Primera escala en España

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Valencia, 7-7-2012

Katmandú, Delhi, Milán y, por fin, Madrid. Llegamos al aeropuerto cansados y lo cierto es que no siento nada especial. Otro aeropuerto como los demás. Quizás cuando salgamos a la calle me sentiré otra vez en casa.

Nos llevamos un susto al ver que nuestras mochilas no aparecen en la cinta de equipajes. Nos quedamos solos con otra chica esperando mientras la cinta da vueltas y vueltas con dos maletas que no reclama nadie. Siempre que contemplo una escena así no puedo evitar pensar en dónde estarán los dueños de estas maletas. Pienso que quizás esten en cualquier otro lugar del mundo, frente a otra cinta, viendo pasar nuestras mochilas una y otra vez ante sus ojos. ¿Nos habrán perdido las mochilas por primera vez en el viaje? Bueno, así ya habremos tenido casi de todo en esta estapa...  ¡pero no! Al rato aparecen en otra cinta y respiramos aliviados.

Salimos y vemos a mi amigo Óscar esperándonos en la puerta. Nos mandó un correo diciendo que estaba en Madrid por trabajo y que vendría a recogernos. Lo cierto es que nos alegramos mucho, es un poco triste salir por la puerta de llegadas, después de tanto tiempo fuera, y que no te espere nadie allí.

Llamamos a nuestras familias para que estén tranquilos. Les contamos que finalmente hemos decidido quedarnos en Madrid esta noche y salir por la mañana. Así no tienen ir a recogernos a las 4 de la madrugada.

Óscar nos lleva al centro de Madrid en coche. Por el camino nos pide que le contemos cosas y, curiosamente, no sabemos qué decir, por dónde empezar. Estamos un poco descolocados. No nos salen las historias, las anécdotas...

Pasamos por la Puerta del Sol y no vemos ni rastro de los indignados. ¿Dónde está el 15-M? ¡Que lástima! ¡Con la falta que hace estar indignado hoy en día! Al pasear por el centro de Madrid tenemos una sensación extraña. La gente con esos rasgos tan familiares, el oír nuestro idioma por todas partes, las calles perfectamente asfaltadas, los semáforos, las papeleras, los contenedores, los coches nuevos, los taxis, los autobuses, las tiendas, los escaparates, los bancos (¡escalofríos!), la publicidad... Es todo tan nuevo, tan limpio, tan ordenado... La primera palabra que me viene a la cabeza es "dinero". Huele a dinero. Me resulta curiosa esa sensación teniendo en cuenta que hemos llegado casi al mismo tiempo que el indignante "rescate" a la banca española.

Y pensando en la crisis me doy cuenta, por enésima vez, de que no lo puedo entender. Después de 7 meses en Asia, conviviendo con la pobreza (o al menos con la humildad) como principal forma de vida, no puedo comprender cómo un país como este dice estar en crisis... qué irreal parece todo.

Ya antes de salir me avergonzaba la situación y las mentiras continuas en los medios de comunicación: “Vivimos por encima de nuestras posibilidades”, “Hay que apretarse el cinturón”, “Tenemos demasiados empleados públicos”... Cuánta falsedad interesada. A veces pienso que también deberíamos viajar por Europa y aprovechar para contar a los españoles como, en otros países, tienen un sector público mucho mayor, muchos más profesores, mejor asistencia social y un gasto en sanidad y en educación mucho mayor porcentualmente que el nuestro. También sería interesante contar cómo allí se lo pueden permitir. Y es que es muy fácil: lo financian cobrando impuestos de verdad sobre los beneficios de las grandes empresas  y a las grandes fortunas. Pero eso sería otro viaje y otro proyecto, también educativo, pero muy distinto.

Vamos a la Plaza Mayor y Óscar nos invita a un bocadillo de calamares y unas bravas. ¡Cómo echaba de menos estas cosas!  Después de beber unas cervezas y charlar un rato nos lleva a su hotel. Tiene tres camas en su habitación y nos dejan dormir allí sin pagar nada extra. No ha hecho falta ni colarse por la puerta trasera, que era nuestro plan B. ¡Qué lujo de habitación, si tiene hasta hidromasaje! Y qué lejanos quedan los hoteles de India.

A las 10 de la mañana Óscar nos deja en la estación de autobuses y salimos hacia Valencia. Hacia casa. Nos ponemos cómodos, lo cual es fácil porque el autobús nos parece más lujoso que un avión en primera clase. Mientras vemos deslizarse el paisaje de la meseta ante nuestros ojos, ese paisaje familiar, observo el cielo azul intenso y la lejanía despejada donde se pierde la vista, y me sorprendo ante algo que antes era cotidiano. El paisaje y sus colores son tan distintos de lo que hemos visto en estos últimos meses...

Mayte me pasa un auricular y escuchamos juntos “nuestra música”. Suena Love of Lesbian en el móvil, nos miramos, sonreímos y seguimos mirando el paisaje. Seguimos escuchando a Supersubmarina, Dorian, La Habitación Roja, Vetusta Morla, Los Planetas... La música pasa por el cable, por mi oído y llega a mi cerebro. Entonces, de pronto ocurre, se produce ese click que estaba esperando y... ¡estamos en casa! Una sensación de alegría crece de súbitamente dentro de mí es casi euforia. Estoy feliz. Tengo ganas de ver a mi familia, a mis amigos, mi casa, mis calles... Miro a Mayte y veo que está llorando. Me cuenta que estaba mirando a una mujer de piel morena sentada un poco más adelante y los brazaletes que lleva le han traído India a la cabeza.

Acabamos de salir y ya estoy echando de menos Asia. Sé que durante el tiempo que estemos aquí, en España, también viviremos momentos bonitos, pero śe que será totalmente distinto y que pasará mucho tiempo hasta que volvamos allí – dice Mayte.
¡Los recuerdos! No me extraña su reacción. Creo que si alguien nos mirara en este momento vería la mezcla de sentimientos que bulle en nuestras cabezas. Parece que esto va a ser una montaña rusa emocional, un trago agridulce.

Llegamos a Valencia. Circulamos junto al cauce viejo del Turia, cruzamos el puente por delante de Nuevo Centro y llegamos a la estación de autobuses. Desde el autobús vemos a nuestra familia y a algunas amigas de Mayte esperándonos en el andén.

¡Qué ganas teníamos de ver a los nuestros! ¡Y qué nerviosa estaba mi madre esperando este momento! Estamos emocionados y nos dejamos envolver por sus abrazos. Ahora sí, ya estamos en casa.

Pasamos varios días reencontrado a nuestra gente.

Mi primera semana es algo dura, estoy serio y no se muy bien por qué. Quizás me ha decepcionado un poco el recibimiento de mis amigos. Por unas o por otras, pasan los días y aún no he podido ver a casi ninguno. Y lo cierto es que estoy sorprendido. Hay que apelar a la racionalidad y comprender que el tiempo no pasa igual para el que se va que para el que se queda, para el que sigue con su vida habitual. Para nosotros ha sido una experiencia vital y única que nos ha cambiado la vida, para ellos ha sido una ausencia más en la que poco ha cambiado. “Pero si hace más tiempo que no veo a fulanito que a ti. ¡Y eso que vive aquí al lado!”, es un comentario habitual. “Sí, pero no es lo mismo”, pienso tristemente, “No es lo mismo”.

Me esfuerzo por pensar en positivo pero a veces me viene a la cabeza una frase de Josep, nuestro vecino catalán en el hotel de Kathmandú:

- Quizás es que tú y tus amigos cada vez tenéis menos en común. Cada vez vuestros caminos van divergiendo más.

Me lo dijo en el transcurso de una de esas sinceras conversaciones que se tienen con los viajeros que encuentras en el camino. Hablábamos sobre la amistad y yo le comentaba la sorpresa que me producía no haber sabido nada de algunos amigos y muy poco de otros en todo este tiempo. Me sorprendió su reflexión y le contesté convencido:

- ¡No lo creo! Yo soy muy afortunado con mis amigos. Siempre lo he dicho, para mí son como hermanos y no hay problema alguno si estamos meses sin hablar. Entiendo que están en sus cosas en su día a día... quizás a mi también me habría pasado si fuera yo el que se hubiera quedado en casa.

Sigo opinando lo mismo, pero no puedo evitar que me asuste el pensar que cada vez tengan menos en común conmigo.

En los días siguientes esta sensación va pasando y vuelvo a estar bien, contento. Imagino que también sería la fase de adaptación. Voy compartiendo momentos con casi todos y voy haciéndome a la vida en casa. “Fue un momentito solo de bajada, ¡y aquí no pasa nada!” como dice la canción.

Pasan más días, al principio relajados y luego, poco a poco, más ajetreados hasta convertirse en frenéticos: papeleos, médicos, papeleos, reuniones, charlas, entrevistas en la radio, visados, billetes, más papeleos... Y así se acaba el mes que queríamos haber dedicado a escribir, a ponernos al día, a relajarnos y disfrutar. No fue exactamente así, de hecho no pude escribir un una misera línea,  pero estuvo muy bien.

Los últimos días son intensos y estresantes. Ingenuamente pensaba que sería más fácil que la primera vez: “Tan solo hay que volver a coger la mochila y salir”. Pero eso nunca es así. El ajetreo previo a un viaje siempre es un infierno que te hace salir de casa extenuado. Y más en nuestro caso, con el proyecto, las reuniones, las entrevistas, la página web... Al final, tan solo deseas subir al avión y poder decir que lo hecho hecho está y lo demás que arrée: “Alea iacta est”