Boquete, una "gringolandia" en Panamá

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Boquete, del 8 al 13-12-2012

Boquete es un pueblo pequeño rodeado de montañas y situado junto a un río. Tiene una temperatura primaveral permanente y es bastante bonito, con casas bajas y rodeado de naturaleza. En su pequeño parque, situado en el centro del pueblo, siempre hay gente paseando o sentada a la sombra de sus árboles. Pero es “gringolandia”.

Muchos norteamericanos han dejado su país de origen para instalarse aquí. La vida en este país es más barata y las casas también, el clima de Boquete es agradable y en cierto modo están como en casa porque muchos de sus vecinos tienen la misma procedencia. La mayoría no vive en el pueblo, sino en grandes casas en urbanizaciones cercanas. Incluso tienen una asociación que organiza actividades culturales, charlas informativas y hasta un mercadillo de comidas y artesanías donde, por cierto, fuimos a vender nosotros.

Es conocido, obviamente, como “el mercado de los gringos”.

- ¡Parece que estemos en un pueblecito de Texas! -me dice Javi después de dar una vuelta por el mercado. - Hay mermeladas caseras, pastel de manzana... ¡como en las películas!

Para vender aquí tenemos que pagar una cuota e intentamos convencer a la responsable de que no nos la cobre, dado que lo que vendemos va destinado a financiar nuestro proyecto.

- No no no, aquí paga todo el mundo, porque somos una organización sin ánimo de lucro, así que tenemos que cobrar a todos igual -nos dice muy seria y sin el menor interés hacia lo que hacemos.

Nosotros pensamos que justamente porque no tienen ánimo de lucro, podrían ser más sensibles hacia estas cosas. Vemos que no.

La verdad es que los norteamericanos son bastante particulares. Otra cosa que nos resulta muy curiosa es que la mayor parte de esta gente no está realmente integrada en la vida del pueblo.

- Es que los estadounidenses, estén donde estén, siempre parece que estén fuera de lugar, se les detecta a la legua -comenta Javi.

Y puede que tenga razón. Es como si vivieran en un mundo aparte. Por supuesto, no todos son así y hay gente encantadora, como los couchsurfers que hemos conocido; esto es sólo una impresión general.

Pancho, el dueño del hostal en el que estamos nos aconseja ir a visitar una cascada que recibe el nombre de “La Escondida”. Nos explica que tenemos que ir en un “busito” hasta la entrada de un camino y luego subir una hora caminando hasta la cascada.

Le explicamos al conductor dónde vamos y él nos indica dónde nos tenemos que bajar. Empezamos a recorrer un camino estrecho y bien marcado que nos lleva hasta un llano donde hay una casita.

Sale a nuestro encuentro un hombre que está trabajando por allí y nos dice que tenemos que pagarle 5 dólares:

- ¿Por qué? - pregunto extrañada.

- Porque esto es una propiedad privada y el camino pasa por aquí.- me responde el hombre con toda naturalidad.

- Pero la cascada no es propiedad privada.

- No, pero el camino sí y nosotros nos encargamos del mantenimiento.

- Bueno, y ¿dónde dice que tenemos que pagar? ¡Nosotros no vemos ningún cartel ni nada! - protesto, ya un poco enfadada.

Empieza así una discusión en el transcurso de la cual nos enteramos que el terreno pertenece a una tal Wendy, una “gringa”; este chico trabaja para ella. Parece que la cascada no está en su terreno, pero hay que pagar por pasar por allí. ¡Lo que nos faltaba! Porque no nos molestaría pagar algo al ayuntamiento del pueblo si es para tareas de mantenimiento, pero ¿a un particular? ¡Ni hablar! Finalmente nos negamos a pagar y volvemos por donde habíamos venido. Además, esta ni siquiera era la cascada que estábamos buscando, “La Escondida” está más abajo. Esta se llama “La Misteriosa” ¡Hay que jo...!

Luego resulta que en “La Escondida” también hay que pagar, pero al menos hay una valla, un cartel y una caseta en la que una chica lleva una hoja de registro con todos los que entramos. Además, en este caso si que está claro que la cascada está dentro de la finca. El camino hasta la cascada es muy agradable y, aunque no tiene mucha agua en estos momentos, es muy alta y el entorno es precioso.

Para volver al pueblo, hacemos autostop y nos recoge un hombre que trabaja en una cooperativa de café. Le acompañamos a recoger unos sacos y a llevarlos a la cooperativa. Por el camino, le hablamos de nuestro proyecto y él nos habla de su trabajo. Llegamos al pueblo cuando ya está cayendo la noche. Hacía tiempo que no andábamos más allá del espacio que separa el hostal de la tienda más cercana, así que estamos bastante cansados y nos vamos a dormir temprano.