Los vecinos de Balewa

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Projects: 
Countries: 
Authors: 

Balewa, 14-1-2012

Al poco de llegar a Balewa, tenemos la ocasión de visitar a una familia que vive al otro lado de una gran duna. Podría decirse que están a las afueras del pueblo si el pueblo tuviera afueras y adentros, cosa que no ocurre porque es un conjunto de casas más o menos aisladas.

En cuanto nos ven, el padre nos invita a pasar a su casa, compuesta por dos cabañas tradicionales y un corral de estructura muy similar, todo ello rodeado por una pequeña valla.

Una vez en el interior, nos sentamos en el suelo y  conversamos con el hombre, ayudados por Krishna. Nos invitan a probar una papilla caliente hecha con algo parecido al yogur natural (o curd como lo llaman en la India), mantequilla y mijo, que es la base de la alimentación de estas gentes del desierto. Krishna nos cuenta que somos afortunados: esta es una de las pocas familias que conoce esa receta, que ha sido transmitida de generación en generación durante siglos. Al salir de allí, todavía  tenemos la oportunidad de ver a un camellito de 10 días que esta siendo amamantado por su madre. Esta es la vida cotidiana de estas personas. Para nosotros es otro mundo. Gracias a Dios todavía existen otros mundos como este, apenas golpeados por la odiosa globalización, que nos convierte a todos en la misma masa sin sabor ni identidad.

Este es solo nuestro primer contacto con la generosidad, hospitalidad y curiosidad de los habitantes de Balewa. En los 3 días que pasamos aquí tenemos la oportunidad de experimentarlas a través de visitas a nuestra casa de voluntarios: una mañana abrimos la puerta y allí estaba, de pie, no sabemos desde cuándo, Yesu, un ingenuo joven que, según interpretamos por sus gestos, participo en la construcción y pinto la casa donde nos alojamos. Otro día nos visitan 6 o 7 hombres con sus turbantes y enormes bigotes. Hoy Mayte no se encuentra muy bien hoy, y antes de que tenga tiempo de salir de debajo de las sabanas, nuestros visitantes entran y se sientan en el borde de nuestras camas. Comenzamos el típico ritual de sonrisas y miradas mientras decimos algunas palabras en hindi e inglés y señalamos fotos u objetos que comentar con ellos. Es otra visita de cortesía, y un poco de sana curiosidad también. Seguro.

En otro momento  tenemos la ocasión de visitar a una familia cuyas mujeres bordan preciosos almohadones que luego se venderán en las ciudades. El intermediario habitual les paga 0,70€ por cada uno, por 3 días de trabajo. Entre los muchos proyectos de Krishna y Xenia, está el crear una cooperativa para que obtengan mayores ingresos por su esfuerzo y aprendan a organizarse.

Lo más entrañable de nuestra estancia en Balewa es el tiempo compartido con Krishna, con su familia, las conversaciones, las cenas, los paseos… Krishna esta casado con Lila y tiene tres hijos pequeños: Raxa, Yoguita y un bebe con los ojos pintados de negro para ahuyentar el mal de ojo (tradición muy común en la India). Vive también con su anciano padre que, cuando nos ve, nos coloca las manos sobre la cabeza a modo de bendición. Pasamos bastante tiempo jugando con sus hijos y con otros niños del pueblo. Al ver sus radiantes sonrisas entendemos el nombre que le dieron Xenia y Krishna a la asociación.

Una noche nos invita Krishna a cenar su tío y con un familiar que ha venido de lejos a visitarlos. Resultan ser dos hombres típicos del Rajastán: pantalón tradicional, turbante, bigotes acabados en punta y, al principio, un aspecto un tanto feroz. En cuento entramos, como suele pasar, las mujeres se llevan a Mayte un rato a la cocina, donde se hacen fotos y le dan de algo de comer. Mas tarde nos reunimos de nuevo y yo me atrevo a probar un licor local que se elabora mediante un proceso muy complejo que incluye, además del típico destilado, varios días de entierro de la botella en la arena del desierto. No esta nada mal. Cada país tiene su orujo. Después nos pasamos al whisky y la cerveza mientras charlamos y engullimos comida típica. Al cabo de un rato esos hombres de aspecto feroz nos están dando de comer con las manos, en un gesto de sincera amistad, e incluso me dan abrazos y sonoros besos en la mejilla.

Otro momento para recordar es una conversación con Krishna que tenemos una tarde en la cabaña de su tío. Sentados o tumbados sobre los camastros, mientras las cabritas y los perros entran y salen jugando o huyendo de los niños, hablamos relajadamente mientras fumamos unos bidis, cigarrillos indios hechos a mano, muy baratos y que se apagan cada dos por tres.

Krishna nos habla de las tradiciones del desierto, de la historia de Rajastán, de su casta, la de los poetas, de la situación de la mujer. Nos explica la procedencia de esa tradición, de esa versión local del purdah, por la que las mujeres del desierto de Thar se cubren la cara con un velo: antiguamente era muy común que tribus o pueblos vecinos robaran las mujeres de otros. Por ello, para evitar que las mujeres hermosas fueran raptadas, todas se cubrían la cara. Los únicos hombres que podían ver su rostro u oír su voz eran su marido y su familia directa (padre y hermanos). Ni tan siquiera sus cuñados ni su suegro tenían permitido ver su cara. Era la dura vida del desierto y es de ahí de donde proviene esa costumbre, no de la religión. No hace tantos años que ese peligro todavía existía. Hoy en día esta medida tan radical sigue en pie en algunos pueblos de Rajastán. Ya no parece necesaria, pero se tardan años en cambiar las costumbres. No se pueden imponer esos cambios. Primero hay que comprender. De momento, en Balewa, las mujeres ya son capaces de enseñar su rostro a hombres extranjeros como yo y en las ciudades muchas mujeres llevan el rostro descubierto. Estamos seguros de que las cosas cambiaran en unos años.

Krishna también nos cuenta su sueno de escribir un libro para explicar al mundo su visión de la vida, su forma de arreglar el mundo. Pensamos de una manera tan parecida a él acerca de los males del mundo y de sus soluciones, que no podemos hacer más que desearle lo mejor en este nuevo sueño. Me gusta este tipo de gente que aún no ha acabado de realizar un sueno y ya tiene otro en mente. Me siento muy identificado con ellos. Lo cierto es que, para mí, lo importante, lo bonito, no es el hecho de conseguir tus sueños, es el camino, el proceso. Cuanto más duro es ese camino, más valoras el resultado. Por eso si algo no te cuesta un esfuerzo no lo valoras: solo hay que comparar la sensación que se tiene después de alcanzar la cima de una montaña tras horas o días de esfuerzo, con la sensación que se tiene al hacerlo después de unos minutos en coche. No hay color.

También se me ha quedado grabada la cara de absoluta felicidad con la que nos habla de la llegada del monzón. En unos minutos hace una descripción tan evocadora de la llegada de las lluvias que nos transporta a esos meses de intensos e intermitentes chaparrones que hacen revivir el reseco suelo del desierto. No habla de cómo los amigos se reúnen en las puerta de las cabañas mientras toman algo y fuman bidis. Observan el color cambiante del cielo, cómo las nubes se acercan desde la distancia, cómo la arena se levanta y cómo la cortina de agua se abate sobre el suelo. En ese momento se meten en las cabañas y desde allí, a través de las rendijas de las paredes, observan la lluvia durante horas, felices, mientras los niños juegan desnudos y se bañan en los charcos. No cabe duda: este hombre tiene que escribir su libro. Esa descripción y esa alegría tienen que ser puestas por escrito… y nosotros tenemos que volver para ver el espectáculo del monzón y para ver cómo los sueños de Krishna se han hecho realidad. ¡Queremos hacerlo!