El río San Juan de Nicaragua: 5 siglos de historia en 7 días (Parte II)

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De El Castillo a San Juan del Norte, del 2 al 4-10-2012

(viene de Parte I)

Navegando por el San Juan de nuevo: una carretera y una ruta entre dos océanos

Al día siguiente salimos de El Castillo a media mañana en dirección San Juan del Norte. El trayecto de hoy es más largo. Nos esperan 7 u 8 horas de panga. El Raudal del Diablo lo dejamos atrás cuando llegamos hace unos días al muelle de El Castillo. Fue menos movido de lo que esperábamos gracias a la pericia del piloto, que se conoce el río a la perfección. Por ese motivo la salida es suave y volvemos a deslizarnos lentamente sobre el agua turbia en otra panga que, por supuesto, también es lenta y barata.

El paisaje es algo diferente del que recorrimos unos días atrás. El aspecto de la orilla norte es mucho más salvaje, la jungla es más densa, más tupida. La margen sur, sin embargo, está completamente destrozada. Siguen predominando los pastos, pero es que además Costa Rica está construyendo una carretera justo en la orilla. El paisaje es dantesco: máquinas apisonadoras, árboles talados, movimientos de tierra, naturaleza arrasada... Es triste y creo que pocas personas podrán utilizar el progreso para justificar algo así. Aún si fuera necesario llevar el mal llamado progreso a esta región y a sus gentes, hay formas más sostenibles y delicadas de hacerlo. Curiosamente Costa Rica vende internacionalmente su imagen de destino para el turismo de naturaleza mientras comete un atentado ecológico como este. Aunque también es cierto que ese turismo de naturaleza consiste realmente en visitas de pago a reservas naturales privadas que funcionan a modo de parques de atracciones verdes.

Los nicas protestan y acusan al país vecino de perjudicar al río con los sedimentos que arrastran las lluvias por culpa de la carretera. Los ticos, por su parte, dicen que Nicaragua ha abandonado al río San Juan y a sus habitantes. Al final todas las acusaciones se pierden en insultos y nacionalismos irracionales mientras el río y sus pobladores salen perdiendo, siempre perdiendo.

Existe un conflicto entre los dos países desde hace mucho tiempo por los derechos sobre el río. La historia y la ley dicen que el río es de Nicaragua, si bien Costa Rica tiene algunos derechos de navegación civil. A pesar de ello los enfrentamientos, las acusaciones de invasiones de islas, las prohibiciones de navegar y las denuncias internacionales han sido la tónica de los últimos años.

Continuamos navegando mientras intentamos mirar más hacia Nicaragua que hacia Costa Rica. Esta panga también hace paradas para dejar a los pasajeros en lugares que son aún más inhóspitos que la otra vez. Hay gente que se queda en mitad de la jungla y comienza a caminar como si fuera a un centro comercial. En una de esas paradas de pronto vemos algo que se mueve de repente entre las hierbas de la orilla y algo parecido a un tronco sale flotando... pero no es un tronco, ¡es un cocodrilo! ¡y bastante grande! El encargado de la panga lo señala y nos dice:

- ¿Lo vieron?

- ¡Sí!, ¡sí! –contestamos excitados y contentos por haber visto aunque sea fugazmente a un animal tan esquivo.

Parece que a medida que nos alejamos de San Carlos la civilización se va desvaneciendo en el lado norte. Ya solo se ve verde, un verde intenso que se refleja en el agua dándole un color extraño. Los árboles, algunos de ellos enormes, luchan por conseguir algo de espacio, el bambú crece enorme por doquier... pero lo más impactante son las plantas parásitas, las trepadoras, las enredaderas que lo cubren y lo asfixian todo. Es como mirar un muro verde e irregular, con formas que invitan a imaginar. En un momento dado estas caprichosas formas me hacen pensar en  los muebles cubiertos con sábanas de una casa cerrada durante mucho tiempo. Es como jugar a adivinar la forma de las nubes.

Recuerdo haber leído cuando estaba en Solentiname que un joven Mark Twain de 31 años también tuvo esa sensación cuando pasó por  por este lugar en el 1.866 y escribió acerca de figuras como columnas góticas y ventanales destacando sobre el fondo verde de la vegetación. Y uno se podría preguntar ¿qué hacía el escritor norteamericano navegando por un lugar tan remoto como este? La respuesta es que esta fue durante muchos años una de las rutas más importante para cruzar de un océano a otro.

Las peleas durante siglos de españoles, ingleses y piratas tenían un motivo claro: este río permitía la navegación desde el Caribe hasta el lago Nicaragua y cruzando el lago se llegaba hasta una distancia de menos de 20 km del Pacífico. ¡Solo unos kilómetros de tierra separaban a los dos océanos! Desde que los antiguos imperios comerciales descubrieron este hecho la suerte de Nicaragua estuvo echada. Controlar este paso era controlar el mundo.

Durante siglos se ha especulado con la idea de construir un canal interoceánico. Reyes, políticos, empresarios y militares de distintos países y épocas han soñado con él y los dos lugares más apropiados para ello siempre fueron Nicaragua y Panamá. Pero aún no era el momento.
A mediados del siglo XIX la fiebre del oro provocó un éxodo masivo desde la costa este de Estados Unidos hacia California. Fueron cientos de miles los buscadores de fortuna que viajaron cruzando Norteamérica por tierra o en barcos hasta Panamá y Nicaragua para luego atravesar el continente en sus puntos más estrechos. Miles de viajeros, como Mark Twain, eligieron la ruta del río San Juan, más económica y corta que la de Panamá.

Los futuros mineros salían del puerto de Nueva York en grandes vapores, desembarcaban en San Juan del Norte y embarcaban en unos vapores más pequeños con los que llegaban hasta El Castillo, dónde el Raudal del Diablo impedía seguir navegando. Allí volvían a bajar a tierra para caminar hasta más arriba de los rápidos, donde volvían a embarcar en otro vapor que los llevaría hasta el lago Nicaragua. Una vez que atravesaban el lago y llegaban al puerto de la Virgen en la costa oeste del mismo, tan solo les faltaban unos kilómetros en diligencia para llegar a San Juan del Sur, en el Pacífico. Allí otro barco les esperaba para transportarlos hasta la costa de California. Un largo viaje que llegó a hacerse en tan solo 25 días y que llegaron a realizar 2.000 personas al mes en el apogeo de la fiebre del oro.

Como es sabido, no muchos de estos mineros llegaron a ganar algo de dinero con el oro, sin embargo sí que hubieron personas que se hicieron millonaria vendiéndoles bienes y servicios a los buscadores de oro. Ese era el verdadero negocio, no el oro. El famoso multimillonario estadounidense Cornelius Vanderbilt era uno de los hombres que conocía ese secreto y por ello fundó la Accessory Transit Company para ofrecer en exclusiva este largo viaje por Nicaragua. Su reclamo era un viaje más rápido y barato que la alternativa de Panamá.

La ruta de tránsito de Nicaragua siguió afectando a la política del país, que fue expoliado por millonarios como Vandervilt, quien se negó a repartir el 10% de los beneficios que le correspondía al gobierno de Nicaragua, invadido por mercenarios como el también norteamericano Walker, que llegó a presidir el país durante un breve periodo de tiempo y que luchó por los derechos de la ruta... Todo esto provocó que Panamá fuera ganando puntos para la construcción de un futuro canal y que la alternativa de Nicaragua fuera languideciendo debido a la inestabilidad política provocada desde fuera en su mayor parte.

Poco a poco nos acercamos al final del río y al mar Caribe. Durante el viaje hemos tenido que realizar varias paradas en puestos militares de control que se encargan de vigilar la frontera y el tráfico de drogas, en auge durante los últimos años. Paramos en el último de estos puestos de control y mientras esperamos a que nos den el visto bueno el encargado nos señala un punto lejano y dice: “la barrera”. ¡Es la desembocadura del río!

La panga deja el cauce principal y continúa por una laguna que conecta con el río Indo. Es el camino habitual para llegar a la actual ubicación San Juan del Norte. Después de pasar frente a una tétrica estructura metálica nos acercamos al puerto fluvial del pueblo y desembarcamos a tiempo de buscar un hotel económico antes de que anochezca.

San Juan del Norte: ¿el fin de la historia?

La primera impresión que nos ofrece San Juan del Norte o San Juan de Nicaragua, como también es conocido, es la de un pueblecito pequeño y tranquilo, casi aletargado. No era lo que esperábamos de un lugar con una historia semejante. Calles en cuadrícula, casas de cemento que se van convirtiendo en madera a medida que se alejan del río, bancos para sentarse junto a palmeras y jardines con  hierba...

Lo primero que hacemos una vez instalados es preguntar por la forma de salir de aquí, ya que nos sigue preocupando el cómo llegar a Bluefields sin tener que volver a recorrer el río. Nos dice la amable dueña del hotel que preguntemos en el muelle y eso hacemos. Un hombre se ofrece a llevarnos por 500$, lo cual es una barbaridad para nosotros. Quizás podamos reunir a más gente, ya sean turistas o locales que quieran ir al Norte, nos dice. Bastante difícil ya que nosotros y una pareja de jóvenes daneses, que andaban un tanto perdidos y que hemos llevado a nuestro hostal, somos los únicos extranjeros a la vista. Intentamos llamar a Jardín, el hombre con el que hablamos por teléfono desde El Castillo, pero no tenemos suerte. Seguiremos preguntando.

Al día siguiente vamos con Adolfo, un guía local que tiene un restaurante, a hacer una ruta en kayac para conocer los alrededores. Hay multitud de lugares que visitar aquí, entre ellos una aldea de la etnia Rama, la reserva biológica cercana, los restos históricos... El problema de este tipo de lugares para el viajero de bajo presupuesto es que no te puedes desplazar caminando, así que tenemos que elegir una actividad y nos decantamos por la historia. Aún así aprovechamos la ruta para conocer algunas de las maravillas naturales que ofrece el río San Juan. Al fin y al cabo estamos en una de las puertas de entrada a la reserva de Indio Maíz delimitada por los ríos que le dan nombre: el Indio y el Maíz. Esta reserva encierra tesoros de jungla virgen y animales que todavía se pueden sentir a salvo. Quizás en este viaje, tan centrado en la historia, la naturaleza ha quedado un tanto eclipsada, pero no sería justo olvidarla. Flores, ranas rojas diminutas, tucanes, garzas, monos... son solo algunas de las maravillas que tenemos ocasión de avistar en un breve recorrido por la orilla del río acompañados de nuestro guía.

A continuación volvemos a nuestras pequeñas canoas y cuando estamos comenzando a remar nos sorprende una lluvia torrencial de la que nos refugiamos en un lujoso hotel cercano. No hay ningún huésped en él ahora mismo. Nos cuenta Adolfo que pertenece a una cadena costaricense que trae grandes grupos organizados de vez en cuando.

En cuanto escampa retomamos nuestros remos y recorremos la última etapa de gloria del río. Vemos los restos de un barco de vapor que se oxida en la orilla una laguna de aguas negras como el carbón. Vemos otra vez la enorme estructura metálica que nos recibió ayer antes de llegar al pueblo. Se trata de una draga con más un siglo de antigüedad que parece esperar tiempos mejores.

A finales del siglo XIX el gobierno de Estados Unidos envió ingenieros para estudiar la viabilidad del deseado canal interoceánico y en 1891 comenzaron las obras. En pocos años se dragaron 2 kilómetros de canal, se construyeron 10 km de ferrocarril, se instaló un telégrafo hasta El Castillo... Todo parecía indicar que el canal sería una realidad por fin, pero no fue así. Finalmente Estados Unidos decidió inclinarse por la alternativa de Panamá, cuyo canal acabó de construirse en 1913. Para bien o para mal, el canal de Nicaragua fue paralizado y olvidado dejando tan solo algunos restos de maquinaria oxidada.

Seguimos nuestro recorrido a golpe de remo dejando atrás los restos metálicos. Varamos nuestros kayacs en la orilla otra vez y pasamos un control militar que vigila un nuevo aeropuerto inaugurado recientemente. El pequeño aeropuerto, que tiene un tráfico mínimo y cuya utilidad es más que discutible, ha sido construido sobre los restos del antiguo Greytown, nombre por el que se conoció a San Juan del Norte durante el tiempo de predominio inglés en el Caribe Nicaragüense. Este es el punto en el que se encontraba el antiguo San Juan del Norte hasta bien entrado el siglo XX. De aquella época tan solo quedan los cementerios: el católico, el británico, el masón y el estadounidense. Una demostración de los intereses tan diversos que participaron en la lucha por el control de este lugar. El resto de la ciudad, los lugares donde habitaban los vivos, ha desaparecido para siempre. Este lugar llegó a ser muy importante en épocas pasadas, con miles de habitantes y multitud de viviendas hasta de dos pisos, pero hoy solo se observan los restos de una mansión y lo que fue la calle principal que discurre a pocos metros de la pista del aeropuerto. Debajo de esa pista, que hemos tenido que atravesar para llegar hasta aquí, está lo que fue la plaza principal de este histórica ciudad que ha sido enterrada en asfalto y olvido.

La ciudad fue destruida varias veces, la última de ellas en 1983 por “la contra” nicaragüense. La guerrilla financiada por Estados Unidos quemó y destruyó la ya decadente ciudad por completo. Toda la población emigró quedando la desembocadura del río San Juan totalmente abandonada hasta el año 1991, cuando el gobierno de Nicaragua decidió refundar San Juan del Norte en su actual ubicación, en el margen del río Indo, no muy lejos de aquí. Los nuevos habitantes fueron algunos antiguos residentes y algunos desmovilizados de la guerra.

Nos preguntamos qué será de San Juan del Norte y del río San Juan ahora que Nicaragua acaba de aprobar la construcción del canal interoceánico. Es imposible saber lo que ocurrirá con este nuevo proyecto pero de lo que no cabe duda es de que este siempre será un lugar especial y de que la historia no ha terminado.

La última parada de nuestra ruta de hoy es la playa, la barrera, el fin del río, pero la lluvia vuelve con fuerza y decidimos volver al pueblo completamente empapados para evitar los rayos que caen cerca con un enorme estruendo.

Dedicamos el resto del día a charlar con la gente del lugar e indagar sobre el actual modo de vida de la población. La conclusión que sacamos es que este ha sido y todavía es un punto de paso de droga en su viaje hacia el Norte. Tradicionalmente algunos pescadores parece que estaban más pendientes de encontrar fardos de droga que de encontrar peces. Esta situación parece haber cambiado en los últimos años debido a la presencia del ejército y eso parece que no ha hecho muy feliz a la población.

El pueblo tiene multitud de hoteles y restaurantes bien equipados, pero no se ve a ningún turista. Nos comentan que somos los únicos que han llegado esta semana. En temporada baja pueden venir dos a la semana y en temporada alta quizás sean dos al día. No nos explicamos muy bien de qué viven aquí. Al ser preguntados por la agricultura, la ganadería o la madera, responden que sí, que hay un poco de eso pero que no es muy importante.

El pequeño pueblo da la sensación de ser un lugar que esté esperando algo que nunca llega. Tiene un entorno natural y una historia que lo podrían hacer un destino turístico de primera pero es demasiado remoto. Quizás el aeropuerto cambie las cosas, pero también le quitará la mayor parte del encanto a la ruta. Tal vez si hubiera una panga que cerrara el circulo llevando a los turistas hasta Bluefields habría más gente dispuesta a venir hasta aquí. Pero no hay tal panga porque no hay turistas y no es rentable... Y mientras este círculo vicioso continúa, para desesperación de los habitantes locales, aquellos viajeros que prefieren salirse de las rutas habituales tienen aquí una oportunidad de oro para Viajar con mayúscula.

Por la noche damos varias vueltas por el pueblo buscando a gente que nos pueda sacar de aquí: hablamos con algunas personas y nos damos con el muro de los 500$ varias veces. Cuando ya estamos a punto de resignarnos a volver río arriba, nos enteramos de una noticia que quizás lo cambie todo: ¡hoy ha llegado un remolcador al pueblo y sale mañana por la mañana! Nos dirigimos al muelle a toda prisa y ahí está el oxidado, pequeño y robusto barco de carga. Parece vacío pero el chico de una tienda cercana nos dice que sale a las 5 de la mañana. Le damos las gracias y nos vamos a dormir esperanzados.

El final del río San Juan: navegando por el Caribe

Por la mañana nos levantamos a las 4, preparamos nuestras mochilas y avisamos a la pareja de finlandeses por si quieren venir con nosotros, ya que siguen un poco perdidos. Llegamos al muelle y hablamos con el capitán. Nos dice que nos lleva por 20$ cada uno y nosotros subimos al barco dando saltos de alegría. En un rato zarpamos y comenzamos a navegar por el río mientras charlamos con Angel y Joe, los dos marineros que acompañan a Raimundo, el capitán. El barco se desvía hacia las inmediaciones del aeropuerto, donde engancha una inmensa “plana”, una enorme plataforma para transportar carga pero que en este viaje irá vacía.

Empieza a llover, nos acomodamos como podemos y nos preparamos para un largo viaje de 16 horas por un mar muy movido. Recorremos los últimos metros del río San Juan y pasamos junto a la barrera de arena. Aquí acaba el río que nos ha acompañado durante los últimos 7 días. La marea está alta y pasamos la barrera sin problemas. Ya en el mar Caribe el barco cabecea violentamente y la plana sube y baja sobre las olas al final del grueso cabo que la sujeta. Seguimos mirando la costa a medida que esta se aleja mientras nos preguntamos qué será de este río en los próximos años. No puedo evitar un sentimiento de satisfacción por haber conocido el río San Juan a tiempo, pero al mismo tiempo siento una profunda tristeza al pensar en su futuro.