Pedaleando por el Valle de la Luna

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San Pedro de Atacama, 11-6-2013

Llevamos más de 24 horas de viaje desde Santiago. Tras unas 20 horas llegamos a Calama y allí tuvimos que esperar 3 horas más en la terminal antes de coger el siguiente bus que, en dos horas más, nos trajo hasta aquí, a San Pedro de Atacama. Un largo viaje.

El paisaje que divisamos desde la ventana del bus que nos llevó a San Pedro es de una extraña belleza desolada. El desierto de Atacama se extiende en todas direcciones, hasta el horizonte. Atravesamos una sierra arenosa que parece que se va a desmoronar de un momento a otro. En algunos lugares nos pareció ver nieve sobre algunas llanuras y colinas pero no era tal, se trataba de sal. Cerca de aquí existían antiguas explotaciones de sal. Era lo único que hacía que la gente viviera en un lugar tan inhóspito. Hoy hay minas, que también se pueden ver a través del cristal del bus, y turismo, lo cual ha dado un poco de vida a una zona que estaría muerta no ser por estás actividades.

Tras encontrar un hostal relativamente barato damos un paseo por el lugar. San Pedro de Atacama es un pueblo tranquilo y bonito: calles empedradas y casas de adobe con patios interiores para refrescar los días calurosos. Como telón de fondo se puede ver una línea de montañas de la que sobresalen varios volcanes de perfecta forma cónica, destacando sobre todos ellos el Licancabur, con una impresionante cumbre nevada.

El único inconveniente que se le puede encontrar a este bonito lugar es que quizás ya es demasiado turístico: hostales, agencias, restaurantes... Sin duda, y como suele ocurrir, hace unos pocos años sería mucho más autentico. Aún así nos gusta San Pedro.

A nuestro regreso al hostal, ya de noche, podemos observar uno de los grandes atractivos de este sitio: las estrellas. El cielo nocturno en la fría noche de invierno del desierto nos muestra miles de estrellas y la mancha lechosa de la vía láctea justo sobre nuestras cabezas.

Al día siguiente intentamos decidir qué hacer por los alrededores. Hay varios tours típicos: lagunas, géisers, el Valle de la Luna... Hemos decidido hacer solo una cosa, por dinero, por tiempo y por no saturarnos. Dado que no nos apetece mucho hacer un tour organizado, con sus paradas cronometradas y sus prisas, decidimos que lo mejor es alquilar unas bicis e ir por nuestra cuenta al Valle de la Luna, el único lugar turístico al que se puede llegar sin coche.

Tras poco menos de una hora de camino siguiendo una carretera, bordeada por llanuras de arena cuarteadas por la sequedad y el calor, llegamos a una pista que nos adentra en el valle. El paisaje es mucho más espectacular y mucho más bonito de lo que esperábamos y nos alegramos de nuestra decisión de recorrer el lugar a nuestro ritmo.

Hacemos una parada en una espectacular cueva de sal natural. Las paredes son de sal cristalizada, de hecho parece cristal. Recorremos la cueva con cuidado iluminando algunos tramos del camino con nuestra linterna ya que la oscuridad es absoluta. Salimos por el otro extremo y, tras comer unos bocadillos y disfrutar del paisaje seguimos hasta nuestras bicis para seguir valle adentro.

Pasamos junto a explanadas cubiertas de sal y junto a caprichosas formas excavadas por el agua en la tierra y las rocas.

Viendo el relieve del valle y el blanco que cubre gran parte de su superficie, entendemos por qué se le llama el Valle de la Luna. 

Vamos avanzando despacio y disfrutando del camino. El sol cae con mucha fuerza. Pasamos junto a una enorme duna de arena, junto a lo que parece un anfiteatro natural de piedra y seguimos, cada vez más lejos.

Queremos avanzar un poquito más... sabemos que los tours en 4x4 (de los que vemos pasar más de uno) llegan hasta el final de la carreteradonde hay unas figuras de roca llamadas “Las 3 Marías” pero no creemos que podamos llegar en bici, teniendo en cuenta que después también hemos de volver a golpe de pedal.

Sin embargo, cuando ya voy a darme por vencido y dar la vuelta, le digo a Mayte:

- ¡Solo un poquito más! Hasta la siguiente curva ¿Vale?

Y Mayte, que debe haber oído salir eso de mi boca en cientos de ocasiones, responde resignada con un asentimiento de cabeza. Y tenemos suerte: por fin llegamos al final, donde nos esperan Las 3 Marías, cuyas formas destacan sobre la llanura, y una vista de la continuación del valle, por donde sigue el camino, aunque está cortado. No se permite el paso  más allá.

Después de disfrutar de las vistas comenzamos el regreso y buscamos un lugar desde ver la puesta de sol, que dicen que es espectacular. Como queremos adelantar camino mientras aún es de día, pasamos de largo por la gran duna, que es el lugar típico para ver el atardecer y, finalmente, paramos en medio de la carretera. Intentamos subir a una pequeña colina pero el terreno se deshace bajo nuestros pies. Nos sabe mal pisar fuera del camino en ese tipo de terreno así que finalmente bajamos por la arena del otro lado y acabamos subiendo otra colina más sólida.

Ahora nos alegramos de haber continuado. Muy a lo lejos se ve una multitud de gente en lo alto de la gran duna esperando el momento de la puesta de sol. Quizás las vistas sean mejores allí pero la tranquilidad de este lugar, donde estamos solos nosotros dos y el desierto, no la cambiamos por nada.
La puesta de sol es realmente impresionante.. Lo más bonito son los colores que toman las montañas y el valle dónde se ubica San Pedro, hacia el Este. La combinación de los rojos de atardecer, la nieve del volcán Licancabur al fondo, las nubes y las sombras producen un paisaje de cuento.

Cuando ya empiezan a desaparecer los colores de la hora mágica del atardecer, comenzamos nuestro regreso, esta vez mucho más rápido para evitar la oscuridad. Después de tantas horas de bici y con lo poco acostumbrados que estamos a este medio de transporte, el regreso no es nada agradable para nuestros traseros. Yo personalmente me acordaré del sillín de la bici durante dos o tres días más, sin duda.

Ya de noche, llegamos al hostal y nos preparamos algo de cenar junto con Miguel, un simpático canario que conocimos esta mañana. Miguel que ronda los 50, salió hace meses de España con intención de cambiar de vida y de buscar trabajo en América, a la vez que viajaba un poco.

De hecho carga con una mochila y una enorme maleta, algo bastante inusual en la gente que viaja así (por algo se llaman mochileros). Parece que cada vez va dando menos importancia a lo del trabajo (al menos mientras le queden ahorros) y se va convirtiendo más en viajero. Después de todo era uno de sus sueños desde hacía tiempo. Ya empieza a hablar de vender lo que lleva en la maleta grande y viajar más ligero. “Si, después de todo, no he usado nada de lo que llevo ahí... ¡Me sobra con la mochila! Cualquier día de estos monto un mercadillo.”

Con esta grata compañía pasamos el día siguiente, compartiendo la cocina, la comida, el tiempo y la conversación. Mayte yo aprovechamos ese último día en San Pedro para contratar un tour de 3 días que nos debe cruzar a Bolivia, mostrarnos algunos lugares interesantes y acabar en el famoso Salar de Uyuni.

Pero todo lo que pasó a partir de ahora merece un post aparte... ¡no tiene desperdicio!