En la comisaría de policía de Jaisalmer

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Jaisalmer, 6-1-2012

Hoy, día de Reyes en España, nos levantamos y nos damos cuenta de que, aquí, los Reyes Magos no hacen parada para dejar regalos. Esto está muy lejos de España. Por eso he decidido comprarle un detalle a Mayte. Hace días que quiere unas sandalias de piel de camello, muy típicas de la zona. Lo cierto es que no hemos comprado prácticamente nada en todo el viaje. No podemos o no queremos cargar con más cosas en nuestras mochilas. A veces cuesta resistirse, hay cosas preciosas, antigüedades, gangas. No puedes evitar pensar que quedarían muy bien en esa casa que no tenemos pero que querríamos tener algún día.

Pero hoy es Reyes, así que al grito de “un día es un día” nos dirigimos a una tienda cercana. Este grito se esta repitiendo demasiado últimamente, pero es que es Navidad. Vamos a una de las muchas tiendas por las que pasamos a diario, una de esas desde las que salen cabezas que gritan cosas como:

- ¡Hola coca-cola! ¿Español? – tienen un sensor para detectar la nacionalidad que iría muy bien en el servicio de aduanas.

- ¡99% descuento! ¡Barato! ¡Garantía! – la sinceridad siempre por delante.

- ¡Entra a gastar tu dinero en mi tienda! – sin duda la joya de la corona.

Después de tantos días aquí todavía nos persiguen esos gritos al recorrer la ciudad aunque intentamos pasar de un salto las puertas de las tiendas. Pero hoy no, hoy no les huimos, hoy es el gran día: ¡hoy vamos de compras!

- ¡Namasté! Queremos ver unas sandalias – empezamos suave.

- Namasté, namasté. ¡Sí sí! ¡Bienvenidos mía tienda! Las mejores las sandalias de Rajastan aquí – nos informa el joven vendedor enseñándonos las mismas sandalias de piel que hemos visto en todas las tiendas de Rajastan. Bonitas, pero las mismas.

Tras probarse una considerable cantidad de sandalias de colores, Mayte se decide por unas. Las únicas que le gustan.

- ¡Quiero estas!

- ¡Ahhh! Muy buena la elección. Son 350 rupiones del ala – quizás no fuera así. Pero así nos sonó.

Tras un suave regateo (¡al fin y al cabo es Reyes!) accedemos a pagar 220 rupias, unas 70 más del precio justo. Pero, espera un momento...

- La derecha me molesta un poco en el dedo.

- ¡Naaaaaaaa! ¡Eso no naaaaaa! Eso arregla con usar.

- No estoy segura – Mayte no sabe que hacer.

- ¡100% guaranty! Pruébala una hora. Si duelen vienes. Devuelvo dinero – asegura el sonriente vendedor. ¡Que chico más majo, oye!

- No sé, no sé... – Mayte empieza a ceder.

- ¡100% guaranty! ¡100% guaranty! Prueba. Devuelvo dinero. Prueba. Prueba – El joven vendedor entra en un bucle. Nos tiene a punto.

- Yo soy Al Pacino. Al Pacino de Jaisalmer – dice quemando su último cartucho, sin saber que es el tercer Al Pacino que conocemos en el desierto. Huele la victoria.

- Ok. Pero si no le van bien venimos y nos devuelves el dinero. Nada de cambios. Solo le gustan estas – ya nos tiene, tan solo confirmo la letra pequeña.

Nos vamos muy contentos con las sandalias nuevas a ver a nuestro amigo Sourabh y a comer unos dulces para desayunar. Al rato estamos en la tienda:

- Lo siento. Las sandalias me hacen mucho daño. Me las he tenido que quitar. Quiero mi dinero, por favor – explica Mayte al sonriente y joven vendedor conocido como Al Pacino.

- ¡Ahhh! Pero sandalias están usadas – comenta el serio vendedor mirando la suela con aspecto profesional.

- Si, claro, tú nos dijiste que... – repito la letra pequeña al pie de la letra pequeña.

- No, no. Yo cambiar pero no dinero – el joven y serio vendedor sufre de una amnesia selectiva muy rara sobre todo tratándose de un joven vendedor.

- Un momento, un momento, un momento. No nos vayamos a equivocar... Tú nos das el dinero y nosotros te damos estas sandalias que están mal hechas. ¿Vale? – siempre tuve muy poco correa, lo sé.

- No posible. No tengo dinero. Jefe despide. Yo no dije eso. Esto no es una tienda. Esto no es Jaisalmer. Yo no Al Pacino, todo el mundo sabe Al Pacino actor – Son algunos de los argumentos del compungido vendedor... O eso me parece a mí.

A partir de aquí la conversación sube de tono y el vendedor va sacando su lado oscuro. ¡Lo que no sabe es que mi lado oscuro es más oscuro!

- ¡O me das el dinero o vamos a la policía! – me escucho decir sorprendiendo al vendedor y a mi mismo.

- Pues ve policía. Yo no dinero – dice el antiguo Al Pacino con más cara de Al Pacino que nunca.

- ¡Pues vamos a la policía! – esta vez no es un farol. No es la primera vez que lo digo pero esta vez lo hago. ¡Lo hago!

En la comisaría de Jaisalmer sacamos a un policía de su letargo y este nos conduce a ver a su superior. Le explicamos, como podemos, lo ocurrido. El superior llama al inferior y cruzan algunas palabras en hindi. El superior hace gestos como de zarandear a alguien dirigiéndose al inferior. Yo quiero creer que hablan de zarandear al vendedor y no a mí. Nunca se sabe, pienso mientras miro de reojo la puerta intentando ver a Mayte que está fuera esperando. A continuación el inferior sale sin zarandearme, lo cual es buena señal, pienso acordándome de la Organización de Consumidores y Usuarios de España, y de sus asépticos formularios para quejas. Bueno, ya que he llegado hasta aquí vamos hasta el final:

- Entonces, ¿van a hacer algo? No es por el dinero. Es que estoy harto de que me tomen el pelo, que me tomen por estúpido. Por que no lo soy, ¿sabe usted? – pregunto al superior al ver que no para de barajar papeles sobre la mesa.

- Espere. Ha ido a ponerse el uniforme – me dice haciendo gestos que indican: uniforme igual a autoridad.

- ¡Ah! Vale, vale, espero – respondo con una mezcla de satisfacción, ridículo y un ¿qué pasará ahora? que me ronda por la cabeza.

No tengo palabras para describir la discusión frente a la tienda. No entendemos apenas nada de lo que allí se habla pero parece divertido porque cada vez tenemos más público. El dueño de la tienda y el joven vendedor, antes muy sonriente y ahora nada sonriente, no quieren pasar por el aro. Explicamos nuestro caso de nuevo pero no quieren hablar con nosotros. Están muy ofendidos. El dueño discute con el policía inferior y tras un rato, y sin necesidad de zarandeos, según parece, se dirige a mi y me ofrece 150 rupias.

- ¿Cómo? ¡Solo faltaba eso! ¡No pienso hacer un regateo al revés! Me das lo que nos costó y nosotros te damos tus sandalias – parece que ya los tenemos, apretemos un poco más.

- ¡Toma el dinero! ¿Contento? – dice el dueño tras unos momentos de tira y afloja.

- ¡Pero no vuelvas por mi tienda! – dice el joven, antes sonriente y antes Al Pacino, de forma totalmente innecesaria y un tanto patética.

Tras tranquilizarle asegurándole que no pensamos volver a esa tienda, nos damos la vuelta y nos dirigimos con paso digno hacía nuestro hotel mientras la discusión sigue entre el policía y los comerciantes heridos en su orgullo.

Al día siguiente todo el pueblo parece saber la historia de las sandalias y algunos me preguntan por la calle. Es curioso pero parecen satisfechos con lo que hemos hecho. No lo entiendo, ¡si aquí se conocen todos! Hasta los amigos del vendedor nos decían que fuéramos duros. Creo que nunca entenderemos a los indios del todo. Quizás les gustan demasiado las buenas discusiones.

Eso sí, creo que en Jaisalmer no compraremos nada más.