¡Me ha mordido un mono!

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Villa Tunari, 1-7-2013

Villa Tunari es un pequeño pueblo que se encuentra en la confluencia de dos ríos: el Espíritu Santo y el San Mateo. Está compuesto por la plaza, el mercado y unas pocas calles con varios restaurantes y hoteles. Parte de sus calles están sin empedrar ni asfaltar, son calles de tierra por donde corretean los perros y las gallinas. La carretera que va de Cochabamba a Santa Cruz parte el pueblo por la mitad: a un lado queda “el centro”; al otro, la parte que da al río. En el punto de información turística nos indican que la mayor parte de hoteles se encuentran en ese sector.

- También está este hotel, él es el encargado -me dice el trabajador de la alcaldía señalando un nombre en un folleto y después al joven que está a su lado.- Como es temporada baja, quizás les hagan un buen descuento. Tiene piscina, vistas al río...

No perdemos nada por verlo, así que después de preguntar en un par de hostales, nos dirigimos al hotel. Efectivamente, la joven que nos recibe nos da el mismo precio que en los hostales. Aunque está bastante destartalado (nosotros diríamos que está cerrado o abandonado) nos convence la tranquilidad, las vistas... ¡y la piscina! Así que nos quedamos.

- Ha estado dos semanas lloviendo sin parar -nos dice la chica.

- Bueno, ¡a ver si hay suerte y mañana sale el sol!

¡Y sí! ¡Así es! Vuelvo a despertarme con el canto de los pájaros, que están comiendo papayas del árbol que hay junto a nuestra ventana. Es un día precioso y decidimos pasarlo en el Parque Machía. Es un parque en el que recogen animales que han estado en cautividad y les ayudan a volver a la vida silvestre, según nos han explicado.

Allí llegamos caminando desde el hotel. En la entrada nos indican que no podemos entrar la mochila:

- Sólo la botella de agua y la cámara de fotos. Es por los monos, que a veces quitan las cosas...

Lo entendemos y lo sabemos. Hace unos años, en Perú, estuvimos en un sitio parecido y un monito intentó quitarle a Javi un collar que llevaba porque tenía un cuerno de escarabajo y lo identificó como comida. A mí también se me subió uno y estuvo jugando con mis gafas de sol. No pasó nada, pero comprendemos que hay que evitar riesgos. Así que dejamos todo menos el agua y la cámara grande, y entramos al parque.

Apenas unos metros más adelante, vemos los primeros monos;  son los llamados monos capuchinos. Una chica les está dando de comer.

- Mira que está prohibido, pero la gente no hace caso y les da de comer igual -comenta Javi en el momento en que nos cruzamos con unas señoras mayores.

- Ay, pero pobrecitos, si es que aquí no hay nada que comer, tienen hambre -comenta una de ellas.

- No, señora, no pasan hambre, porque comen frutas de los árboles y además aquí tienen cuidadores que les dan de comer -intento explicar, sin conseguir convencerlas demasiado.

Seguimos nuestro camino y llegamos hasta donde están los monos, que se han quedado sentados a la orilla del camino. De repente, noto que uno de ellos, uno bastante grande, trepa por mis piernas y se me sube a la espalda. De momento no me preocupo, incluso me parece divertido. Otras veces he tenido contacto con estos animales y sé que son curiosos. Aún así, por si acaso, me quedo quieta: son animales salvajes y no se sabe cómo pueden reaccionar. Entonces me doy cuenta de que llevo colgada la funda de la cámara réflex y el mono está intentando abrirla: debe pensar que es una mochila y que dentro puede haber comida; es lo que pasa cuando la gente se salta las normas y les da de comer.

El animal sigue forcejeando con la bolsa y en un momento determinado, muevo hacia ella mi mano izquierda. No sé muy bien por qué, supongo que iba a mirar lo que hacía. El caso es que de repente noto algo extraño en la mano. Cuando me la miro, veo una herida bastante profunda entre los nudillos de los dedos índice y corazón. La sangre empieza a brotar de golpe y a resbalar por los dedos, cayendo en mi pierna y en el suelo. Empiezo a asustarme y tengo que esforzarme para quedarme quieta.

No puedo hacer nada más que esperar a que el mono se canse y se baje. Javi intenta llamar su atención con la botella de agua; por suerte lo consigue y a los pocos segundos, que a mí me parecen horas, el animal me deja tranquila. Javi me coge por la cintura y empezamos a bajar hacia la entrada para que me curen la herida mientras voy dejando un rastro de gotas de sangre detrás de mí. La verdad es que no me duele demasiado, pero no puedo dejar de pensar “¡Joder! ¡Que me ha mordido un mono! ¡Me ha mordido un mono!” (por cierto, sí, es el mono de la foto, el que tiene cara de malo)

Los chicos de recepción no parecen sorprenderse; se ve que pasa muy a menudo. Después de curarme la herida, Javi me pregunta si quiero volver al hotel.

- No, no te preocupes, si apenas me duele. Vamos a dejar la funda de la cámara y ya está.

El chico que me ha curado nos asegura que con las cámaras no hay problema:

- Eso a ellos no les interesa, lo que buscan es comida. El problema fue la funda.

- Entonces vamos -digo convencida, y veo la cara de sorpresa de Javi. Supongo que pensaba que querría volver, pero quiero ver el resto del parque y sé que él también.

Cuando volvemos a subir, los monos capuchinos se han apartado del camino y pasamos sin problemas. El recorrido es más complicado de lo que esperaba: hay tramos llenos de barro, piedras resbaladizas... nada que no pueda superar con un poco de ayuda de Javi.

Más arriba nos encontramos con los monos ardilla. Son del mismo tamaño que esos pequeños animales y saltan alegremente de rama en rama. ¡Ya se me podía haber subido uno de estos!

Después nos encontramos con dos chicos, dos voluntarios que trabajan con los animales. Y junto a ellos ¡hay un oso negro! Es Balú; lo rescataron siendo un cachorro, cuando lo iban a vender a un circo. Es una suerte porque no siempre está cerca del camino para poder observarlo. Aún así decepciona un poco verlo, porque está atado; no es lo mismo que verlo libre, aunque después de mi última experiencia con los animales salvajes me da cierta tranquilidad poder mantenerme a distancia de él.

Los mapaches tampoco son fáciles de ver, y también tenemos la suerte de detectar algunos en la ladera de la montaña. Claro que nosotros vamos en silencio y atentos a cualquier ruido que indique que puede haber algún animal cerca. Pensamos que es algo obvio, pero la mayor parte de la gente parece ignorarlo: charlan en voz alta, ríen, hacen ruidos... espantando a los animales más tímidos.

Vuelvo a asustarme un poco cuando, en un mirador, encontramos un mono negro bastante grande. Un chico está haciéndose una foto con él, luego una niña pequeña se acerca ¡y lo acaricia como si fuera un gatito! ¡Y el mono tan tranquilo! Se ve que he tenido mala suerte. Luego se acerca otro mono de la misma especie con una botella de agua en sus manos y se dedican a la tarea de intentar abrirla. Al verlos moverse y observar el tamaño de sus brazos y sus manos nos damos cuenta de que son “monos araña”. Cuando estuvimos en Perú a Javi también se le colgó del brazo uno de estos, y tampoco le pasó nada.

El recorrido por el parque acaba en una pequeña cascada, desde la cual hay que regresar por el mismo camino.

A la vuelta, encontramos un rastro de gotas de sangre en el sendero.

- ¿Esta sangre es mía?

- No, la tuya está más abajo, esto es de otra persona... se ve que no has sido la única a la que han mordido hoy. -dice Javi.

A la salida del parque hay una pequeña tienda, y al pasar por delante el dueño me llama:

- Señorita, ¿a usted le ha mordido el mono?

- Sí, me ha mordido un mono -¡jamás pensé que diría esta frase!

- Pues mire, vaya allá abajo, a una casa que hay, y pregunte por Nena. Ella le curará bien.

Al subir me había llamado la atención esa casa. Parece ser la sede de alguna organización y había algunos extranjeros, posiblemente los voluntarios que hemos visto trabajando con los animales. Efectivamente, allí hay una mujer llamada Nena que me hace pasar a un pequeño consultorio. Ella es veterinaria y trabaja para la organización indígena Inti Wara Yassi.

- Nosotros creamos este parque -nos explica Nena mientras me cura con esmero la herida- y nos encargábamos tanto del cuidado de los animales como de la parte turística. Había guías y determinadas zonas donde se daba de comer a los animales a determinadas horas, así los visitantes podían ver a los animales sin peligro y al mismo tiempo escuchaban las explicaciones de los guías. Luego la alcaldía decidió hacerse cargo de la parte turística, y ahí cambió todo. Quitaron los guías e hicieron caminos que destrozaron el hábitat de los animales. Antes no había este tipo de problemas...

- Es una pena... además de eso, se está perdiendo una gran oportunidad de educar a la gente -añade Javi.

Es lo que pasa cuando quien lleva un parque natural sólo ve la parte turística y económica (se paga una entrada para acceder al parque) y no el bienestar de las personas, y menos aún de los animales.

El caso es que vuelvo al hotel con una mordida de mono en la mano izquierda. La herida no me molesta, pero sí toda la zona de alrededor y los dedos, que están empezando a hincharse y a ponerse rojos.

Por la tarde tengo la mano prácticamente inutilizada, y más hinchada todavía. Y, como tengo la herida abierta, ni siquiera me puedo bañar a gusto en la piscina. Decidimos que no es conveniente viajar con la herida así y esperamos un par de días más en este lugar tan tranquilo esperando que la mano mejore un poco antes de seguir nuestro camino.

No sabemos qué pasa, pero desde que entramos en Bolivia todo han sido problemas. Ya hemos decidido que mañana nos vamos de aquí directos a a Santa Cruz de la Sierra, y de ahí en bus cruzando todo Paraguay iremos a las Cataratas de Iguazú.

Lo siento, pero tengo que reconocer que tengo ganas de salir de este país, y eso es algo que no me había pasado nunca. No sabemos si será por algunas de las personas que nos hemos encontrado aquí, si seremos nosotros, o si será mala suerte, pero el caso es que nuestra experiencia boliviana no está siendo demasiado buena.