Un bus, un libro y un cambio

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Camino a Santiago de Chile, 29-5-2013

Salimos de Pucón a las 8 de la mañana con destino a Santiago. Durante las 12 horas de trayecto en bus me da tiempo a acabar un libro que cambié en el hostal de Bariloche. Es algo bastante habitual que en los hostales de mochileros existan unas estanterías con libros en distintos idiomas. Normalmente puedes dejar un libro que ya has leído y coger otro a cambio. Es una costumbre que nos gusta mucho y que tiene su lógica: si tuviéramos que cargar todos los libros que hemos leído en el viaje, deberíamos llevar otra mochila solo para ellos.

El libro en cuestión  es de William Powers y se titula “Twelve by Twelve” (en inglés). Mayte lo encontró mientras echábamos un vistazo a las estanterías del hostal. Leyó la contraportada y me dijo: “¡Este te gustará!”. El libro cuenta una sencilla historia que vivió el autor pero que supuso un gran cambio en su vida, en su forma de ver el mundo. A mi me apetecía leer una novela en ese momento, pero al final acepté ese libro sin mucha convicción.

Lo he leído en dos o tres sesiones, prácticamente del tirón. No entro en si es un gran libro o no lo es, no es esa la cuestión. Lo importante es que me he sentido muy identificado con muchas de las transformaciones que sufre el escritor. Sencillamente llegó a mis manos en el momento justo.

El autor, que ha pasado varios años como cooperante medioambiental en distintos países de América Latina y de África, estaba pasando una temporada en casa de sus padres en Carolina del Norte (EE.UU.) donde entró en contacto con una doctora de unos sesenta años de edad que vive en un casa minúscula de 12 X 12 pies (menos de 14 metros cuadrados). Ella vive allí por convicción ética, moral, ecológica y social. Vive de una forma sencilla en una casa diminuta, renuncia a la mayor parte su sueldo y de esta forma no paga impuestos (para no financiar el gasto militar), vive prácticamente de lo que cultiva en su huerta, apenas contamina...

Esta doctora tenía que salir de viaje durante unas semanas y le propuso al autor quedarse allí durante un tiempo. Y esa es la excusa (no se si real o ficticia) que utiliza el escritor para hablar de cómo los cambios en el mundo siempre han de comenzar por los cambios en uno mismo. Me llamó la atención porque desde el principio me sentí identificado con muchas de la reflexiones y de los cambios que sufre el protagonista de esta historia autobiográfica.

Probablemente a una persona que se encuentre en otra situación vital, en otro punto de su vida, o que simplemente tenga otras ideas u otra forma de ver el mundo, el libro le dejará indiferente. Pero a mí me reafirmó en muchas de mis últimas decisiones y me dio el empujón final para convencerme de que hay que actuar y no solo hablar.

Desde mi punto de vista, el tema central del libro no es la siempre presente ecología, la permacultura, la conciencia social... no. Para mí el tema central es algo que hace tiempo que sé y que he intentado transmitir muchas veces a familiares, amigos y sobre todo a alumnos.

A veces le hablas a alguien sobre un tema grave, un asunto trágico que afecta a otros, o incluso algunas veces a ellos mismos. Estoy hablando de temas como las causas de la pobreza, la manipulación de los medios, las injusticias, la importancia de la privacidad en Internet, la desigualdad social, la destrucción del medio ambiente. O, sin ir más lejos,  el tema que llevamos trabajando Mayte y yo durante casi dos años: la importancia de la educación para tener un futuro mejor y lo difícil que es acceder a ella en algunos lugares.

El oyente no suele saber nada del asunto, a veces es por simple ignorancia y otras porque no quiere saber, por no complicarse la vida. Cuando empieza a conocer el problema, quizás al principio es escéptico, pero normalmente puedes hacerle ver con datos, con argumentos, con testimonios o gracias a su propia investigación (normalmente con los alumnos), que el hecho es cierto y que es sangrante.

Muchas veces, hablando con mis alumnos, he visto la comprensión en sus caras: al menos algunos han entendido el problema. Es un primer paso importante pero enseguida te encuentras con su desánimo:  “¿Y qué puedo hacer yo? Nada, no puedo hacer nada”. Es esa sensación de impotencia que la sociedad, el sistema, se encarga de programar en todos nosotros: “Eso es así y tú no puedes hacer nada. Tú eres insignificante. Estás solo. No te molestes en luchar. No vale la pena”. Por supuesto, lo mismo ocurre fuera de las aulas. Al fin y al cabo estas no son más que un reflejo de la sociedad que hay fuera.

Yo siempre he contestado que sí que podemos hacer cosas. Yo ya he hecho algo al conseguir que ellos conozca el problema, les suelo decir. Ellos pueden hacer lo mismo: hablar del tema con sus padres, con su amigos, con sus hermanos...

Eso ya es algo. Pero no es suficiente. Después viene la actitud personal. Si nosotros tenemos algo que ver con ese problema, si participamos de una forma o de otra, ya sea por acción u omisión, entonces debemos hacer algo. Debemos ser coherentes con lo que hemos descubierto, con lo que pensamos.

¿Pero a que me refiero con ser coherente? Pues es sencillo:

¿Cuanta gente critica a los bancos que han provocado una crisis que ha mandado a millones de personas al paro y además está desahuciando a familias enteras dejándolas en la calle y sigue siendo cliente de esos mismos bancos? En los bares y cafeterías todo el mundo critica a los bancos pero todos tenemos cuentas en ellos. Más de un millón y medio  de personas firman la propuesta de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y, a la vez, tienen su cuenta en los bancos contra los que se lucha.

¿Cuantas personas se han enterado hace poco de que hay gente en condiciones de esclavitud produciendo la ropa que vestimos y, aún así, sigue comprando a las empresas que se benefician con ello?

¿Cuántas personas son socias de una ONG o tienen a un niño apadrinado y compran productos de compañías que explotan a sus familias?

¿Cuánta gente se indigna al leer un artículo sobre cómo el coltan (mineral necesario para producir nuestros móviles y otros aparatos) provoca guerras en el Congo y miles de muertos, pero cambia de móvil cada año?

¿Cuantos agricultores protestan por los precios que les pagan las grandes empresas de alimentación y luego compran en los supermercados?

Podría seguir así durante varias páginas pero creo que la idea ha quedado clara. Mayte y yo hace tiempo que sabemos de muchos de estos problemas y cada día descubrimos algunos nuevos. Antes de salir de viaje realizamos algunos cambios en nuestras vidas (tenemos una cuenta en un banco ético, exprimimos al máximo la vida de los aparatos electrónicos...) pero nos falta mucho por hacer (comprar en una cooperativa de consumo o autoproducir parte de nuestra comida, cambiar de compañías de seguros, comprar ropa “limpia”, etc.).

Es sorprendente pensar en la cantidad de excusas que buscamos para no cambiar nuestros cómodos hábitos, aunque estos destruyan el mundo, maten a personas o esclavicen a niños. Siempre tenemos excusas: no tengo tiempo para eso, es más caro, no hay alternativas, entonces no podríamos comprar nada, prefiero no complicarme, yo solo no voy a cambiar nada... No son más que excusas, siempre hay alternativas, sobre todo si estás dispuesto a hacer un pequeño sacrificio.

Es un proceso lento, pero hay que ser coherente con lo que se piensa y con lo que se predica. No se puede hablar y no actuar. Esos pequeños cambios personales ayudan mucho más a cambiar el mundo que los donativos, las firmas en Internet y las conversaciones en los bares. ¡Es tan simple que parece mentira que haya tardado tanto en darme cuenta!

Si vivimos en una sociedad de consumo y nosotros somos los consumidores... entonces tenemos el poder. Cada euro es un “voto”, no se lo demos a compañías que no se lo merecen. Cada vez que compramos algo, o que no lo hacemos, estamos decidiendo como queremos que sea el mundo de mañana.

Es el libro que dio inicio a esta reflexión, hay un par referencias a Gandhi que me cautivaron por su sencillez y por la verdad que encierran. Una de ellas es una cita: “Se el cambio que quieres ver en el mundo” y habla de eso, de que tú debes cambiar tu vida para que el mundo cambie, no se puede hacer al revés.

Y la otra es algo que cuenta sobre su vida: en un momento dado decidió que debía actuar de forma coherente con sus ideas. No debía haber diferencias entre sus ideas y sus acciones. Así que cada vez que detectaba algo es su vida que no estaba de acuerdo con sus ideas, cambiaba esa actitud, esa parte de su vida. Lo hizo poco a poco  hasta que se convirtió en un hábito. Muchos más comenzaron a a hacer lo mismo y eso desembocó en un cambio tremendo para su país.

Todo esto me ha hecho decidir que el próximo libro que voy a leer es la autobiografía de Gandhi. Además me parece una buena forma de acabar un viaje que empezó en la India, el país que este gran hombre ayudó a liberar del colonialismo del imperio británico, practicando la no violencia,.

Casi todo esto ya lo sabía pero a veces hace falta leer un libro para acabar de ajustar todas las piezas y verlo todo más claro. En resumen, creo que esa va a ser otra de nuestras próximas aventuras: cambiar nuestra forma de vida, cambiar nuestros hábitos y ser más coherentes con nuestra forma de pensar. Será difícil pero estoy seguro de que será muy gratificante.

Espero que lo consigamos, pero sobre todo espero que no nos olvidemos de intentarlo. De esa forma, si algún día un alumno nos pregunta: “¿Y qué puedo hacer yo?” podremos contarle lo que hacemos nosotros y dejarle a él decidir. Espero que no nos atrape la rutina y la desidia del día a día y podamos seguir “buscando Waslala” desde casa. Os lo iremos contando desde aquí.

Y así, sumido en estas reflexiones llegamos a Santiago de Chile, dónde nos espera mi gran amigo Antonio...