Como la India, pero peor

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La Paz, 20-6-2013

Esa es la impresión que hemos sacado tras nuestros primeros días en Bolivia: es como la India, pero peor.

Decimos que es como la India, porque, como ocurre allí, en general mucha de la gente que se dedica al turismo hace todo lo posible para estafar a los extranjeros, mienten descaradamente para venderte lo que sea o convencerte de que contrates sus servicios, tienes que estar pendiente de que no te cobren más que a los locales... Pero también ocurre que, igual que en la India, hay mucha gente encantadora: la señora de la tienda de comestibles, la que vende empanadas en el mercado, el chico que conocimos en el bus, Yana... son muy agradables.

Decimos que es peor porque también hay gente de la calle con muy mal genio, incluso desagradables y agresivas, y eso no ocurría en India, o al menos no a nosotros. Hoy hemos conocido a varias de estas personas.

Hoy hemos ido a “El Alto”, una ciudad en si misma que está a las afueras de la paz. Como su nombre indica, está en un lugar elevado, en la ladera de una colina. Puede que el suyo sea uno de los mercados más altos del mundo (unos 4.400 metros) y se ve toda la ciudad de La Paz. Nos damos cuenta entonces de su gran tamaño y vemos cómo se extiende por las laderas de las montañas que rodean esta ciudad. Nos recuerda un poco a Bogotá o a Medellín.

Hemos venido porque queremos comprar un par de aguayos, las típicas telas de colores que utilizan aquí las mujeres para llevar a los bebés y cualquier tipo de carga. La primera señora a la que le preguntamos se enfada cuando le decimos que tal vez lo compremos más tarde.

Más adelante, cuando estoy haciendo una foto a un puesto en el que venden recambios para coches (¡para nosotros es algo llamativo ver eso en un mercado, obviamente!), una señora, pensando que le estaba haciendo una foto a ella, se pone a gritar que me vaya y a tirarme cosas. De nada ha servido que le explicara que no la estaba fotografiando a ella. Somos bastante respetuosos con esas cosas, siempre pedimos permiso, aunque eso suponga perder la espontaneidad de la foto. A pesar de todo ella ha continuado gritando y lanzándome objetos. Me ha dejado muy mala sensación y me ha hecho sentir mal el resto de la mañana.

Más tarde vuelvo a preguntar por los aguayos y la señora me pide un 50% más que la anterior. Así que cuando encuentro una abuelita sonriente que me pide lo mismo que la primera, decido no darle más vueltas y comprar el aguayo. La señora apenas habla español; sólo quechua, así que su vecina de puesto le va traduciendo. Entre las dos me indican el tamaño adecuado de aguallo para llevar a un bebé y cómo se coloca. ¡Por fin un poco de amabilidad y sonrisas entre tanta hostilidad! Aún así creo que hemos pagado algo más de la cuenta, pero me da igual con tal de ahorrarme malas caras y problemas.

Estamos de vuelta en la Plaza Eguino, junto a la casa de Yana. Este lugar siempre está concurrido, lleno de gente vendiendo y comprando a todas horas del día. Nos damos cuenta de que la gente que está por la mañana no es la misma que hay por la tarde o por la noche. Los vendedores se van turnando según las horas del día. Donde por la mañana están vendiendo camisetas, por la tarde venden comida y por la noche bisutería. Cuando acaba su turno, recogen todas las cosas, las envuelven en aguayos o las meten en sacos y se van para que el lugar sea ocupado por otros. De vez en cuando se ven pasar algunos hombres con unos sacos enormes cargados sobre sus espaldas; esto nos recuerda más bien a Nepal.

También encontramos otras similitudes con este país. Una de ellas es la música. Estando en Nepal, íbamos un día en un bus y el conductor puso música tradicional. Nos sorprendimos mucho cuando nos dimos cuenta de que sonaba igual que los “guaynos“ que habíamos escuchado unos años antes en Perú y que son muy parecidos a la música boliviana. Ahora nos pasa al revés: ¡la música de aquí nos recuerda a Nepal! Otro detalle curioso es el peinado de las mujeres: recogido en dos trenzas que se unen en la espalda mediante un cordón, igual que unas mujeres que vimos en un pueblo nepalí mientras nos dirigíamos al trekking de los Annapurnas.

Hay algunas teorías que hablan de migraciones entre Asia y América hace unos 14 mil años, y observando estas similitudes no es difícil creer que están en lo cierto. Nos gusta y nos sorprende encontrar huellas de esto a lo largo de nuestro viaje; no lo aprendemos porque lo hayamos leído, sino porque lo hemos vivido.

Además, tanto en India y Nepal como aquí mantienen mucho las tradiciones, sobre todo en lo que tiene que ver con el vestuario de las mujeres. Más allá de que todas usen el aguayo, están las llamadas “cholitas”. A pesar de que originalmente la palabra “cholo” se utilizaba para designar a los esclavos descendientes de indios y negros durante la conquista española, y que en muchos lugares de Sudamérica se utiliza con tintes despectivos, aquí en Bolivia tiene otro significado.

Aquí las cholitas son mujeres indígenas caracterizadas porque visten unas camisas cortas, una mantilla sobre los hombros y unas faldas típicas (polleras) con muchas capas, calentadores de lana en las piernas (en lugares fríos como La Paz) y zapatos bajos tipo “merceditas”. Llevan el pelo recogido en dos trenzas y, lo más curioso de todo, ¡llevan bombín!.

Tienen fama de ser muy reservadas y de tener mucho carácter, y no les gusta que les hagan fotos. Yana nos comenta que las niñas pequeñas no son “cholitas” y que llegada una determinada edad deciden si quieren serlo o no. Ojalá no se pierda esta tradición... es parte de la cultura del país, es gracias a estas cosas que sientes que estás en un lugar diferente, en un país diferente. Si todo es igual en todas partes, si todos  vestimos igual, escuchamos la misma música y comemos lo mismo, ¿qué gracia tiene viajar?

Lo que no nos gusta tanto es que se exploten comercialmente y se ridiculicen estas tradiciones. Decimos esto porque vimos en la calle un anuncio presidido por una fotografía de dos cholitas tirándose de las trenzas en un ring: son “luchas de cholitas”, una especie de “pressing cach”. No sabemos qué pensarán ellas, pero a nosotros nos da un poco de pena que se degrade así una tradición..

Pasamos unos días más en La Paz porque tenemos que solucionar algunas cosas de cara a nuestra reincorporación laboral y quiero comprar algunas piedras para hacer artesanías, pero las ciudades nos cansan cada vez más, así pronto vamos a escaparnos a un lugar más natural ¡y más cálido! Nos vamos a Coroico.