Paseando por La Habana

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La Habana, 11-07-2012

Después de ducharnos y desayunar salimos a dar un paseo por La Habana. Lo primero que hacemos es comprar un mapa de la ciudad, ya que por primera vez en nuestra aventura hemos decidido no llevar guía de viaje y simplemente dejarnos llevar. ¡Hay que ir soltando lastre! Aunque ya veremos si es una buena idea...

Empezamos a caminar por las calles de La Habana. Vemos sus edificios coloniales (unos bien conservados, otros que se caen a pedazos) con sus puertas enormes, ¡altísimas!, igual que sus techos. En algunas incluso han construido niveles intermedios, de manera que la casa queda partida por la mitad en sentido horizontal. Nos cruzamos con mujeres de andar cadencioso, los hombres con sombrero... Finalmente llegamos a la bahía, con las preciosas vistas del faro y el fuerte. Caminamos un poco más y estamos en el famoso malecón de La Habana.

Pronto se acerca a nosotros un anciano con su nieto. El hombre toca la guitarra y el niño baila estilo Michael Jackson. Por supuesto, la finalidad es que les demos unas monedas. Más adelante nos sale al encuentro un joven que empieza preguntándonos de dónde somos, interesándose por la situación de España y luego nos da varias recomendaciones sobre dónde ir a comer y a bailar. Sin embargo, se ve a la legua que no es por pura simpatía, sino para conseguir algo a cambio, por lo que rechazamos su invitación de acompañarnos en nuestro paseo. Son los conocidos “cazaturistas”. Se pegan a los extranjeros y, con la excusa de llevarlos a lugares interesantes, buenos o económicos, ellos consiguen a cambio comida, bebida o fiesta, y muchas veces acaban apelando a esa “gran amistad que tienen” para pedirles dinero para su madre enferma o cualquier otra cosa que se les ocurra.

Entendemos que, en parte, es como llevar un guía local, y que puede resultar muy interesante porque, a través de esta relación personal, los turistas pueden acercarse un poco más a la realidad de Cuba. Pero nos molesta que se hagan pasar por amigos sin ningún interés, cuando es solo por ese interés que se acercan a nosotros.

Unos metros más adelante, un vendedor de refrescos nos para “¡Eh, españoles” ¿Cómo están hermanos?” y se remonta a la época de la conquista de América y a la herencia del idioma y el cristianismo para entablar conversación. El objetivo: que compremos unos refrescos. Los recursos de la gente para atrapar a los turistas son increíbles ¡A este paso nunca vamos a salir del malecón! Tomamos la determinación de, sin ser desagradables, no pararnos a hablar con nadie más. Ya sabemos lo que hay detrás.

Nos adentramos de nuevo en la ciudad por el Paseo del Prado y vemos algunos lugares económicos para comer. ¡Qué alegría! Son cosas simples (hamburguesas, pizzas...) pero algo es algo. Javi empezaba a preocuparse pensando que tendría que hacer dieta debido a nuestros escasos recursos económicos, porque los precios de los restaurantes son similares a los de Europa.¡Un desastre para nuestro presupuesto! Algunos de estos restaurantes, los llamados “paladares” son negocios privados, los cuales solo se permiten desde hace unos 3 años (hasta ese momentos, todo, ¡todo! era propiedad del estado)

De vuelta a la casa en la que estamos alojados, nos saluda una vecina. ¡Qué simpática! Nos presenta a si u hija, una niña de unos 5 años.

- ¡Mire a mi niña! ¡Es su cumpleaños! - la niña mira a su madre con cara de extrañeza - ¿No tienen nada para regalarle? ¡Mire que ni fiesta le hemos podido hacer!

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