Malecón arriba, malecón abajo. Parque arriba, parque abajo.

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

La Habana, 20 y 21-7-2012

Una de las estampas más características de Cuba es el malecón. El paseo y el muro que separa el mar de la tierra se llenan de niños y jóvenes bañándose durante el día y de parejas y grupos de amigos por la noche. Todos ellos se sientan allí a tomar el fresco, como diríamos en España. Algunos tocan la guitarra y cantan, otros escuchan música, otros simplemente charlan. Esta noche iremos allí con nuestros amigos, y yo con mi nuevo “look”: las trencitas que me ha hecho Marta.

Con nuestros amigos empezamos a recorrer el malecón, pero pronto nos entra hambre y queremos ir a tomar algo. Mientras caminamos malecón arriba, hacia a La Habana Vieja buscado un lugar para comer algo y tomar unas cervezas, observamos que las luces se van apagando a nuestro paso. Es otro apagón, de los muchos que sufren por aquí.

- Hace unos años, los apagones eran tan seguidos que decíamos que, en lugar de apagones, lo que teníamos eran “alumbrones”” - nos cuenta divertido Lisandro.

Cuando llegamos a la Catedral, está todo completamente a oscuras, y cuando llegamos el lugar donde queríamos cenar, resulta que está cerrado. ¡Vuelta atrás! Caminamos malecón abajo. Empezamos a estar bastante cansados, llevamos más de una hora andando. Por el camino, todos los restaurantes que pasamos son para turistas y, por tanto, con unos precios demasiado altos. Por fin llegamos a un lugar, en el barrio del Vedado, donde podemos comer unas pizzas por un precio razonable. Tras comer y beber algo, los ánimos empiezan a levantarse y pasamos un buen rato. Cuando estamos a punto de irnos, Alejandro, que está sentado frente a mí, abre los ojos como platos y se levanta de un salto y corre hacia la ventana.

- ¡Miren eso! ¡Miren eso!

Voy tras él y veo a un chico que camina hacia el malecón... ¡completamente desnudo! Tras intentar buscarle alguna explicación y no encontrarla, salimos del restaurante.

Como ya es tarde, buscamos un taxi. Somos siete, y dos somos extranjeros: no va a ser fácil. Lisandro nos dice que no hablemos para que no nos descubran, ya que algunos no tienen licencia y se niegan a llevar “yumas”. Se acerca a negociar el precio y una vez pactado nos hace señas para que nos acerquemos. El taxista nos mira con los ojos cada vez más abiertos mientras subimos uno tras otro:

- Pero... ¿quién va a viajar? – dice con los ojos abiertos como platos.

- Todos – responde Lisandro mientras subimos al coche, no sea que el conductor se arrepienta.

- ¿Pero cuaaaaantos sooon usteeedes? ¡Tremenda multa me pué meter la polisía!

- Nada hombre, si le paran usted diga que una de las muchachas está embarazada o que se encuentra mal – le dice Lisandro, quitándole importancia.

Mal que bien, nos acomodamos las tres parejas detrás y Lisandro delante. Dos minutos después, nos para la policía.

Javi y yo hacemos esfuerzos para mantener la boca cerrada. El taxista baja diciendo:

- Bueno, yo tengo todos los papeles en regla, yo enseño todos los papeles y ya está...

Creo que lo dice más que nada para convencerse a sí mismo. Vemos como le enseña la documentación al policía y cómo este señala hacia el coche. Unos minutos después regresa.

- Nada, le dije que una de las muchachas estaba embarazada...

¿Cuántas veces utilizarán los taxistas la misma excusa? Porque esto debe ser frecuente: por el camino nos cruzamos con otro taxi más pequeño y con más personas dentro. Seguro que nuestros padres dirían que de jóvenes hacían lo mismo, pero hacer esto ahora en España resulta impensable.

La noche siguiente también salimos un rato: vamos a ir al Parque G. Como Alejandro trabaja cerca de allí, nos vamos a casa con Merli y quedamos en vernos después de cenar. Pero nos entretenemos más de la cuenta y cuando vamos a coger la guagua ya es la hora a la que habíamos quedado con Alejandro en el parque. Para complicar más las cosas, la guagua no llega. Y es que aquí no hay horarios: la guagua pasa cuando pasa ¡y si pasa! Una hora después aún estamos esperando, y cada vez más preocupados por si Alejandro se cansa y se va. Pero tenía tantas ganar de ir que confiamos en que nos esperará.

Nos equivocamos. Llegamos allí y empezamos a buscarlo. ¡Parque arriba, parque abajo! Y Alejandro no aparece. Mientras tanto, observamos el ambiente del parque. Es como un paseo amplio, con mucha vegetación y banquitos llenos de jóvenes charlando, tocando la guitarra, bebiendo... El aspecto de esta gente es muy diferente a lo que se suele ver por La Habana: gente con look “punk”, hippie o alternativo, rastas... Nada que ver con las ropas coloridas y ajustadas que estamos acostumbrados a ver por aquí.

Un rato después, y tras pegarle un par de tragos al rifle (la botella de ron) que habíamos comprado, decidimos volver a casa.

¡Otra vez el problema de la guagua! Esperamos más de media hora y finalmente decidimos coger un taxi. La verdad es que sale bastante caro, pero es tarde ¡y tampoco vamos a estar esperando hasta mañana! Para amenizar el trayecto, el taxista pone un CD de reggaeton a todo volumen. Yo tengo tanto sueño que ni eso ni el traqueteo del vehículo impiden que me duerma.

Cuando llegamos a casa, ya casi a las dos de la mañana, ¡nos dicen que Alejandro había llegado nada más salir nosotros! Qué desastre... Pero ya sabemos que los planes a veces no salen como uno quiere, aquí o en cualquier parte del mundo.