Lo importante es el camino

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Perito Moreno, del 16 al 18-4-2013

Hace dos días que salimos de El Chaltén. Nos habían avisado que hacer dedo en este tramo de la Ruta 40 es complicado porque está muy poco transitado. Parte de la carretera es de tierra y mucha gente se desvía, atravesando el país para coger la Ruta 3, que va por la costa atlántica, para luego cruzar de nuevo hacia el interior; un rodeo de aproximadamente 600 km. A pesar de ello, vamos a intentarlo; siempre estamos a tiempo de coger un bus, aunque hoy es miércoles y el bus no pasa hasta el viernes...

Salir del pueblo nos cuesta casi 3 horas; parece que tenían razón, ni siquiera es fácil salir a la carretera principal. Mientras esperamos a unos cientos de metros de la salida del pueblo, vemos que a lo lejos se acercan 4 personas con mochilas, parece que con la misma intención que nosotros. Ellos nos ven, se dan la vuelta, y retroceden hasta la salida del pueblo, quedando por delante de nosotros:

- ¡Mira qué bonito! -le digo a Javi, indignada- Yo pensaba que había una especie de “código” entre autostopistas: si hay alguien haciendo dedo antes que tú, debes situarte más atrás.

- Así debería de ser, pero mira... -coincide Javi.

Nos dan ganas de ir y explicárselo, pero decidimos que no vale la pena ponerse a pelear; al fin y a cabo, van a hacer lo que quieran.

- El karma se lo devolverá -concluye Javi.

Finalmente, una pareja de franceses nos saca desde El Chaltén hasta el cruce con la Ruta 40, donde se supone que será más fácil que alguien nos lleve. También tenían razón: a los 5 minutos, un hombre muy simpático llamado Alejandro, nos recoge y nos lleva hasta la entrada de un pueblo llamado Tres Lagos, desde donde nos recomienda seguir haciendo dedo hasta llegar a Gobernador Gregores a mitad de camino de Perito Moreno, nuestro destino final.

- De todas formas, yo voy a ir para allá más tarde, a eso de las 6 o las 7 de la tarde. Si aún están aquí a esa hora, yo los llevo.

Son las 8 de la tarde, ya es de noche y seguimos esperando. No han pasado más de 3 ó 4 vehículos, que o no han parado o no iban en nuestra dirección. Alejandro tampoco ha pasado. Cuando ya casi hemos perdido la esperanza y estamos a punto de montar la tienda de campaña junto a una gasolinera, vemos acercarse dos vehículos 4x4 a toda velocidad. Extiendo el brazo con el pulgar hacia arriba, al tiempo que le digo a Javi “Estos no paran ni de casualidad...”. Efectivamente, ambos pasan de largo. Pero unos metros más adelante, el segundo vehículo frena en seco y tira marcha atrás. Unas horas después nos encontramos montando la tienda de campaña en un merendero junto al río, a las afueras de Gobernador Gregores. Desde luego, es más agradable que hacerlo en medio de la nada, y así hemos avanzado algo más.

Al día siguiente nos levantamos sabiendo que no será fácil continuar nuestro camino, pero tenemos que intentarlo. Estamos caminando hacia las afueras del pueblo cuando, frente a una gasolinera, un vehículo se detiene y su conductor nos saluda. ¡Es Alejandro! Nos dice que ayer pasó más tarde, sobre las 8 y media, incluso preguntó por nosotros en la gasolinera. Nos comenta que en un par de horas sale de aquí: va a ir hasta el Atlántico para coger la Ruta 3 en dirección norte, y nos aconseja que vayamos con él hasta Fitz Roy, en la costa, para luego dirigirnos a Perito Moreno (el pueblo, no el glaciar), dando el gran rodeo del que nos habían hablado. Como en el tiempo que estamos esperando no nos levanta nadie, y él sabe mejor que nosotros cuál es la mejor ruta para llegar a nuestro destino, nos vamos con él. Por el camino hablamos de nuestras vidas, sueños y planes de futuro, de manera que las 6 horas de viaje se nos pasan volando. Alejandro tiene una historia personal de superación y esfuerzo que muy bien podría encajar en nuestro proyecto. Nos gusta que se sienta en confianza para compartirla con nosotros.

Como no podría ser de otra forma en Argentina, por el camino tomamos mate. Todo argentino que se precie lleva siempre consigo la yerba mate, el mate (nombre que se le da al recipiente en el que se toma) con su correspondiente bombilla (tubo metálico por el que se sorbe la infusión) y un termo con agua caliente. El mate se llena de mate (valga la redundancia), se añade agua caliente y se le pasa a uno de las personas que vaya a tomar; a esto se le llama "cebar". La persona se toma la infusión (hay que sorber hasta que haga ruido, lo que significa que no queda agua) y se lo devuelve al "cebador", quien añade agua de nuevo y se lo pasa a otra persona. El proceso se repite hasta que el mate está "lavado" (sin sustancia) y se tira. Ya habíamos tomado mate en otras ocasiones pero hoy, por primera vez, me toca cebar a mí. Es bonito participar en este proceso, que en cierto modo es como una ceremonia.

Tal y como estaba previsto, Alejandro nos deja en Fitz Roy a media tarde. Nos despedimos cambiando e-mails y teléfonos y nos dice que le avisemos si vamos a su ciudad. Un hombre encantador.... Caminamos hacia las afueras del pueblo y nos situamos en el desvío hacia Perito Moreno. El viento sopla con fuerza y nos refugiamos tras un cartel indicador. La frecuencia de paso de los vehículos es de uno por hora, así que, una vez más, Javi empieza a buscar un lugar donde acampar en medio de la pampa, estepa o desierto, como se le quiera llamar. Mientras, empieza a atardecer.

Me sitúo a la otra parte del cartel: aquí hace más viento, pero tengo el sol de frente. Miro la pampa, los arbustos dorados por el sol del atardecer. Siento la calidez de sus últimos rayos, y algunos golpes de viento que me alborotan el pelo. No estoy nerviosa por tener que dormir aquí, no me molesta el aire. No sé por qué, pero me vienen a la cabeza imágenes de vídeos musicales, o escenas de películas en las que una chica de mirada serena es protagonista de una escena como esta. Pienso también en otras viajeras, cuyos blogs o libros leí antes de empezar nuestro viaje, cuando envidiaba esa forma de vivir, de viajar, esa libertad... Pero esto no es una película, ni una canción, ni un libro. Es la vida real, mi vida, y esa mujer libre, fuerte, tranquila... soy yo.

El sol ya casi se ha ocultado en el horizonte, una línea recta, una inmensa llanura, sin una sola colina. El cielo va cambiando de color, las nubes que flotan en el cielo, casi inmóviles, se tiñen de tonos cálidos, rojo, naranja, rosa... mientras el cielo varía entre el azul y el verde.


Vemos acercarse un camión, que toma este desvío, pero ya lleva a una pareja de jóvenes viajeros; no hay sitio para nosotros. Pero justo detrás, para un coche conducido por un hombre mayor. Puede llevarnos hasta Pico Truncado, un pueblo a unos 40 km de aquí. Dado que la alternativa es dormir en medio de la pampa, nos vamos con él. Ricardo, que trabaja como “remisero” (taxista) nos deja en una gasolinera:

- Pueden dormir ahí -nos dice señalando un descampado junto a la gasolinera-. Mañana cuando empiece a clarear, vengo a recogerlos y les llevo hasta la carretera donde pueden hacer dedo hacia Perito Moreno.

Tras darle las gracias y despedirnos, nos damos cuenta de que tal vez no sea muy seguro dormir aquí: está oscuro, es una zona donde suelen aparcar los camiones y esta es una ciudad grande. A Javi no le hace mucha gracia la idea de acampar aquí. Una cosa es un pueblo y otra una ciudad petrolera. Tras varios paseos encuentra un hostal cerca de la gasolinera. No hay más opciones, así que decidimos pasar allí la noche. El dueño nos acompaña al edificio donde están las habitaciones.

Todos hemos visto en alguna película de miedo una escena que se desarrolla en una casa grande, tal vez un orfanato o un hospital, con un largo pasillo pintado de blanco, las paredes desconchadas y con telarañas, una radio sonando al mínimo volumen en la cocina, una sensación extraña... ¡ese es nuestro hostal! Además, estamos solos; el dueño nos dice que luego vendrá una chica, no sabe a qué hora. A pesar de ello, todas las estufas están encendidas y hace bastante calor, cosa que nos resulta bastante extraña. El baño de mujeres es pequeño y hace tanto calor que parece una sauna. El de hombres es muy grande y dentro de él hay como diferentes estancias. Todas las puertas están cerradas, a excepción de la nuestra. En la habitación en la que vamos a dormir hay dos camas pequeñas, cuyo somier cruje y se hunde al sentarse en ellas. De verdad: da bastante miedo, más aún cuando encontramos una puerta al final del pasillo en la que pone “DEPÓSITO”... ¿Cómo que depósito? ¿Depósito de qué?

Javi y yo intentamos tomárnoslo a risa y hacemos bromas. Pero cuando llega la hora de dormir, yo lo tengo claro: no voy a dormir sola. Así que me meto en la cama de Javi, ciertamente muy pequeña para dos personas, y prometo estar quietecita. Durante la noche oímos algunos ruidos, una puerta que se cierra... será la otra chica que duerme aquí.

Cuando suena el despertador aún es de noche, ya que tenemos que estar en la gasolinera al amanecer. Al pasar por la cocina, veo que está encendido el fogón, a pesar de que no hay nadie levantado. Al salir, se lo digo al dueño y su respuesta es:

- Si, ya lo sé, lo encendí cuando llegó la chica, la que duerme al final del pasillo.

- ¿?... ya -balbuceo. Mejor no preguntar más, ¡no sea que la chica sea un fantasma que vive en el depósito, vuelve todas las noches y calienta agua para tomar mate!

Salimos sanos y salvos del hotel del terror, sin duda el sitio más tétrico en el que hemos dormido. Ayer vimos atardecer desde la carretera y hoy vemos amanecer desde la gasolinera donde nos dejó Ricardo. Ahora predomina un extraño color amarillo, que va iluminando el cielo. Enseguida llega Ricardo, que nos saca a las afueras del pueblo y nos pide que le mandemos un mensaje cuando lleguemos, para saber que estamos bien. No tenemos que esperar ni media hora antes de que nos levante un coche y nos lleve hasta Perito Moreno, donde enseguida encontramos un camping barato y con buenas instalaciones. Dos días de camino... no está mal.

¡Y aquí estamos por fin! Ha sido un viaje largo, pero interesante. Estamos descubriendo que viajar haciendo autostop supone un cambio muy importante en lo que se refiere al concepto de viajar en sí mismo.

El centro de atención, que antes era “dónde vamos a ir”, pasa a ser “cómo vamos a llegar”. Hemos pasado de llegar a un pueblo sin tener un hostal donde dormir, a montar la tienda de campaña en un parque. Hemos cambiado los largos y aburridos viajes en bus por conversaciones con desconocidos que, horas después, se han convertido en amigos. Las horas de espera en la orilla de la carretera que podrían haberse hecho interminables las hemos convertido en ratos divertidos, haciendo tonterías y riéndonos de nosotros mismos. Igual que se dice del Camino de Santiago: “lo importante no es llegar, lo importante es el camino”