¡Casi se pueden tocar con la mano!

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Puerto Madryn, 16-7-2013

Hoy hace mejor día. Al menos está despejado, aunque hace mucho viento y nos dicen en el hostal que no se van a hacer salidas en barco para ver a las ballenas. La bahía está cerrada. Esperamos que el temporal remita pronto porque solo podemos estar aquí 3 o 4 días.

De todas formas no queremos perder el tiempo así que preparamos una mochila con ropa de abrigo y algo de comer y salimos a ver qué podemos ver desde tierra. Nos dirigimos hacia el paseo y nada más llegar vemos algo a lo lejos. Será una...

- ¡Ballena! ¡Ballena! ¡Ballena! –grita Mayte dando saltos y riendo.

Sí. Es una... no dos, ¡tres ballenas! Se ven a lo lejos varios bultos negros que se mueven y de vez en cuando expulsan un chorro de agua. Se les ver saltar y agitar la cola dando unos golpes tremendos contra la superficie del mar. ¡Estamos muy contentos! No esperábamos que fueran tan fáciles de ver. Pasada la emoción inicial, dejamos de dar el espectáculo y dirigimos nuestros pasos hacia el Norte, donde nos han dicho que está la playa del Doradillo, el mejor sitio para verlas de cerca.

Sabemos que no hay bus a estas horas y que está lejos, pero estamos en Argentina de nuevo: seguro que alguien nos levanta. Pasamos junto a los restos de un naufragio y llegamos a la ruta. Como habíamos supuesto, en menos de 10 minutos estamos en un coche que nos deja en el desvío hacia la playa. De allí comenzamos a andar y en menos de un minuto ya ha parado una pareja para llevarnos. ¡Así da gusto!

La pareja que nos ha recogido es muy agradable y en un momento estamos compartiendo un mate con ellos. Qué agradable es estar de nuevo en Argentina. No dejamos de decirlo y de pensarlo. Sus nombres son Darío y Tamara y se dedican al mundo editorial, concretamente trabajan en editoriales universitarias. Él es de Buenos Aires y ella de Córdoba (la Córdoba argentina, claro). Bajamos con ellos en la tercera cala, que es la que nos han recomendado, y subimos a un pequeño acantilado que domina las aguas cercanas.

¡Desde allí se ven muy cerca! Las ballenas son unos animales majestuosos y es impresionante verlas pasar ante nuestros ojos, tan cerca de la costa. Estamos un rato observándolas maravillados y, finalmente, nos decidimos a bajar a la playa para verlas más de cerca todavía.

¡No podemos creer que estén ahí! ¡Casi se pueden tocar con la mano! Tan solo habría que nadar unos metros para llegar hasta ellas... cosa que no haremos porque, además de estar prohibido, hace un frío que pela y un viento tremendo. Nos sentamos en la orilla y vemos como pasan de un lado al otro. Parece que nos observen con curiosidad. A veces pienso que quizás son ellas las que vienen desde muy lejos solo para ver a unos animales muy raros que caminan sobre dos patas, que llevan ropas de colores y que se reúnen en Puerto Madryn en esta época del año. ¿El mundo al revés?

Hace un momento ha pasado un ejemplar grande nadando panza arriba y con una cría sobre su pecho. Es un espectáculo maravilloso.

A lo lejos, donde hay más profundidad, vemos cómo saltan algunos ejemplares enormes. Da miedo pensar en la fuerza que tienen que tener esos animales para poder saltar de esa forma con unos cuerpos tan inmensos como los suyos. También abundan los coletazos: con cada golpe que dan se levanta una nube de agua y espuma.

No nos cansamos de mirarlas mientras charlamos con nuestros nuevos amigos Tamara y Darío que nos proponen ir con ellos a visitar la cercana Península Valdés una reserva natural unida a la costa por una estrecha franja de tierra de apenas 5 km de ancho. Vista desde arriba la península tiene una curiosa forma de ancla, que deja un amplio golfo al Norte y otro al Sur. Esa peculiar forma y su ubicación estratégica hace que el lugar sea un paraíso natural.

Tanto en la península como en las playas cercanas, no solo se pueden ver ballenas, también hay pingüinos, lobos y elefantes marinos, e incluso orcas. Cada especie tiene su época de apogeo, ahora las protagonistas son las ballenas pero en otras épocas hay enormes cantidades de lobos marinos. De hecho, hace muchos años las loberas cercanas eran una próspera (y sangrienta) industria por aquí.

En otros momentos del año se puede ver una escena tan fascinante como violenta: las orcas se lanzan playa adentro para cazar a algún desafortunado lobo marino, lo atrapan con sus enormes mandíbulas y retroceden mar adentro retorciéndose sobre la arena. Se llama varamiento intencionado y es naturaleza en estado puro (aquí hay un vídeo que, lamentablemente, no es nuestro) .

No era la época para ver a las orcas pero el menos sangriento espectáculo de la ballena franca austral también es impresionante. Porque ese es el nombre de la ballena que estamos viendo desde la costa estos días: ballena franca austral. Una especie de ballena que pasa el verano cerca del Ártico y que sube en invierno hasta lugares como este, de aguas tranquilas, para aparearse, dar a luz y amamantar a sus crías. Puede medir más de 16 metros y pesar más de 40 toneladas.

Durante mucho tiempo, esta fue una de las ballenas más perseguidas, debido a que era fácil cazarlas y a que proporcionaba enormes cantidades de aceite y otros materiales. De los cientos de miles que existieron, hoy en día tan solo quedan unos 10.000 ejemplares según las estimaciones más optimistas y hace muchos años que está protegida.
Parece que su mayor problema hoy en día son las gaviotas, concretamente un tipo de gaviota que les ataca, picando su gruesa piel hasta romperla y llegar a la grasa. Una vez lo consiguen pueden llegar a hacer un agujero de medio metro para alimentarse. ¿Naturaleza? No solo eso, es otra vez el hombre: los restos de la pesca, los basureros incontrolados y otras lindezas como esas han producido un aumento desmesurado en la población de estas agresivas gaviotas. Se estima que las acosadas ballenas pasan 1/3 de su vida defendiéndose de las gaviotas y alejándolas de sus crías.

Cuesta creer como somos capaces de hacer tantas cosas tan mal...

Recorremos la distancia que nos separa de la Península Valdés, que es de más de 100 km (casi nada para la Patagonia), en el coche de nuestros nuevos amigos. Al llegar a la puerta del parque natural, vemos que hay que pagar bastante más si somos extranjeros. Los argentinos pagan muy poco. Darío nos dice que nos callemos y, mientras Mayte toma mate como una porteña de toda la vida, dice que todos somos de Buenos Aires... Y pasamos por argentinos. Esta vez nos hemos evitado el bochorno de que nos pillen, como le pasó a Mayte en Cuba.

Visitamos una alejada cala que recuerda Darío de sus veranos de juventud, cuando pasaba mucho tiempo por aquí. Allí hay varios pescadores que viven en medio de la nada. Charlamos un rato con ellos y nos ofrecen una salida extraoficial para ver a las ballenas al día siguiente. Pinta bien y es mucho menos turístico y masificado que las salidas oficiales, pero al final nos vence el sentido de responsabilidad (este tipo de excursiones están prohibidas) y decidimos no hacerlo. No queremos fomentar un negocio ilegal e incontrolado que puede perturbar aún más a las ballenas.

Cuando empieza a caer el Sol volvemos hacia casa, parando antes en el museo del parque para aprender un poco más sobre la historia del lugar y de las ballenas. Allí vemos un enorme esqueleto de ballena que tienen expuesto. Al observar las aletas me llama la atención que por dentro parecen una enorme mano con sus correspondientes dedos. Lo comento en voz alta y Darío dice:

- Claro, la ballenas son mamíferos, no son peces.

- Sí, claro. Eso ya lo sabemos- contesto extrañado.

- Y evolucionaron desde animales terrestres... ¿no?- agrega Darío un poco confundido.

- Pero, vamos a ver... Todos los animales terrestres proceden del mar, ¿no? ¿Entonces que pasa que hay algunos que salieron y volvieron al mar?- pregunto yo confuso.

Y ahí comienza el debate. Nos divertimos un rato elucubrando y seguimos charlando sobre el tema mientras volvemos a “casa”. Más tarde he tenido oportunidad de investigar y puedo decir: Darío, ¡¡¡tenías razón!!! ¡Las ballenas tienen antepasados que eran parecidos a pequeños ciervos del tamaño de un gato! Y de ahí esas manos (o más bien pezuñas) que tienen escondidas dentro de las aletas.

Después de una buena ducha caliente salimos para cenar con Darío y Tamara en la pizzería de ayer, contentos de poder compartir un rato más con ellos.