Camino a Solentiname: Mayte se hace artesana

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Solentiname, 25-9-2012

La noche es ya oscura cuando salimos de Ometepe. Las olas me hacen pensar por enésima vez que estamos navegando por el mar. De nuevo tengo que hacer un esfuerzo mental para recordar que esto es el Cocibolca, el lago Nicaragua, y que las negras aguas que se ven a nuestros pies, a pesar de albergar incluso tiburones, son dulces y no huelen a salitre.

Me quedo un rato mirando la isla y sus dos volcanes recortados contra la oscuridad de la noche. Fumo un cigarrillo mientas pienso que es la segunda vez que dejamos atrás esta isla que ya forma parte de nuestras vidas, o más bien de nuestra vida en común. No puedo evitar sentir ya nostalgia al despedirme de ella. Mayte sale de la cabina del barco y se acurruca junto a mí. No hace falta decir nada.

Al rato entramos  dentro y nos sentamos. Este barco no tiene hamacas, o por lo menos no las tiene en primera clase, que es la que nos han obligado a comprar. Intentamos dormir como podemos en los duros bancos del interior.

En un momento de la noche me despierto y salgo silenciosamente de la oscura cabina de pasajeros. Todos duermen dentro. Fuera hay un hombre durmiendo en una hamaca y otro sentado fumando. Cruzamos las miradas y hacemos un leve gesto con la cabeza. No estamos para hablar. La noche es mucho más clara, la luna ilumina el lago y todavía se ven los volcanes de Ometepe. La imagen es perfecta y la tranquilidad es absoluta pero el viento es frío e intenso así que, al cabo de un rato, me resigno a volver al interior.

Al amanecer nos despertamos y salimos a cubierta. Estamos cansados y con ganas de llegar a alguna parte, concretamente a las islas de Solentiname. Pero este barco no para en este pequeño archipiélago, va directo a San Carlos, un pueblo situado a orillas del lago y de su desaguadero, el río San Juan, que lleva directo al mar Caribe. Llegamos al puerto de San Carlos a las 6 de la mañana tras casi 12 horas de barco.

Bajamos somnolientos con la esperanza de encontrar un transporte hasta Solentiname que salga pronto y que sea barato. Sabemos que soltando una buena cantidad de dolares estaríamos en las islas en media hora, no hay más que alquilar una lancha rápida. Pero, como siempre, tenemos que buscar algún transporte colectivo y adaptarnos a su horario. Después de hacer algunas averiguaciones por los muelles mientras el pueblo se despereza nos informan de que la panga colectiva sale a las 12:30. Una panga es una lancha rápida o no tan rápida, según lo que se pague, con el fondo plano y motor fuera borda. Me temo que en esta etapa de nuestro viaje este medio de transporte se va a convertir en algo más que habitual. Nos quedan 6 horas de vagabundeo por San Carlos con las mochilas a cuestas y no nos apetece nada el plan, pero no podemos hacer mucho al respecto.

Las horas pasan despacio. En una oficina de turismo nos han guardado las mochilas grandes y así hemos podido dar un paseo por San Carlos que no es más que otro lugar donde transcurre la vida anónima de miles de nicaragüenses. Parece no tener ningún atractivo para los viajeros, es un lugar de paso para ir hacia el río San Juan, hacia Solentiname o hacia Costa Rica. Están organizando una feria de turismo y estamos seguros de que tiene gente encantadora que lo hará un lugar especial, pero nosotros ahora solo queremos salir de aquí.

A la hora prevista subimos a la panga, tomamos asiento y comemos algo de tajada (comida que venden metida en una bolsa de plástico en los puestos callejeros y que consiste en plátano cortado en largas tajadas y frito que se sirve con ensalada y pollo, también frito). Mayte coge un trozo de mecate (cuerda) vieja y comienza a hacer un muñequito con nudos como los que usaba para hacer las pulseras de macramé en Asia. Una niña le observa tejer desde el banco de delante con los ojos muy abiertos.

La panga se aleja de la costa y Mayte sigue tejiendo bajo la mirada de la niña hasta que en un momento determinado su madre se vuelve, observa a Mayte y le pregunta señalando un collar que lleva puesto:

- ¿Eso lo hace usted?

- Sí... - contesta Mayte sonriendo tímidamente.

- ¿Tiene para vender?

- Bueno, no sé... es que yo esto lo hago para entretenerme... –responde Mayte desconcertada para luego añadir levantándose–: Un momento, creo que tengo alguna en la mochila. – A continuación coge una bolsita y saca un par de pulseras.

- ¿Cuanto cuesta esta? –dice la madre de la niña cogiendo una de las pulseritas.

- Eh, pues... no sé.. es que yo no suelo venderlas... –Mayte balbucea confusa y me mira en busca de consejo mientras yo, divertido, me encojo de hombros. Finalmente se lanza y contesta–: Deme 25 córdobas (1$) si quiere.

Mientras se produce este diálogo yo me he lanzado hacia la cámara de fotos para inmortalizar el momento de la transacción. Y es que, durante nuestro viaje por Asia, Mayte hacía las pulseritas sólo para regalarlas a los amigos, pero me comentó varias veces que igual podía venderlas. Yo normalmente le contestaba como si estuviera bromeando y no le daba importancia.

- ¡¿Tú ves?! Tenía razón. Con esto podemos sacar algo de dinerillo –me dice ella con cara de triunfo.

- Sí, tenías razón, quizás se pueda hacer algo con eso –accedo bajando la cabeza y contento por verla tan alegre.

Y es que hemos conocido a varios viajeros que se mantienen gracias a la artesanía que venden, o que trabajan vendiendo artesanía y viajan para ello. Nunca sé cuál es la causa y cuál la consecuencia. Quizás es que no las hay, es tan solo otra forma de vida.

Una vez Mayte se ha convertido en una artesana profesional seguimos comentando posibilidades de negocio cuando, poco antes de llegar, se nos acerca un hombre que venía con nosotros desde el puerto de Ometepe pero que aún no nos había hablado. Nos dice que tiene unas habitaciones en Mancarrón, la isla a la que nos dirigimos, y que nos puede hacer un buen precio. Resulta ser español y le decimos que lo pensaremos.

Al fin llegamos a la isla. Es pequeña pero no tanto como algunos de los islotes que la rodean. Nos sorprende que lo primero que vemos al llegar a un lugar tan apartado sea un puesto militar y varios soldados pidiendo papeles al piloto de la panga. Después de hablar con ellos un poco, este nos explica que hace un tiempo que se vigila esta zona tan tranquila por el tráfico de drogas desde Costa Rica hacia el Norte.

Finalmente el español de la panga nos hace un buen descuento por la habitación, que es casi de lujo para nosotros y que nos acaba de convencer por estar a orillas del lago con una enorme terraza, cocina compartida con nadie, ya que estamos solos, y unas vistas preciosas.
Después de un paseo vemos un bonito atardecer desde la terraza de nuestra nueva casa provisional y observamos como llega, en un instante, una lluvia torrencial acompañada de un fuerte viento que nos hace guarecernos en la habitación. Mañana veremos lo que nos depara Solentiname.