Visita a Guatapé y subida a El Peñón

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Guatapé, del 6 al 8-2-2013

Salimos de Medellín un poco tarde, tras recoger las mochilas y desplazarnos en metro hasta la terminal de buses. El paisaje va volviéndose cada vez más rural. Por fin dejamos atrás la ciudad. Lo cierto es que Medellín nos ha aportado mucho tanto personal como profesionalmente pero necesito el contacto con la naturaleza.

Al acercarnos a Guatapé, empezamos a ver agua, mucha agua. Lo que al principio nos parecen lagos aislados resulta ser un único y enorme pantano artificial que inundó estas tierras en los años 70 cuando se construyo un enorme embalse para abastecer de energía eléctrica a Medellín. Se puede ver claramente una franja de tierra marrón en las orillas que indica que el nivel de las aguas está bastante bajo. Existen multitud de islas y algunos puentes  que forman una geografía bastante curiosa. El color predominante fuera del agua es el verde, un intenso verde que cubre las colinas en forma de pastos, y un verde más oscuro, el de los bosques que quedan entre las muchas fincas y casas de campo que se ven desde la carretera.

Hay lanchas en algunos pequeños muelles y resulta obvio que los deportes náuticos son los protagonistas en la zona. Nosotros no los practicaremos por motivos económicos pero hay otros atractivos por aquí que si que nos interesan en esta área, que tiene mucho turismo local durante los fines de semana. El entorno es bonito, aunque, ¿para qué negarlo?, un poco más artificial y civilizado de lo que andaba buscando en estos momentos en los que el cuerpo me pide montaña y “rutas salvajes”. Aún así resulta agradable.

Le indicamos al conductor del bus el nombre del hostal al que queremos ir y él nos indica el lugar donde debemos bajar. Está unos minutos antes del pueblo de Guatapé y justo al pie del famoso Peñón de Guatapé o Piedra de El Peñol, una enorme roca de más de 200 metros de altura que sobresale de la tierra con la forma de una bala de cañón gigantesca. Esta enorme piedra rodeada de verdes explanadas, suaves colinas y agua, es el principal motivo de que estemos aquí. En nuestro viaje por Nicaragua, mientras viajábamos de Corn Island a Bluefields conocimos a una pareja que nos recomendó varios lugares de Colombia, y este era uno de ellos. Nos enseñaron las fotos de El Peñol y nos llamó mucha la atención, así que aquí estamos, justo a sus pies.

El hostal, recomendado por la misma pareja que conocimos en Nicaragua, es acogedor. Tras regatear un poco el precio decidimos quedarnos en él. Después de instalarnos en un dormitorio compartido, que será solo para nosotros por ser entre semana y no tener gente, salimos para aprovechar lo que queda de tarde dando un paseo por Guatapé.

La caminata hasta el pueblo transcurre rodeando el Peñol y pasa junto a un gran embarcadero, más prados y más bosques. Al llegar al pueblo, lo primero que llama nuestra atención son los zócalos, que hacen que el pueblo también sea un destino turístico en si mismo. Los zócalos son cuadrados de aproximadamente un metro de altura que adornan la parte baja de las fachadas de todas casas del pueblo. En estos cuadrados cada habitante ha pintado una escena que le gusta o que le identifica. Los zócalos son coloridos y la figura central suele ser un relieve sobre el fondo. Los hay de caballos, de pájaros, de coches (en el parking), de motocarros (imaginamos que la casa de un chófer), de instrumentos musicales, de escenas representado la historia del lugar... El aspecto que dan al pueblo es alegre y vistoso.

Tras dar un paseo, regresamos al hotel en un motocarro porque nos dicen que, aunque la zona es tranquila, dos extranjeros caminando solos por la carretera y de noche pueden ser demasiado llamativos.

Por la noche consultamos la página web de concurso de blogs de 20 minutos para ver si ya están los resultados: ¡hoy se anuncian los finalistas! Pero aún no están... En cualquier caso seguimos en el primer puesto de la categoría de viajes, así que damos por hecho que estaremos entre los finalistas. Mañana veremos.

Por la mañana, mientras Mayte se ducha, abro el ordenador y recargo la página del concurso... ¡Ya está! ¡Ya han publicado los finalistas! Bajo rápidamente hasta viajes y... ¡No estamos! ¡No somos finalistas! Es difícil explicar el chasco, el chafón que siento. Mayte viene al poco rato y le comunico la mala noticia: no se lo puede creer. Después de asegurarle que no bromeo, pasamos un rato intentando comprender qué ha pasado... En casi todas las categorías el jurado ha pasado olímpicamente de los votos y ha seleccionado a finalistas que en algunos casos no hay por donde coger (leer este post para más información sobre el chasco y el bajón que supuso esto).

Intentamos que la mala noticia no nos amargue el día, el primero de relax que tenemos en bastante tiempo. Hoy teníamos previsto subir al Peñol y luego dar un paseo por el campo, así que preparamos las mochilas y salimos. Aunque eso sí, estamos muy muy desanimados y con una sensación de confusión e incredulidad total.

La subida al Peñol, previo pago de su importe, resulta un poco cansada. Hace tiempo que no hacemos deporte y eso se nota. Las escaleras que se construyeron hace ya muchos años, tienen el aspecto de una costura sobre una pronunciada hendidura que hay en uno de los costados de la enorme roca. El  zigzag de las escaleras hace el efecto de un hilo de sutura. No se esforzaron mucho en hacerlas pasar desapercibidas. Como tampoco se tomaron muy en serio el preservar el gran peñón lo más intacto posible: en la parte superior hay una construcción en forma de torre que alberga una tienda y un restaurante. La construcción es bastante fea y queda totalmente fuera de lugar, pero es lo que hay.

A pesar de todo, desde la azotea de la torre las vistas son espectaculares. Son 360º de islas verdes rodeadas de agua que reluce como un espejo. Pasamos un rato allí, observando las vistas, comiendo algo y haciendo fotos. Durante este tiempo, yo intento no pensar en el dichoso concurso pero es difícil. Mi humor no mejora.

Después de bajar Mayte se encuentra un poco floja y le tiemblan un poco las piernas por el esfuerzo, así que damos un corto paseo y volvemos al hostal. Pasamos la tarde descansando y charlando con Susy, la dueña del hostal. Ella es colombiana y está casada con Sean un chico inglés. Ellos también viajaron por Asia y Sudamérica durante un tiempo y hace menos de un año que han montado este negocio y, de momento, parece que les va bien.

Al día siguiente, por la mañana, nos levantamos muy temprano para coger el bus que nos llevará desde aquí a Marinilla, un pueblo que está en la ruta Medellín-Bogotá. Parece que ya casi ha pasado el disgusto de ayer y poco a poco lo vamos olvidando. Al llegar a Marinilla nos llevamos la desagradable sorpresa de que tendremos que esperar casi 3 horas para coger el bus a Bogotá. El madrugón no ha servido para nada. A la hora indicada llega el bus y al poco de subir en él me quedo dormido mientras Mayte hace pulseras de macramé. Paso el resto del viaje contemplando el paisaje y echando cabezadas hasta que, ya de noche, llegamos a Bogotá.