Reconociendo Managua y reuniéndonos con ADEILS

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Managua, 10-8-2012

Nos levantamos en el hotel que encontramos anoche. Era tarde y no sabíamos ni dónde estábamos, por eso nos quedamos aquí, pero es caro, oscuro y sucio, así que vamos a buscar un sitio mejor. Aunque no queremos pasar aquí muchos días, nos gustaría encontrar un hotel más limpio ¡o más barato! Los precios de todo nos parecen bastante elevados. Parece que en cuatro años han subido bastante.
Casualmente en una tienda conocemos a Adelaida, una mujer española que ha vivido muchos años en Nicaragua y otros países de Centroamérica. Con su ayuda conseguimos una habitación mucho mejor que la que teníamos, en un hotel muy bonito con terraza, hamacas, conexión a Internet, derecho a uso de la cocina... ¡y más barato!

El resto del día lo pasamos haciendo las gestiones habituales: sacar dinero, comprar una tarjeta para el móvil y un adaptador de corriente, buscar un sitio barato para comer o comprar comida, etc. También aprovechamos para conectarnos a Internet ¡En Cuba estuvimos un mes prácticamente desconectados!

Al día siguiente nos reunimos con Raúl, presidente de ADEILS, la ONG local con la que trabaja Escoles Solidàries. Raúl viene a recogernos con el coche y nos lleva a su oficina para hablar de nuestro proyecto. Pronto recuperamos esa sensación de familiaridad que nos hace sentirnos cómodos. Nos ponemos al día de las actividades que estamos realizando nosotros y su organización y coordinamos una reunión con los alumnos becarios y ex becarios del programa que Escoles Solidàries está llevando a cabo desde hace unos 10 años. En ellos queremos centrar nuestro proyecto.

Mientras estamos reunidos suena mi móvil. Tengo que contestar: ¡es mi hermana nicaragüense, María! Sólo estamos a unos kilómetros la una de la otra. Noto su voz diferente, hace meses que no hablamos. La emoción entrecorta nuestras palabras: dentro de unos días, y después de 4 años, volveremos a abrazarnos. Me cuenta que, al decirle a sus hijos que yo iba a volver a Nicaragua, Rodrigo (el pequeño, de 6 años), le dijo “¡No puedo creerlo mamita!”

En el camino de vuelta a nuestro hotel vemos que las calles están llenas de gente, puestos de comida y bebida... Raúl nos explica que es “la fiesta del santo”, en la que se traslada una figura religiosa de un punto a otro de la ciudad, escoltada por cientos de caballos. Salimos a verlo llevando con nosotros la cámara de fotos pequeña. Dada la peligrosidad de las calles de Managua no nos atrevemos a salir a la calle con la réflex. Algunos de los caballos que vemos son impresionantes: altos, robustos, brillantes. Nunca habíamos visto caballos como estos. Los jinetes son mayoritariamente hombres vestidos con vaqueros, camisas de cuadros y sombrero, pero también hay mujeres y niños. Luego nos cuentan que en algunos lugares, como Granada, la fiesta es aún más espectacular y divertida.

Volvemos al hotel y pasamos la tarde escribiendo y actualizando un poco la web. Aquí se trabaja muy bien, estamos muy a gusto. Melva, la encargada, tiene cinco hijos que van y vienen del hotel. Mientras unos están con ella, los otros están en su casa, donde una sobrina suya los cuida. Uno de sus hijos es un niño de unos 3 años muy simpático. Enseguida se pone a hablar o a jugar con los huéspedes. En cuanto ve que te acercas a la puerta, te dice “¡Adiós!” ¿A cuánta gente le habrá dicho ya “adiós” este pequeño? Las dos hijas mayores la ayudan los fines de semana. El pequeño se llama César Enmanuel (Manu), pero dice que no a él no le gusta estar aquí porque hay mucha gente. A los otros dos no los conocemos. Melva está sola en el hotel. Ella se ocupa de 9 habitaciones, en algunas de las cuales caben hasta 5 personas, limpia, lava la ropa, a veces hace comidas... Un día me cuenta que su hija Jennifer perdió un curso escolar cuando su abuela, la madre de Melva, murió. Como Melva estaba siempre trabajando, su madre era quien se encargaba del cuidado de los niños. Jennifer incluso llamaba a su abuela “mamá”. Cuando ella murió la niña se quedó muy afectada y eso influyó en su forma de ser y en sus estudios. Ahora parece que ya está recuperada. Esta situación, en la que los padres debido al trabajo no pueden ocuparse de sus hijos, aquí nos resulta extraña; es más frecuente en los países desarrollados, y es el tipo de cosas que parecen ir unidas al desarrollo y que a nosotros nos parecen un sintentido.