Es que a mí la langosta casi no me gusta...

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Little Corn Island, del 12 al 17-10-2012

Seguimos sorprendiéndonos con la gente tan maravillosa que estamos encontrando en nuestro camino.

Durante estos días, Daniel ha seguido regalándonos pescado, caracolas ¡y langosta! Una tarde pasamos por su casa a saludarlo y está cenando con Gloria, su mujer. Al momento nos sacan un plato y nos piden que les acompañemos.

- Miren a ver si les gusta esto – nos dice Daniel.

Casi se nos salen los ojos de las órbitas cuando vemos en el plato una langosta.

- ¡Claro que nos gusta! Pero nos sabe mal aceptarla...

- Cómansela ustedes, si es que a mí la langosta casi no me gusta.

¿Cómo? ¡Es la primera vez que oímos estas palabras! En cualquier caso, podría haberla vendido, y en lugar de eso nos la ofrece a nosotros.
Y no es la única vez.

La última noche queremos comprar pescado para hacerlo en salsa de tamarindo (una fruta agridulce). Una vez más, Daniel no nos lo quiere cobrar y añade otra langosta. Y ahí no acaba la cosa, porque más tarde viene su mujer a buscarnos al hotel y nos dice que van a hacer “rondón” y que pasemos luego a por un plato. Lo que hacemos es cocinar la langosta y el pescado y llevarlo a su casa para cenar todos juntos.

Durante la cena, Daniel nos habla de su vida. Se crió con su madre cerca del mar, pero en la costa del Pacífico. Cuando creció decidió ir a buscar a su padre, que vivía en Corn Island ¡y aquí se quedó! También nos habla de su hermano, que se fue a trabajar a EEUU, ganó mucho dinero y vive muy bien, pero hace 18 años que no viene a ver a su familia. A Daniel le encanta vivir aquí y disfruta con el mar. Nos enseña un vídeo de un día que estaba navegando y le salieron al encuentro montones de delfines. En el vídeo se escucha su voz emocionada como la de un chiquillo. ¡Y no era para menos! Los delfines se cruzaban por delante de la barca, saltaban juguetones y nadaban tan cerca que los podía tocar. “¡Lo he tocado, lo he tocado!”, se le oye decir en la grabación. También nos enseña fotos de tortugas enormes. No nos extraña que eligiera este lugar para vivir. ¡Si nos dan ganas de quedarnos a nosotros!

Otro habitante de la isla con el que hemos establecido relación es Roberto, un señor mayor, pobre, alto y con una forma de hablar muy graciosa. Roberto se gana la vida vendiendo empanadillas de carne y de piña. Todos los días viene por el hotel y solemos comprarle alguna. Una noche viene a buscarnos: quiere pedirnos 10 dólares para comprar carne para hacer empanadillas, dice que no le queda dinero y que nos devolverá el dinero dos días después, cuando haya vendido algunas, o si no nos lo devolverá en empanadillas. Me extraño un poco cuando Javi me dice que se lo prestemos: yo no creo que nos lo vaya a devolver.

- No se si lo hará – dice Javi – pero la gente de esta isla está siendo tan generosa con nosotros que creo que deberíamos compensarlo de alguna manera, ¿no?

- Pues sí, tienes razón.

Finalmente Javi le presta el dinero y mirándole a los ojos, le dice:

- A nosotros no nos sobra el dinero, así que no nos decepciones. Confiamos en ti, ¿vale?

Dos días después Roberto viene a buscarnos. No trae el dinero, pero sí algunas empanadillas para nosotros. Javi me comenta:

- En este viaje estoy aprendiendo a confiar en la gente más que antes. La verdad es que prefiero equivocarme confiando en quien no lo merece que ser desconfiado con una buena persona.

Otra noche hacemos ceviche y lo compartimos con Lucila y Randy, los dueños del hotel, quienes a su vez nos regalan un coco.
Esta zona es muy diferente al resto de Nicaragua. Los habitantes son de raza negra, hablan inglés y dado que tienen raíces africanas, mantienen unas tradiciones y religiones diferentes. Mientras cenamos hablamos de un pueblo que hay un poco hacia el interior pero aún cerca de la costa Caribe, es un pueblo con una leyenda que dice que si se va a allí se puede salir manchado, con manchas inexplicables en la piel. Lucila nos cuenta que ella ha pasado cerca pero nunca ha entrado porque le da miedo. Esto da pie para hablar de leyendas locales.

Lucila nos cuenta que si se come pez “esposa” en la isla, se tiene que regresar tarde o temprano a esta. Nosotros aprovechamos para contar otra historia que nos contó María. A ella se la contó el mismo protagonista, de primera mano.

Era un hombre de la comunidad de La Concha, en Boaco, que dejó a su mujer y sus hijos y se fue a Bluefields, en la costa atlántica,  a hacer fortuna.  Este hombre se enamoró de una mujer mayor  de Bluefields que era medio bruja. Tuvieron una larga relación pero al cabo del tiempo el hombre decidió volver con su familia, a la que echaba mucho de menos.

La bruja no se tomó muy bien el abandono pero se rió a carcajadas cuando el hombre le dijo que se iba. Le dijo que nunca se podría alejar de ella, que jamás le podría abandonar. Le echó un maleficio: “Ahora te vas, pero ya verás que vas a regresar. Tú vas a quedarte conmigo” El hombre no le hizo caso y emprendió al camino de vuelta a casa. Cuando ya estaba llegando, paró en el camino a orinar, y cuando se bajó los pantalones... ¡no tenía nada entre las piernas! Recordó lo que le dijo su amante y volvió muy asustado. En cuanto entró a Bluefields, ¡"su cosita" reapareció! Intentó regresar a casa varias veces, pero siempre le ocurría lo mismo.

Cuando ya había perdido la esperanza, se cruzó con un hombre que le dijo: “Tú estás hechizado”. Tras hablar un rato con él, le dijo que eso no estaba bien y que le ayudaría a deshacerse del maleficio. Hizo un ritual y le dijo al hechizado que tenía que salir de Bluefields dejando absolutamente todas sus cosas, incluso su ropa (él le daría algo suyo con lo que pudiera vestirse). Una vez emprendido el camino, no debía mirar nunca atrás y, por supuesto, jamás regresar a Bluefields. Así lo hizo, y cuando entró por la puerta de su casa, vio a su familia y comprobó que tenía su "cosita", cayó al suelo sollozando. ¡Habían pasado años!. El ritual funcionó y ni que decir tiene que nunca volvió a Bluefields.

María nos contó esa historia divertida y nos reímos mucho cuando la oímos. Lo curioso del caso es que el protagonista, ya muerto, la contaba aterrado y juraba que era verdad. Nosotros pensábamos que al contársela a Lucila y a Randi nos dirían que era una leyenda urbana (o rural en este caso) y que nos habían tomado el pelo. Es lo habitual en estos casos, pero no, era la primera vez que la oían. Curiosamente, aunque le hizo mucha gracia, no les pareció extraña. Nicaragua es una tierra de brujos y brujas, eso forma parte de su cultura, pero Bluefields lo es aún más.

Durante nuestros últimos días en Little Corn Island, aprovechamos para trabajar los días que llueve, y los que no, nos vamos a la playa. Disfrutamos como niños jugando en la arena (¡sobretodo Javi!) y descubriendo nuevos rincones de la isla. Pasamos unos días preciosos...

Entre esta gente tan agradable, las playas paradisíacas y sus increíbles aterdeceres, nos cuesta irnos de aquí.

Finalmente, dos semanas después de nuestra llegada, nos hacemos el ánimo y emprendemos el camino de regreso hacia la ciudad. Dos lanchas, un barco, un autobús y 20 horas después, llegamos a Managua.