Historia de un niño soldado: de las armas a los libros

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Alexander fue desplazado de su pueblo por un grupo armado. Alexander ha vivido en la calle con su familia, pidiendo limosna. Alexander se unió a la guerrilla y estuvo luchando durante dos años. Alexander tenía miedo y decidió escaparse. Alexander es colombiano, acaba de cumplir 18 años y tiene todo el futuro por delante.

Su historia es la historia de muchos niños soldado que se integran en grupos armados en busca de una salida, escapando de una dura realidad familiar. buscando poder y respeto o, en el peor de los casos, obligados a punta de pistola. Durante los últimos 10 años, en Colombia más de 4.000 niños escaparon o fueron rescatados del conflicto armado. Aún así, se calcula que en estos momentos todavía hay unos 14.000 niños soldado en el país. En términos mundiales la cifra alcanza los 300.000, según datos de UNICEF (febrero 2012).

Pero si nos quedamos en la frialdad de la cifras puede que no alcancemos a comprender lo que esto significa, lo que implica para un niño el pasar por esa experiencia. Más que su pasado, interesa saber como es su presente y como será el futuro de uno de ellos, el de Alexander. Nada como leer sus palabras para acercarnos a esta realidad.

Infancia: Desplazado por la violencia y viviendo en la calle

Un grupo armado nos sacó desplazados de nuestro pueblo. Había muchos enfrentamientos: guerrillas, autodefensas (paramilitares), ejército... Nos dijeron que nos teníamos que ir. Tuvimos que salir corriendo, sólo con lo que teníamos encima, mis papás, yo y mis 7 hermanos. Llegamos a la ciudad. Yo tenía unos 7 años. Pasamos varios meses todos en la calle pidiendo, viviendo de la caridad, porque mi papá solo sabía del trabajo en el campo. Luego mis hermanos mayores y yo empezamos a vender dulces, a ayudar a las señoras a llevar las bolsas en el mercado... La relación con mi papá era difícil. Hubo una discusión muy grande y yo me fui de casa con uno de mis hermanos.

Eran tan solo unos niños, Alexander recuerda la noche en la que se fugaron.

Dejamos todo empacado y escribimos una carta. Cuando ya estábamos lejos mi hermano me dijo que se olvidó de dejar la carta a mi mamá.

Probablemente habrían regresado a dejar esa carta si hubieran sabido que tardarían años en volver a ver a “la mejor mamá del mundo”, como la describe Alexander.

Estuvimos un tiempo trabajando en un mercado, más tarde llegó otro hermano y nos fuimos todos a trabajar a una finca. Estábamos trabajando para una señora. Recogíamos cacao.

Entrada en la guerrilla

Sin saberlo, estos primeros pasos de su infancia fueron conduciendo a Alexander y sus hermanos hacia la guerrilla, donde ingresó con tan solo 11 años.

El grupo estaba por la zona y mi hermano Raúl dijo que se quería ir con ellos, y como estábamos muy unidos y no queríamos dejarle solo, mi hermano César y yo nos fuimos con él. Ni siquiera sabía dónde iba con seguridad, no me explicaron.

Alexander, que siempre evita especificar el nombre del grupo armado al que se unió, recuerda con gran nitidez la primera vez que pusieron un arma en sus manos de niño.

Yo en mi vida había cogido un arma de verdad, lo había visto en las películas. Me pusieron con un compañero para que me explicara lo de las guardias y esas cosas. Me dieron un F.A.L. (fusil automático ligero) que me pareció enorme en el momento, y me dijeron: usted le baja esto aquí, le prende el dedo y esto dispara.

Los primeros días de Alexander en el grupo armado fueron duros.

Haciendo guardia oía ruidos, avisaba todo el rato. Eso era otro cuento porque tú sabes que está en juego tu vida.

Recuerda el frío que pasó durante su entrenamiento en las montañas, cuando lo despertaban a las 4 de la mañana para continuar la marcha. También el caminar lloviendo, días enteros, noches...

La vida dentro del grupo

Alexander cuenta como poco a poco fue ganando la confianza de sus jefes, pero el día a día seguía siendo duro.

Y así empecé. Empezaron a darme responsabilidades, a hacer de radista, a hablar a campesinos para ponerlos a favor nuestro, a extorsionar... no, eso lo hacían ellos...  a cobrar la plata de las extorsiones, también a hacer como servicio de espionaje, por decirlo así, para secuestrar. Porque de eso vivíamos, porque obviamente si no había plata no se comía.

Había momentos, no se me olvida, en que tuvimos que comer dentro del grupo como una semana maíz machacado porque estábamos rodeados por el ejército, porque si salíamos nos mataban a todos.  Otras veces nos comíamos las pieles de patata. Otras veces se comía bien.

A pesar de todo, él seguía en el grupo, pensando que estaban haciendo algo bueno por su país.

Me dijeron que era la guerrilla y que luchaban por el pueblo, por una igualdad social, por los campesinos... pero no es cierto. Porque se lucha en lugares donde hay campesinos, se destruyen escuelas... Ahí es donde uno dice: ¿Donde está la ideología? ¿Dónde está la igualdad? ¿Dónde están los derechos? De eso uno se da cuenta aquí fuera; dentro uno está idiotizado y piensa que está haciendo algo bueno. Yo pensaba que estaba luchando por el pueblo, odiaba al ejército. Nos decían que no nos podíamos dejar agarrar, guardaban una bala para dispararse si los llegaban a agarrar... yo llegué a cargar una bala.

Alexander se unió a la guerrilla por estar con su hermano, pero el grupo decidió que no era bueno que estuvieran juntos. Si herían a uno, los demás podrían poner en riesgo su vida y la de otros compañeros por ayudarle. Los separaron y se veían cada 6 o 7 meses. Cuando ya llevaba un tiempo allí pidió permiso para visitar a su madre y al final se lo concedieron. Hacía  4 años que no veía a su familia.

Mi mamá me decía: "Sálgase, ¡lo van a matar!" y eso son cosas que lo ponen uno a pensar... Y las mamas campesinas me lo decían también.

Alexander no tuvo una infancia y en la visita a su familia recordó como era la vida de otros niños. Él se iba a ver televisión a escondidas, espiando a sus vecinos.

Veía a los chamacos (niños) jugando y uno sin poder jugar y con ganas.

Su padre es muy estricto y la relación de los hijos con él ha sido siempre muy complicada.

Me dieron 15 días y no duré una semana porque nos pusimos a discutir con mi papá, porque mi papa nos decía: "Claro, ustedes están enseñados por ellos ya a matar  ¡pues mátenme!"  Él no valora que nosotros de chiquitos trabajábamos porque él no trabajaba.

De su etapa como guerrillero recuerda, sobre todo lo demás, el miedo constante que sentía.

Lo peor de todo es la incertidumbre de que en cualquier momento le pueden quitar a uno la vida. Usted puede ir caminando la mar de relajado y le pegan un tiro y hasta ahí llegó. O comiendo, o en plena noche... es más ese miedo. O el saber que en un enfrentamiento o es él o es usted... Es el miedo constante.

La huida

Hubo un momento en que ese miedo fue en aumento.

Estaban matando a muchos. Escuché por radio cómo un comandante que estaba herido pedía ayuda, pero no pudimos hacer nada y falleció. Al día siguiente algunos comentaban: "qué lástima, era un buen comandante". Eso fue todo. Ese hombre dio la vida por nada.

Alexander  pensó que no quería acabar igual. No quería morir y que alguien dijera: “Era un buen guerrillero”.

Fue entonces cuando empezó a pensar en escapar, pero el miedo a que le hicieran daño a su familia lo paralizaba.

Allá tienen todos tus datos, saben dónde vive tu familia, todo...

Cuando se decidió a escapar, no se lo dijo a sus hermanos. Él se unió a la guerrilla por ellos y entonces, dos años después, tenía miedo de que le delataran. Es el efecto de estos grupos: se convierten y sustituyen a tu familia.

Pero un día la oportunidad de escapar llegó y decidió aprovecharla.

Íbamos a secuestrar a una señora para conseguir plata, pero no pudimos porque el ejército estaba ahí y nos dispararon. Nos retiramos, llegamos a un punto donde ya estábamos seguros y me mandaron a comprar algo al pueblo. Cuando llegué a la tienda y vi la carretera, una curva muy grande… agarré a correr. Todo el tiempo corrí con el miedo de que me vieran y me cayera una bala por la espalda o algo así.

Eso no ocurrió y, al cabo de un tiempo, Alexander llegó a su pueblo.

Cuando llegué a casa mi mamá estaba haciendo la comida y cuando me vio se puso a llorar.

Ahí no acabó su odisea. Si se quedaba en su casa, él y su familia corrían peligro. La guerrilla toma represalias contra los desertores. Podían llegar en cualquier momento, quemar la casa y matarlos a todos. Así que él se fue a un centro amparado por el estado y su familia se mudó de nuevo.

De hecho, luego supimos que nos habían ido a buscar allá, por suerte ya nos habíamos ido.

Comienzan los cambios

Alexander fue acogido en uno de los llamados “hogares de transición” donde van a parar los niños y jóvenes desmilitarizados. Allí se evalúa la situación en la que llegan, se investiga su historia, se les da atención psicológica, y se les hacen los documentos necesarios. Le costaba adaptarse al encierro de estas casas después de tantos años de calle y guerrilla. Dejó el centro y pasó por varios otros hasta que llegó Centro de Atención Especializada (CAE) Don Bosco cuando ya tenía 14 años.

Y es en esta institución donde ha pasado los cuatro últimos años de su vida.

Aquí pude volver a estudiar. Mientras estuve con mis papás iba a la escuela, pero cuando estábamos a mitad de curso mi papá decidía que nos fuéramos a otro lugar, y como no tenía papeles de la escuela, tenía que volver a empezar el curso de nuevo. Al final me daba vergüenza porque ya era grande y seguía en 2º de Primaria... Luego, mientras estaba en la guerrilla, tampoco podía ir a la escuela.

En este centro jóvenes desmovilizados reciben educación, atención sanitaria y psicológica y el apoyo de una trabajadora social. Además reciben una formación técnica laboral que les permite, cuando cumplen los 18 años,  tener una vida independiente. Este equipo de profesionales les ayudan a dejar atrás esa etapa de sus vidas y a construirse un futuro.

Veo que yo estoy saliendo adelante gracias a mucha gente que estudió esto por vocación, no solo porque tenía una demanda en el ámbito laboral, sino porque les gusta. Hay gente muy comprometida...

Los años de Alexander en el CAE le dieron la posibilidad de una nueva vida y él la supo aprovechar.

Nunca peleé con nadie, soy más bien pacifista, ya no me gusta la guerra, prefiero resolver los problemas dialogando,  porque no me gusta que me peguen ni pegar. Aprendí muchas cosas... Si no hubiera pasado lo que pasé no valoraría lo que tengo. En las mañanas daban desayuno y se quejaban de que estaban cansados de tomar lo mismo, yo a veces salía sin desayunar... Lo que más he aprendido es a valorar. Porque, cuando no tienes nada, valoras lo poquito que pudiste tener... y pensar que en un momento estuve comiendo de la calle y hoy mal o bien tengo mis comidas diarias...

El presente

La mayor parte de los jóvenes, cuando salen del centro, se incorpora al mundo laboral, mientras que unos pocos deciden seguir estudiando, como Alexander, que cursa Desarrollo Comunitario en la Universidad. Alexander salió del CAE hace pocos meses, ahora recibe una ayuda del gobierno para su reinserción y vive en una casa alquilada con con su pareja, su hijo de 10 meses y una hermana pequeña que está estudiando en Medellín.

Alexander conoció a su novia, que también perteneció a un grupo armado, en el CAE. Ella quedó embarazada y él asumió feliz su responsabilidad. Decidieron seguir adelante y comenzar una vida juntos. Precisamente ayer le pidió matrimonio y ella aceptó, cuenta Alexander con una sonrisa de oreja a oreja. Alexander habla de cómo es su vida ahora, de cómo es un domingo cualquiera.

Me levanto cuando se despierta el niño, lo bañamos, lo vestimos, salimos al parque... a veces vemos películas de romance, vamos al jardín botánico, o nos quedamos en la casa, hablamos, jugamos...

Los días de miedo y violencia de su infancia han quedado muy lejos.

Los sueños de Alexander

Uno de mis proyectos es trabajar aquí en el CAE. Aparte de porque me gusta colaborar y hacer cosas por otras personas, será un modo de regresarle a la sociedad lo que la sociedad ha hecho por mí. Hasta ahora he estado apoyando como voluntario a personas que están saliendo de las drogas, y de vez en cuando voy a otro centro de Don Bosco a estar con los pelados (niños), a ayudarles con las clases, a hacer deporte...

Cuando uno escucha las palabras este joven de mirada dulce y tranquila, cuesta imaginárselo de niño, pidiendo en las calles o empuñando un arma. Alexander tiene la madurez de alguien que ha vivido mucho, a pesar de su juventud, y es gratificante oír sus reflexiones sobre la vida:

El sueño de todo hijo es poder ayudar a su mamá, a la familia, y uno si no estudia no es capaz... Todos nacimos con un propósito, tú no viniste al mundo para comer dormir y no hacer nada. La vida es eso, la vida te pone siempre muros, si todo fuera regalado no lo valorarías... En la vida siempre hay dos caminos: uno bueno y uno malo. Uno siempre sabe, uno es el dueño de su vida, tú decides el camino. No puedes echarle la culpa a los demás, uno es el dueño de su vida.

Alexander es un claro ejemplo de cómo se puede salir adelante a pesar de haber vivido situaciones tan duras. Él ya sabe lo más importante:

El pasado no se puede borrar, pero sí construir sobre él y eso es lo que estoy haciendo.

NOTA 1: Algunos datos han sido modificados para preservar la identidad del protagonista.

NOTA 2: Las fotografías de guerrilleros que aparecen en el texto son imágenes con Licencia Creative Commons extraídas de Internet.