las 7 de la tarde. Y esta tarde aún tenemos tiempo de ir a un mirador cercano (otras dos horas de caminata).

El alojamiento en la finca es básico: una habitación con 20 literas en la que sólo estamos nosotros dos. Y la comida también: sancocho de carne (sopa con patata, plátano, yuca y carne, comida muy tradicional en centro y sudamérica). Para nosotros está bien; lo malo es que hace bastante frío y no dormimos muy bien. No habíamos venido preparados para esto. De hecho no llevamos un ropa para cambiarnos, ni comida, ni nada...

Aún así, hoy nos hemos levantamos con ganas y en un par de horas llegamos a Estrella de Agua. Allí encontramos un albergue en construcción y una cabaña en malas condiciones de donde sale a saludarnos un joven. Javi y yo estamos un poco desconcertados: esto de páramo no tiene nada.

- Disculpe, ¿esto es Estrella de Agua? - le pregunta Javi al chico.

- Sí, aquí es.

- ¿Y el páramo?

Ay, no, para llegar al páramo tienen que caminar como dos horas más. Aquí lo que pueden ver es una cascada que hay aquí al ladito, a cinco minutos.

¡Qué decepción! ¿Qué hacemos ahora? No nos da tiempo a subir y bajar en el día y aquí no se puede dormir. No tenemos más opción que resignarnos y coger el camino de regreso tras ver la pequeña cascada.

Estamos bastante decepcionados porque teníamos muchas ganas de conocer ese otro paisaje colombiano e incluso teníamos la esperanza de ver un gran nevado cercano, pero no podíamos hacer más.

Seguimos nuestro camino, que primero es de bajada para luego subir de nuevo hasta la finca La Montaña, rodeada de altos pinos, una zona que nos recuerda bastante al bosque mediterráneo.

De ahí, comienza el camino de bajada y enseguida empiezan a verse las primeras palmas. Si desde lejos ya impresiona su altura, lo hace aún más al ponerse al pie de una de ellas. Es un paisaje muy curioso, en el que las palmas parecen larguísimos palillos clavados en el valle, sobre las montañas, entre los árboles... Las vacas y los caballos que pastan entre ellas parecen de juguete.

La escala engaña a la vista, poco acostumbrada a árboles de esa altura. No en vano es uno de los árboles más altos del planeta. Lamentablemente, durante muchos años fue explotado por su cera, por su frutos o para hacer palmas para el Domingo de Ramos... esto ha producido que el árbol nacional de Colombia este en peligro de extinción y que hoy sea una especie protegida.

Una hora después llegamos a Cocora, justo a tiempo de coger el 4x4, comer algo en Salento y coger el bus a Pereira. Una vez en marcha llamo a Blanca Inés para avisarla de que vamos de camino.

- ¡Cuando vengan les tengo una sorpresa! - me dice Blanca emocionada.

- ¿Sí? ¿Cuál?

- No les puedo decir... Cuando lleguen no estaré en casa, le dejaré las llaves al portero para que puedan entrar. ¡Espérenme allí!

- Muy bien, ¡nos deja muy intrigados!

- ¡Ya verán que la sorpresa les va a gustar!

Cuelgo el teléfono y le transmito la información a Javi. ¿Qué será?

Cuando llegamos a casa de Blanca, el portero nos da la llave, abrimos la puerta y...

- Uy, ¿tú quién eres? -digo al ver a un cocker negro que sale a recibirnos -. Se parece a Mona, la perra de Juan y Juli... Espera ¡es Mona! ¡Y esa es Luna!

- ¡Es verdad! ¿Qué hacen aquí?- exclama Javi.

- ¿Y esas maletas?... No me lo puedo creer, ¡Juan y Juli están aquí!- exclamo contentísima.

- Anoche estuve hablando con Blanca- responde Javi -y me dijo que estaban pensando en volver, pero que no sabía cuándo. Me dijo que no vendrían en bastante tiempo ¡Deben haberse presentado por sorpresa!

No nos podemos creer que estén aquí nuestros amigos, y que haya coincidido justo cuando estamos nosotros.
Un rato después llegan con Blanca. Nos saludamos con grandes abrazos, aún sin creernos la casualidad o el destino hayan hecho que nos encontremos aquí de nuevo.

Juan y Juli nos cuentan que el negocio en la isla no les iba bien. Todo el mundo nos decía que la mejor temporada era enero, así que estuvimos esperando hasta entonces -nos explica Juan-. Y cuando llegó enero... ¡eso era un infierno! Llegó un montón de gente de Colón (una ciudad conocida por la mala fama de sus habitantes) y dejaron la isla hecha un asco. Cuando ustedes vinieron dijeron que había mucha basura, ¿cierto? ¡Entonces no había nada! En enero había zonas en que la basura cubría toda la arena, ¡toda! No había ni por dónde pasar. No podíamos ni montar la tienda porque el espacio lo ocupaba un montón de gente borracha por ahí tirada. Fue horrible...

- Vaya, qué lástima... ¿Y eso es siempre así? - pregunta Javi.

- Dicen que este año ha sido peor que nunca. Pero nos juntamos con los dueños de varios hoteles y restaurantes y fuimos a hablar con el alcalde para que tome medidas.

- Ojalá se pueda hacer algo, aunque para ustedes ya sea tarde – digo yo.

- Es cierto... Para nosotros fue demasiado, por lo desagradable que fue y porque no pudimos vender, cada vez nos quedaba menos plata de nuestro ahorros... Así que lo hablamos y decidimos volver -acaba de contarnos Juan.

Yo llamé desde allá a mi antiguo jefe y me dijo que podía volver al trabajo, pero que tenía que incorporarme ¡este mismo lunes! Así que vendimos todo lo que pudimos de la casa, hicimos las maletas y vinimos para acá.

Nos da mucha pena que hayan tenido que renunciar, al menos de momento, a su sueño. Seguro que fue una decisión difícil pero parece que lo han asimilado bien. Juan nos dice que todo en la vida es un aprendizaje.

- Yo pensaba que sería feliz cuando viviera junto al mar, y viviendo allí me he dado cuenta de que la felicidad es un estado mental, no importa dónde estés -reflexiona nuestro amigo en voz alta.

Quizás el tiempo que han vivido en Isla Grande fue una etapa en sus vidas, la vuelta a casa es otra. No saben qué pasará en el futuro, tal vez vuelvan a intentarlo de nuevo en Panamá o tal vez no. Eso se verá con el tiempo.

En cualquier caso, nos alegramos de verlos de nuevo.