La mujer en la India

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Aunque sabíamos que en India la situación de la mujer no era demasiado buena, no nos imaginábamos que podía llegar a ser tan dramática. Una cosa es saber que la inmensa mayoría de las mujeres sean amas de casa dedicadas al cuidado del hogar y de los niños y otra es descubrir las historias que pueden llegar a protagonizar.

Empezamos a conocer esta realidad de la mano de Sonu, la mujer que con la que hablamos durante nuestros primeros días en Delhi y que está ayudando a niños de la calle y a mujeres del barrio en el que vive.

Ella tuvo que descubrir esta realidad por sí misma. Sonu nació en Kathmandu, en Nepal, en una familia y una cultura en la que tenía bastante libertad, pero en la que aún son frecuentes los matrimonios concertados. No sabemos qué le pasaría por la cabeza cuando sus padres le dijeron que se casaría con Raju. Aunque los dos estaban de acuerdo con la persona que sus padres habían elegido para ellos, casarse con el suponía irse a vivir a la India, lejos de su familia. Siempre ocurre así: cuando una mujer se casa, se va a vivir con la familia de su marido: sus padres, sus hermanos con sus respectivas mujeres e hijos y las hermanas solteras.

Al principio no le resulto nada fácil. Si bien es cierto que su marido era cariñoso y comprensivo, sus suegros no lo eran tanto. Sonu tuvo que cambiar su forma de ser, de vestir y de actuar. Ella, que disfrutaba con la música, bailando y cantando, se vio privada de estos placeres. Su carácter fuerte y decidido no era bien recibido. Ese mismo carácter hizo que le resultara muy difícil seguir los caminos marcados por la tradición, según la cual debía obedecer y respetar a sus suegros por encima de todo. Muchas mujeres acaban siendo prácticamente esclavas, obligadas a limpiar y cocinar para toda la familia.

También tuvo que dejar su trabajo de maestra para cuidar de su hijo y de su suegra, que estaba enferma. Era una vida muy diferente a la que había llevado hasta ese momento y cada vez se sentía más infeliz. Fue por esto que empezó a hablar con las vecinas, a preguntarles si a ellas les pasaba lo mismo… y descubrió que sí. Y no solo eso, sino que escuchó historias mucho más duras que la suya. Nos quedamos helados cuando nos contó alguna de ellas.

Pero antes tenemos que comentar que en India, como en otras culturas, se da mucha importancia a tener hijos varones, hasta el punto de que, a veces, tener hijas está considerado una desgracia. Tiene que ver con la dote que deben pagar las familias cuando casan a una hija y con el hecho de que, cuando se casan, se van a vivir con la familia del marido. Entonces sus padres se quedan solos y sin nadie que les cuide en la vejez.  Por añadidura, si un matrimonio solo tiene niñas, la culpa siempre es de la mujer. La situación es tan grave que está prohibido por ley conocer el sexo del bebe antes de su nacimiento. Esto se hace para evitar abortos selectivos de niñas, aunque algunos médicos lo dicen bajo mano a sus pacientes e incluso hay empresas dedicadas a hacer ecografías clandestinas.

Una de las vecinas de Sonu tuvo varias niñas, para descontento de la familia de su marido. Como castigo, su suegra le metió la mano en agua hirviendo. En ocasiones es el propio marido el que quema a la mujer por no darle un hijo.

Otra de las mujeres tuvo 4 hijas. Su suegra amenazó con deshacerse de las niñas, por lo que las pequeñas vivían con la madre de ella, que las cuidaba en su casa. Cuando por fin tuvo un hijo, pudo recuperarlas.

Esto es solo un ejemplo de la pesadilla en la que viven muchas mujeres en la India. Pero qué poco se habla de esto, ¿verdad? Por supuesto, no siempre es así. También hemos visto a padres totalmente enamorados de sus niñas, llevándolas en brazos, jugando con ellas… como nuestro amigo Krishna, que vive en un pueblecito del desierto. No se puede generalizar, pero nos llama la atención que hoy en día se den casos como estos. Hemos oído que ocurren cosas similares por ejemplo en China, pero aquí nos ha sorprendido.

Cuando empezó a conocer estas historias, Sonu decidió hacer algo para mejorar un poco la vida de estas y otras mujeres. Con la ayuda de su marido empezó a reunirse con ellas para enseñarles, para hablar, o simplemente para ver una película de Bollywood (excusa perfecta para disfrutar escuchando música). Pueden parecer pequeñas cosas, pero esto marca una diferencia en su día a día, en su vida muchas veces gris y aburrida. Además, con lo que les enseña Sonu, tendrán una pequeña oportunidad de tener un futuro mejor si se quedan solas el día de mañana.

Más ambicioso es el proyecto que tienen para ayudar a las mujeres que se dedican a la prostitución, la mayoría de ellas, viudas. ¿Por qué? Imaginemos a una mujer que solo sabe cuidar de su casa y de los niños. Su marido muere y, como no tienen hijos, la familia de este la echa de casa. Si por algún motivo no puede regresar a casa de sus padres, ¿qué salida le queda? Aunque sepa cocinar, no la contratarán en ningún restaurante: todos los trabajadores son hombres. Las familias aquí no necesitan niñeras porque las propias madres cuidan de sus hijos. Las únicas opciones que le quedan son la prostitución y la mendicidad. Aun así, como nos recordará más adelante nuestra amiga María en Varanasi, hace unos años (no muchos) era aun peor: las viudas eran quemadas en la pira funeraria con su marido. Sonu y Raju quieren dar una alternativa a estas mujeres: enseñarles a hacer collares para que los vendan por la calle o ayudarles para que puedan vender lo que cocinen. En caso de que no dejen la prostitución, las animan a utilizar anticonceptivos como forma de protegerse y de no tener más hijos que alimentar.

Otro campo de batalla es la salud de las mujeres en general y la salud materna en especial. Sonu nos cuenta que la mayoría de las mujeres dan a luz en sus casas, sin ningún tipo de supervisión médica. En el mejor de los casos cuentan con una matrona que las ayuda, siempre una mujer, porque es inconcebible para ellas que un médico hombre las toque o ni siquiera que las mire. Si todo va bien no tiene por qué pasar nada; en todo el mundo muchas mujeres dan y han dado a luz en estas circunstancias. El problema surge cuando algo va mal. En la zona en la que viven no hay médico, el hospital esta lejos y ningún vecino tiene coche. El resultado mas trágico es el que se vivió justo unos días antes de llegar nosotros, cuando una madre y su hijo recién nacido murieron de camino al centro de salud que, al fin y al cabo, no es mas que una camilla y una mesa con algunos instrumentos. En el mismo mes, en el mismo barrio, sucedió un caso parecido con un parto prematuro; en esta ocasión la madre sobrevivió, pero el bebe no. Ahora Sonu y Raju están intentando recoger dinero para comprar un vehículo que pueda ser usado por su comunidad en caso de necesidad.

Cuando la suegra de Sonu falleció y su hijo era ya un poco más mayor, decidió que quería retomar la enseñanza. Pero no buscó trabajo en un colegio: lo que quería era enseñar a los niños sin escolarizar de su barrio. Muchos eran hijos de esas mismas mujeres con las que se reunía, otros pertenecían a familias pobres que no valoraban la importancia de la educación o que no tenían recursos para enviar a sus hijos a la escuela. Empezó a enseñar en su casa, en cuyo tejado se reunían por las tardes para dar clase. Poco a poco fue aumentando el número de alumnos, hasta llegar a ser unos 30. Algunos de estos niños también son protagonistas de historias tristes. Nos cuenta Sonu que una de las niñas más pequeñas muchos días llega a clase sin haber comido nada. Una de las mayores no vive con sus padres, sino con una familia para la que trabaja limpiando y cuidando de un niño pequeño. Pero esta niña está contenta porque la vida en su casa era mucho peor. Su padre había intentado estrangular a su hermana mayor, por lo que su madre, temiendo por la vida de sus hijas, había decidido sacarlas de casa. Ahora están todas más tranquilas.

A medida que Sonu va hablando, nos vamos emocionando. Por una parte nos invade la tristeza de estas historias. Por otra, nos llena de esperanza ver que hay gente que esta haciendo pequeñas grandes cosas para cambiar este mundo en el que vivimos. La propia Sonu nos dice que ella no sabía que seria capaz de hacer estas cosas, pero que sentía que tenía que hacer algo y se puso manos a la obra. En estos últimos meses ha cumplido un gran sueño: tener una escuelita donde dar clase a los niños. Ya no tendrán que estudiar en el tejado, donde a veces el sol abrasador y otras muchas la lluvia les impedía dar clase. Si todos hiciéramos lo mismo (no me refiero a crear una escuela, sino a hacer lo que esta en nuestra mano para mejorar las cosas) el mundo sería un lugar mucho mejor para vivir.

Todo esto nos dio de frente nada más llegar a la India, pero a lo largo de estos tres meses hemos descubierto muchas otras cosas, por suerte, menos dramáticas. En cualquier caso nos alegramos de haber tenido la oportunidad de hablar con Sonu, ya que es muy difícil establecer relación con las mujeres indias. Es muy raro ver a una mujer trabajando de cara al público en cualquier sitio. En hoteles, restaurantes, tiendas… tanto los dueños como los trabajadores son hombres. Con las mujeres que encontramos por la calle o en los autobuses tampoco podemos hablar porque muchas de ellas no han ido a la escuela y la inmensa mayoría no habla inglés. Es algo que nos da mucha rabia porque sabemos que nos hemos perdido una parte muy importante de este país. En ocasiones en las que estaba yo sola paseando, comprando comida o sentada frente al Ganges, alguna mujer se me ha acercado con intención de hablar conmigo, pero mis cuatro palabras en hindi y los gestos básicos de comunicación no dan para mucho, así que todas esas veces se resumen en una mirada brillante de simpatía.

También hemos comprobado que el peso de la tradición se deja ver en muchos aspectos, como en el vestido. Aunque en las ciudades se pueden ver algunas mujeres de clase alta vestidas de manera occidental, la inmensa mayoría sigue vistiendo ropas tradicionales. Estas cambian de un estado a otro (falda o pantalón ancho, camisa larga o corta, sari….), pero hay un elemento que siempre se mantiene: el velo. En función del lugar y de la ocasión lo llevan de distintas formas. La mayor parte del tiempo, mientras están en casa o caminando por la calle, lo llevan apoyado sobre el pecho y los hombros, disimulando las formas femeninas. Al entrar en un templo o ante la presencia de un hombre respetado se lo colocan sobre la cabeza. En los casos más extremos, como en los pueblos del desierto cercanos a la frontera con Pakistán, lo llevan cubriéndoles completamente el rostro y, además, no pueden dejar oír su voz en presencia de un hombre que no sea su padre, su hermano o su marido. Como ya comentamos, esta tradición viene de muchos años atrás, cuando se utilizaba para evitar que las mujeres jóvenes fueran raptadas debido a su belleza. Será por esto que las mujeres mayores habitualmente sí muestran su rostro; supuestamente ellas ya no corren este peligro.

Cuando estuvimos en Balewa vimos como, al estar Javi, las mujeres iban con el velo dentro de su propia casa. Algunas de ellas, acostumbradas ya al trato con los voluntarios de la ONG que trabaja allí, se descubrían y hablaban libremente con el, pero se cubrían rápidamente y se callaban cuando entraba en la habitación otro hombre. Algo parecido ocurría a la hora de comer. Tradicionalmente, los hombres comen primero y aparte de las mujeres, pero yo podía cenar o beber con ellos tranquilamente, sabiendo que no iba a molestar a nadie. Javi también estaba a veces con nosotras mientras cocinaban, y en alguna ocasión los otros hombres de la casa acababan uniéndose a la reunión en la cocina. Esto demuestra lo que decimos siempre: las cosas pueden y deben cambiar, pero poco a poco y sin imponernos sobre nadie. Ellos y ellas tienen que ser agentes de su propio cambio, aunque con nuestra presencia y nuestra forma de actuar podemos ayudarles a hacerlo.

Puede que este sea el texto más triste de todos los que hemos escrito hasta ahora, pero es otra de las realidades de la India y no podíamos obviarla. Cuando decidimos venir aquí ya sabíamos que no todo iba a ser bonito. Y os lo contamos porque tan importante es transmitir la bondad y la hospitalidad del país como las injusticias que se cometen y, sobre todo, que hay mucho trabajo que hacer y en el que, de una forma o de otra, podemos colaborar.