Una semana con Luis en Bogotá

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Bogotá, del 8 al 15-2-2013

Conocí a Luis en septiembre de 2009 porque tanto su escuela como la mía fueron premiadas con el Premio Vicente Ferrer de Educación para el Desarrollo. El premio consistía en que dos maestros de cada una de las 14 escuelas premiadas fuéramos a un seminario en Antigua, Guatemala.

Hace unos meses que Luis está trabajando como profesor en el Centro Educativo y Cultural Reyes Católicos de Bogotá y, como sabía que andábamos por estas tierras, nos invitó a pasar unos días en su casa.

Luis nos recibió en su apartamento, situado en uno de los mejores barrios de la ciudad. Vive en esta zona porque está próxima a su lugar de trabajo, pero es bastante cara. Para él y sus compañeros funcionarios esto no es problema porque tienen un muy buen sueldo (y cuando digo muy bueno quiero decir muy muy muy bueno), pero no es así para sus compañeros interinos, que cobran lo mismo (o menos) que en España. Si tenemos en cuenta que tienen que pagarse el billete de avión de ida y vuelta y que la vida en este barrio es más cara que en España, podemos deducir que su situación no es fácil. ¿Podrían irse a vivir a una zona más económica? Por supuesto, pero entonces tienen que levantarse a las 4 y media de la mañana para llegar a tiempo a la escuela. Por eso Luis comparte su piso con Álvaro, un profesor de música interino que, como él, llegó nuevo este curso a la escuela de Bogotá.

Una vez más, la palabra hospitalidad se nos queda corta. Luis nos ha acogido en su casa durante una semana en la que nos ha llevado a visitar la ciudad, nos ha presentado a sus amigos, nos ha invitado a comer y a cenar por ahí, y nos ha hecho sentir como en casa...

Pasamos buenos ratos con Luis, Álvaro y algunos de sus compañeros, como Julieta. Con ella y sus preciosas niñas fuimos a visitar el Jardín Botánico, donde conocimos un poco más de la flora colombiana. Flores exóticas, orquídeas, altísimas palmeras... y mariposas ¡muchas mariposas!

Más tarde Luis nos invitó a comer a un riquísimo restaurante español. “Creo que se me van a saltar las lágrimas de lo bueno que está esto”, comentó Javi con un bocado de cochinillo en la boca. Y es que la comida estaba deliciosa, más aún teniendo en cuenta el tiempo que hace que salimos de España y que nosotros no podemos permitirnos el ir a estos sitios.

Otro día paseamos con Luis y Álvaro por el barrio La Candelaria, el centro histórico de Bogotá. Por desgracia, la lluvia salió a pasear con nosotros y acabamos resguardándonos en una cafetería.

Con Miguel Ángel, el director del centro educativo, fuimos a Usaquén y a la “Zona T”, una conocida zona de “rumba”. Miguel Ángel es una de las personas con las que hemos establecido más relación; es un hombre muy agradable y simpático. En otra ocasión fuimos a Chapinero, un barrio popular de la ciudad donde a Luis se le veía especialmente contento:

- Esto es lo que me gusta a mí, que vas a la tienda y la señora te llama “vecinito” y te sonríe, que hay gente por la calle... ¡no es como donde vivimos nosotros! Eso es una burbuja- dice sin dejar de sonreir.

La lluvia hizo acto de presencia casi todos los días, así que aprovechamos una mañana soleada (aunque luego se nubló) para ir a Monserrate, una iglesia situada en lo alto de una colina desde la que se ve todo Bogotá. Hay un teleférico y un funicular que suben a los visitantes hasta este lugar, aunque también se puede subir andando. Javi propuso hacerlo, pero yo no tenía muchas ganas, la verdad, así que decidimos subir en teleférico y bajar andando ¡que es menos cansado! Creo que hicimos bien, porque Monserrate está a más de 3.000 metros de altura, con lo que cuesta respirar más de lo normal, y el recorrido lleva más de una hora.

Una vez abajo y después de comer algo, nos dirigimos al Museo del Oro. No solemos visitar museos, pero este nos lo había recomendado todo el mundo, y la verdad es que valió la pena. Allí vimos algunas piezas de oro impresionantes y aprendimos un poco acerca de algunas antiguas tradiciones y ceremonias prehispánicas.

Pero lo mejor de estos días fue simplemente pasar el tiempo con Luis y sus compañeros. Las risas que nos echamos mientras cenábamos con Álvaro, las partidas de “apalabrado” con Miguel Ángel y, por supuesto, la charla que les dimos a los alumnos de la escuela. Y es que Luis nos invitó a hablarles de nuestro proyecto a dos grupos de 1º de la ESO, de uno de los cuales es tutor.

Por tercera vez en Colombia, nos dirigimos a un grupo de niños para compartir con ellos nuestra experiencia, pero esta vez fue muy diferente. Pasamos de un colectivo que vive con muchas dificultades sociales y económicas en Medellín a otro muy diferente, a niños de familias con una buena situación. Al colegio español acuden hijos de españoles y niños colombianos que suelen ser de familias de clase alta. Es un colegio para formar a “élites”.Tenemos que decir que percibimos algunas diferencias entre ellos, pero en el fondo siempre encontramos lo mismo: niños con los mismos sueños e ilusiones y que comprenden el mensaje que queremos transmitir.

Cuando ya estábamos dispuestos a irnos, Luis nos convenció para que nos quedáramos el fin de semana: el sábado habían organizado una excursión por la montaña que acababa en las aguas termales de Santa Mónica. El lugar se encuentra a una hora y media en coche, pero cuando llevábamos un rato de camino nos encontramos con que la carretera estaba en obras, lo que retrasó nuestro viaje. Se hizo una larga cola de vehículos, situación que una camioneta que vendía mangos aprovechó para hacer su agosto. ¡La mitad de los que estábamos allí salimos con una bolsa de mangos! Finalmente, llegamos a nuestro destino y empezamos a caminar.

- Es un paseo de hora y media, y luego vamos a las aguas termales – nos dice Claudio, padre de un alumno colombiano y organizador de la excursión.

Pero el paseo de hora y media acaba siendo una caminata de 3 horas. Entre esto, y el parón en la carretera, no nos da tiempo de disfrutar del baño. Tenemos que estar de vuelta alrededor de las 7 para coger el bus nocturno que nos llevará a Pereira. En el camino de regreso a Bogotá, vemos de lejos la inmensa ciudad iluminada. Una hora después estamos de nuevo con las mochilas colgadas a la espalda y despidiéndonos de nuestros amigos.

Cuando llegamos aquí hace una semana, hacía 4 años que no veía a Luis y Javi ni siquiera lo conocía. Hoy salimos de su casa felices por el tiempo que hemos compartido juntos y deseando volver a vernos pronto. Luis: ¡no pasarán 4 años más, eso seguro!