Escuelas Solidarias en Nicaragua

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La vida en Nicaragua

Nicaragua es el segundo país más pobre de América. La mayor parte de la población vive en zonas rurales, en pequeñas comunidades. En muchas de ellas todavía no hay electricidad, y mucho menos agua potable.

Las casas, algunas de adobe y otras de ladrillo o de madera, tienen las paredes sin pintar y suelen estar compuestas por una o dos estancias que comparte toda la familia.

La cocina está aparte y es de leña. La ducha es un cubo de agua entre los árboles, en la parte trasera de la casa. No hay inodoros, sino letrinas.

La alimentación básica es arroz, maíz y frijoles, generalmente acompañados de queso, huevos o algo de verdura. Pocas veces se come carne y casi nunca pescado.

Al leer esto puede dar la sensación de que en Nicaragua la vida es muy triste y que deben de ser muy infelices.

Pensemos ahora en España, un país desarrollado. La mayor parte de la gente vivimos en casas en buenas condiciones, con electricidad, agua potable y un sin fin de comodidades de las que no nos damos ni cuenta. Tenemos ordenadores, teléfonos móviles, coches, televisiones (en muchos hogares  los tenemos así, en plural). Si pensamos que los nicaragüenses son desgraciados por no tener todo esto... ¡entonces nosotros deberíamos ser muy felices!

Lo curioso es que las cosas no son así. Muchas de las personas que viven allá llevan una vida sencilla, humilde, a veces dura, pero son tan felices como los españoles, a veces incluso más. Allá toman la adversidad como una oportunidad para aprender y luchan por salir adelante.

Pero a veces su esfuerzo no es suficiente. Y hay un aspecto que sí es realmente importante, algo que sí marca la diferencia: aquí todos los niños pueden estudiar, y allí no.

La solidaridad

Hace ya algunos años, un grupo de profesores españoles, concretamente de la Comunidad Valenciana, se acercaron a esta realidad, conocieron estas dificultades y decidieron hacer algo para ayudar a los niños y jóvenes a cumplir su sueño de estudiar y labrarse un futuro mejor.

Pero eso no era suficiente. La dignidad de las personas que conocieron allá no dejaba lugar a la caridad. No podían limitarse a enviar ayuda o construir un par de escuelas, no. Esa gente tenía mucho que enseñarnos a los llamados países desarrollados.

Teníamos que crecer a la vez, teníamos que aprender a caminar juntos hacia la creación de un futuro mejor, hacia un mundo en el que todos los niños pudieran estudiar. Algunos de estos profesores, después de años trabajando desde el voluntariado para mejorar el acceso a la educación de muchas personas en distintos países de Latinoamérica, fundaron la ONGD Escoles Solidàries (Escuelas Solidarias en valenciano).

Desde esta organización se presta apoyo a distintas escuelas y estudiantes de Nicaragua y Guatemala a través de diferentes proyectos y de un programa de becas.

Estas becas permiten cursar secundaria a algunos estudiantes destacados y con pocos recursos. Estos reciben una pequeña aportación para que puedan costearse el uniforme (en Nicaragua es obligatorio en todas las escuelas públicas), el desplazamiento diario en bus y algún pequeño gasto de material. Aquí eso es muy poco dinero pero allá marca la diferencia entre que un joven tenga el futuro que desea o que tenga el futuro que le ha tocado por nacimiento. Estos niños y jóvenes devuelven la ayuda recibida realizando labores sociales en sus comunidades: alfabetización de adultos, clases de repaso a niños, etc.

Escoles Solidàries también realiza una importante labor para que aquí, en nuestras escuelas, se conozcan aquellas culturas y todo lo que tienen que enseñarnos. En definitiva, intentar crear escuelas que sean solidarias de verdad, tanto aquí como allá.

Muchas veces oímos hablar de este tipo de organizaciones en la prensa o en las noticias, y pensamos que sí, que está muy bien, pero que lo que hacen no cambia nada, que es una gota de agua en el océano, que no vale la pena el esfuerzo, y nos inventamos mil excusas para no participar... Pues bien, vamos a contar la historia de algunas personas que no opinan lo mismo.

Noemí: cuidando de su hermana mientras estudia secundaria.

Noemí, una de las actuales becarias, lo ha tenido muy difícil. “Cuando yo tenía 6 años mi papá cayó preso y mi mamá se separó de nosotros. Ahora vivo sola con mi hermana pequeña, estoy acabando la educación secundaria y también trabajo en una cocina. Entro a trabajar a las 6 de la mañana y salgo de trabajar a las 6 de la tarde, mi hora de estudiar es de 6 de la tarde a 8 de la noche y voy a clase los domingos”.

A pesar de las dificultades, Noemí no ha perdido la ilusión y las ganas de tener una vida mejor. “Mi plan es seguir estudiando bachillerato, ir a la universidad, porque no quiero vivir lo que he vivido ni que mi familia viva eso, y también quiero que mi hermana tenga algo mejor.”

Claudia: logró acabar la secundaria y sueña con seguir estudiando.

Claudia, de la comunidad La Concha 1, ya acabó la secundaria. Para ella eso fue un logro que afectará al resto su vida y que no fue nada fácil. “Para ir a clase me tenía que levantar a las 4 de la mañana y caminar 3 km para coger el bus a las 6”. Ella tampoco se crió con sus padres, sino con unos tíos que se hicieron cargo de ella desde que tenía 2 años.

Hace ya un tiempo que acabó la educación secundaria como becaria de Escoles Solidàries, pero no ha podido seguir estudiando por falta de recursos. Y es que los medios de esta pequeña organización no alcanzan para más. La Universidad es algo por lo que, de momento, tendrán que luchar ellos solos. Alguien podría pensar que eso es razonable, al fin y al cabo ya son adultos y pueden trabajar. Dejando de lado la cuestión de que el acceso a la educación, sea del nivel que sea, debería ser gratuito, lo que no se debería tolerar en ningún caso es que un niño tenga que luchar para estudiar primaria o secundaria.

En la actualidad, Claudia, emplea su tiempo como maestra voluntaria dando clases de alfabetización a personas adultas. Sólo le reporta un pequeño ingreso, pero le gusta lo que hace, sentirse útil para su comunidad. No descarta la idea de retomar sus estudios más adelante. “Sueño estudiar medicina porque en mi comunidad no hay centro de salud ni nada. Allá dos veces al mes llegan a visitarnos los del ministerio de salud pero no están activos allí en la comunidad.”

Marcelia: la fuerza de la juventud

Marcelia es una joven de 19 años. Hace unos pocos años que acabó la escuela secundaria. En aquellos momentos su situación familiar tampoco era nada fácil. “Mi mamá trabajaba (y sigue trabajando) en el mercado. Ella ha sido papá y mamá, ha trabajado duro toda su vida. Mis hermanos y yo hemos sabido valorarlo.”

Sin embargo, a Marcelia le costó un poco más valorar la educación. “No me gustaba estudiar, ¡a veces me escapaba!”. Pero poco a poco eso cambió y empezó a gustarle estudiar, “porque quería cambiar mi vida, porque comprendí que es la única manera de cambiar tu vida”

Cursó educación primaria en la escuela de su comunidad y después, gracias a una beca de Escoles Solidàries, pudo estudiar secundaria. Desde entonces no ha dejado de formarse: desde informática y administración a cursos de cajera, de belleza. También ha realizado varios trabajos, algunos como voluntaria, otros liderando un grupo de jóvenes para desarrollar proyectos.

Hace un par de semanas su madre tuvo un accidente, se lesionó la mano y no puede ir al mercado  ella sola, ya que esto supone llevar la mercancía, montar el puesto, vender, recogerlo todo y hacer el camino de vuelta a casa. Por eso Marcelia está yendo a trabajar con ella. “Ahora la situación está difícil. Con mi mamá enferma tuve que dejar de estudiar yo para que mi hermana menor pueda seguir estudiando. Tengo que encargarme de muchas responsabilidades, de las deudas, de cuidar a mi madre... Es duro.”

A pesar de todos estos obstáculos, Marcelia  no piensa en dejar de estudiar.

“Mi sueño es estudiar relaciones internacionales en la UNAM (Universidad de Managua). Quiero ayudar a mamá para que no tenga que trabajar más en el mercado. Yo sé lo que es estar asoleado, remojado, estar de pie todo el día completo... Uno de mis sueños es sacar a mamá de allá. Otro sueño es tener un lugar especial para los niños que viven en las calles, los que venden en las calles.... los veo a diario. Quiero que ellos también puedan estudiar. Yo puedo hacer mucho por la familia, por las personas... yo sé que puedo ayudar, tengo la voluntad y un día podré hacer todos mis sueños realidad”

Erick: en la universidad a pesar de los problemas económicos y de su familia.

Erick es un joven de 19 años de otra comunidad cercana llamada La Concepción 2. Cuando era pequeño, allí ni siquiera había escuela de primaria. Tenía que ir a otra comunidad y para llegar allí tenía que cruzar un río sobre el que no había ningún puente, como es habitual por aquí. Era un camino largo y peligroso para un niño de tan sólo 7 años. Por ello sus padres decidieron que era mejor que dejara de estudiar y empezada a dedicarse al trabajo en el campo, como habían hecho ellos toda su vida. Pero había un problema: Erick deseaba estudiar.

Afortunadamente, Escoles Solidàries ya estaba, tomando cartas en el asunto y estaba en proyecto la construcción de una pequeña escuela en su comunidad. Cuando ese proyecto se hizo realidad, Erick fue uno de los primeros alumnos que resultó beneficiario de ella. Además, Escoles Solidàries les proporcionaba libros y material escolar. ¿Y si no se hubiera construido esa escuela? Seguramente Erick y muchos de sus compañeros no habrían podido estudiar. Así de sencillo.

Cuando acabó la educación primaria, Erick de nuevo vio peligrar la continuidad de sus estudios. Para cursar educación secundaria tenía que ir hasta la ciudad de Teustepe. Estudiar requería un gasto en material y desplazamientos que, si bien para nosotros puede resultar muy pequeño, era un desembolso muy importante para su familia. A este problema se unía la falta de apoyo moral por parte de sus padres. “Yo pensaba que hasta ahí llegaban mis estudios porque mi papá y mi mamá siempre querían que me dedicara al campo... Para ellos el que estudiaba era un vago. Nunca me apoyaron. De hecho a los 7 años me dejaron y ya no estuvieron conmigo y me tuve que quedar con mis abuelos”

En aquellos momentos Escoles Solidàries ya tenía en marcha el programa de becas para estudiar secundaria. Su situación personal y sus altas calificaciones le hicieron ser merecedor de una de esas becas. “Cuando me dijeron que me habían dado la beca para mí fue un logro grandioso” A pesar de las dificultades, Erick está haciendo realidad su sueño de ir a la Universidad y estudiar Turismo Sostenible. “Me gusta porque está enfocado a la protección ambiental y de los recursos naturales, en contra de la contaminación y la destrucción ambiental”. De esta forma este joven quiere poner su granito de arena para hacer de este mundo un lugar mejor.

Los profesores tampoco lo tienen fácil

Sin ninguna duda, todos estos jóvenes y muchas decenas más, se han ganado un futuro mejor gracias a su esfuerzo y a una pequeña ayuda. Ellos son los protagonistas. Pero nada de esto habría sido posible sin la participación de los profesores: los de aquí y los de allá. Ya hemos hablado de los profesores españoles que, junto con otras personas relacionadas con el mundo de la educación, fundaron Escoles Solidàries y cómo esta organización ha ayudado a cambiar la vida de muchos jóvenes.

Pero ¿y los profesores de allá? Sin ellos nada de esto habría sido posible. Su trabajo es difícil y lleno de dificultados, por eso Escoles Solidàries también trabaja para apoyarles y facilitarles un poco su trabajo. Vamos a hablar muy brevemente de una de esas maestras nicaragüenses.

María: una mujer de hierro que lucha por mejorar su comunidad.

María es maestra de primaria en Los Garcías, una pequeña comunidad rural del departamento de Boaco, en el centro del país. María vive con Rodrigo y Nielson, sus hijos de 8 y 10 años. Su marido hace tiempo que se fue a EEUU a trabajar y no ha regresado. María no sólo se ocupa de sus hijos, su casa y su trabajo de maestra. Su día a día es bastante duro: “Me levanto a las 4 de la mañana, voy al campo y ordeño a las vacas. Vuelvo, recojo la casa, preparo el desayuno y la comida para los niños y me voy a la escuela”

Ahí tampoco acaba su jornada, porque cuando sale del trabajo casi siempre tiene alguna otra cosa que hacer: una reunión del comité de desarrollo comarcal o con el comité de aguas potables de la comunidad (del cual es presidenta), ensayo con el coro de la iglesia o la preparación de alguna actividad cultural con sus alumnos. Es difícil saber de dónde saca la energía esta mujer, pero viendo su sonrisa permanente podemos comprender que viene de sus ganas de mejorar, de aprender, de ser útil a su comunidad.

 María es una de esas personas de las que tenemos mucho que aprender: de su esfuerzo, de su energía, de su trabajo y, como no, de su sonrisa.

La educación nos ha cambiado la vida a todos.

Estas historias son la prueba de lo que se puede conseguir con la fuerza de la voluntad, de que la felicidad la construimos nosotros y que no depende de bienes materiales. Y también nos muestran  la necesidad de que les demos la mano y caminemos con ellos por el camino hacia la educación.

Marcelia, Noemí, Erick y María son algunos ejemplos de superación, de personas luchadoras que no tienen miedo a las dificultades. Ayudándoles a ellos, muchos niños y jóvenes españoles han aprendido sobre su vida, su país y su cultura.  Han aprendido también lo importante que es la educación pública y como esta debe valorarse.
Y todos juntos, a uno y otro lado del océano Atlántico, hemos aprendido lo que significa la palabra “solidaridad”.

NOTA: Queremos recordar que los  autores de este artículo y creadores del proyecto Buscando Waslala, estamos vinculados con la ONGD Escoles Solidàries, a la que estamos orgullosos de pertenecer, como socios y como voluntarios. Más información sobre nuestros inicios y su relación con Escoles Solidàries aquí.

ACTUALIZACIÓN (1-4-2014): En estos momentos Erick ya ha acabado la carrera. ¡Enhorabuena Erick!