Nochevieja en el desierto

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Jaisalmer, 1-1-2012

Una de las atracciones turísticas típicas de Jaisalmer son los safaris en camello por el desierto. Todos los hoteles intentan vendértelo porque ganan mucho más dinero con él que con las habitaciones. En todas las agencias, hoteles, tiendas, restaurantes te explican que ellos tienen dos tipos de safari: el turístico y el no turístico, que en el segundo tipo no se ven turistas, que es más tranquilo y que, por supuesto, es más caro. Además todos te hacen un mapa que no dice nada en un papel y te dejan que te lo lleves con la condición de no mostrárselo a nadie. ¡No quieren que les copien! A veces tenemos la sensación de que, en estos destinos turísticos, reciben cursos para hacer las cosas todos igual.  Sabemos que eso no es posible: demasiada organización.

No estábamos muy convencidos sobre si hacer el safari o no. Por un lado estamos un poco escarmentados con este tipo de actividades organizadas y por otro lado es mucho dinero. Además sabemos que de lo que pagamos solo una pequeña parte llega a los camelleros y no nos gusta ese modelo de desarrollo turístico. El problema es que los camelleros no están organizados y no tienen ni la experiencia, ni los contactos necesarios para vender el safari. Nos planteamos acudir directamente a ellos pero no sabemos ni por dónde empezar ni cómo seleccionar uno de fiar. Esa es la baza de los hoteles y las agencias, con sus libros de experiencias de clientes, sus referencias y demás estrategias de marketing.

Después de mucho pensarlo decidimos que sí que haremos el safari y que lo haremos hoy, día de nochevieja. Hemos negociado el precio y nos sale a unos 22 euros por persona. Es mucho dinero pero es una noche especial.

Nos levantamos pronto y preparamos las mochilas ya que vamos a dejar la habitación para ahorrarnos ese día de hotel. Ya veremos si sigue libre cuando volvamos. A las 8 salimos los dos solos en un jeep que nos lleva a través de una estrecha carretera del desierto hasta el pueblo donde nos esperan los camellos. Al llegar al pueblecito conocemos a Johny y Babu, nuestros camelleros, cocineros y guías. Mientras ellos preparan los camellos y cargan todos los trastos, nosotros intentamos entrar en calor y recuperarnos del intenso frío que hemos pasado durante la hora y pico de trayecto en el jeep descubierto.

Subimos en nuestras irascibles monturas y salimos: el primer camello con los dos guías, Mayte en el segundo y Javi en el tercero. Hacemos un par de paradas en pequeños pueblos del camino. Estos pueblos son agrupaciones de unas pocas casas que se reúnen alrededor de cualquier punto con una laguna pluvial o un pozo, normalmente de agua salada.

Es muy triste ver cómo los niños nos persiguen pidiendo dinero, golosinas, nuestros relojes o gorras, lo que sea. Este es un tema que siempre nos hace hervir la sangre. Si estos niños piden es porque los turistas les dan. Se lo comentamos a nuestro guía Johny  y nos dice que ellos lo saben y que se lo explican  los turistas. Que si les regalan cosas los convierten en mendigos, que es contraproducente darles dinero, que es malo para su salud ofrecerles dulces, etc. Todo eso les explican y aun así muchos de los turistas, sobre todo los americanos, les regalan dinero o golosinas. Imaginamos que eso les hará sentirse mejor. Intentaran de esta forma mitigar ese sentimiento de culpa que nos asalta cuando vemos a gente sin televisión, sin Internet, a esos pobres e infelices seres humanos que viven en el campo, con camellos, cabras y vacas. No importa si, para sentirte mejor, los conviertes en pedigüeños, si les quitas una de las pocas cosas que tienen, una de las que importa de verdad: la dignidad.

El desierto que hemos recorrido hasta ahora no es muy vistoso. Casi todo son rocas, arbustos, árboles solitarios y tierra reseca. De tanto en tanto atravesamos zonas de dunas y arena y ,al hacerlo, uno no puede evitar recordar las antiguas películas sobre el desierto que veíamos las tardes de sábado en la televisión. Vienen a la mente recuerdos de libros y películas de aventuras, de días enteros emulando a héroes que, como Lawrence de Arabia, atravesaban sedientos el desierto con la cara quemada.

La parada para comer a la sombra de un árbol, al pie de una gran duna, nos trae de nuevo a la realidad. Nuestro guías preparan un fuego y cocinan algo de comida india y de pasta para todos. Vemos a unos niños de un pueblo jugando a tirarse rodando por la ladera de las dunas. Nuestros guías les gritan para que se mantengan a distancia y no nos molesten, pero nosotros les decimos que vengan, que no nos importa. Después de hacer algunas fotos, jugar un poco con ellos y de acabar nuestra comida Johny, sin que ellos pidan nada, un par de platos con la comida que ha sobrado. Se comen contentos el contenido del plato, nos piden algo de fruta y luego ayudan a Babu a limpiar los platos con arena, mientras Johny se va a buscar nuestras monturas.

Durante la tarde seguimos nuestro trayecto en camello. Por el camino vemos zorros, antílopes y aves rapaces en la distancia. También hay multitud de agujeros, guaridas de ratones, junto a los arbustos. De tanto en tanto se pueden ver algunos camellos, rebaños de cabras y vacas que vagan sin custodia alguna en dirección a un lejano pozo o reseco terreno de pasto. Los árboles parecen podados en una perfecta línea recta en su parte inferior. Cuando observamos, en la distancia, a un camello estirar el cuello para comer las hojas mas bajas de un árbol entendemos quiénes son los concienzudos jardineros. Es difícil creer que una tierra tan árida albergue tanta vida.

Los últimos kilómetros no son muy cómodos para Mayte: decide bajarse del camello por que no aguanta el dolor de culo. Comienza a caminar, quedándose cada vez más rezagada porque se tiene que parar cada pocos metros para quitarse las espinas de los arbustos que se le clavan continuamente. Semanas después aún estará quitando pinchos de la ropa que lleva hoy. No sabe qué es peor: el camello o los pinchos. Cuando ya no puede más decide volver a montar, pero esta vez en el mismo camello que Javi ya que el suyo carga ahora la leña que hemos recogido por el camino para calentarnos esta noche.

Poco antes de llegar a nuestro destino atravesamos un carretera pequeña, desierta y en mal estado. Es la antigua ruta comercial que seguían las caravanas de camellos hasta hace tan solo 20 o 30 años, y que durante siglos ha dado vida a la ciudad de Jaisalmer. Desde la independencia y la partición de India y Pakistan, con la frontera cerrada, esta es una carretera a ninguna parte. El corte de esta histórica ruta comercial hizo que Jaisalmer comenzara a languidecer y, de no ser por el turismo, ahora estaría camino de la desaparición, como tantas otras ciudades a lo largo de la historia.

En total llevamos acumuladas unas 8 horas de camello cuando llegamos a nuestro destino, justo antes de la puesta de sol. Desde las bonitas dunas que rodean nuestro improvisado campamento asistimos a una puesta de sol espectacular. Los colores del desierto se intensifican y el entorno parece menos hostil: es un momento mágico. Observamos como desaparece el sol mientras el último rayo de luz del año ilumina la arena.

Durante el tiempo que hemos estado absortos con la puesta de sol, han ido llegando el resto de turistas que pasarán la noche con nosotros. Son varios españoles y polacos, una japonesa y una holandesa, además de los correspondiente guías indios.

Poco después de las 6 estamos todos reunidos alrededor del fuego y nos rodea una completa oscuridad. La noche, o más bien la tarde, promete ser larga. Empiezan a rodar cervezas y botellas de licores de distintos países, de whisky y de ron que hemos traído los asistentes para amenizar un poco la velada. La tarde transcurre más rápido de lo previsto entre risas, historias, comida y más risas. Poco antes de las doce conseguimos algo de cobertura en lo alto de la duna más alta y conseguimos llamar a nuestras familias para felicitar el año.

Recibimos el nuevo año brindando con lo que cada uno tiene en el vaso en ese momento, compartiendo las uvas que ha traído la holandesa en un bonito detalle hacia los españoles y disfrutando de los fuegos artificiales que ha comprado Kamal para la ocasión.

A las 3 y media de la mañana nos retiramos a dormir los últimos que hemos aguantado de fiesta: los españoles, para variar, y nuestro guía Johny. Nos sacudimos la arena de los pies y nos embutimos en nuestros sacos de dormir, acostados sobre unas mantas que, se supone, deberían aislar del frío suelo. Mayte, con un saco mejor, duerme poco pero bien. Javi, con un saco más ligero, apenas puede conciliar el sueño por el frío y pasa el tiempo observando las estrellas hasta que, al amanecer consigue descansar durante poco más de una hora.

Desayunamos con nuestros compañeros de fiesta, nos felicitamos el año de nuevo y, tras un par de horas más de camello, nos recogen los jeeps que nos dejarán de nuevo en Jaisalmer a media mañana. Después de todo la experiencia ha valido la pena, aunque nos ha dejado agotados: ¡a media tarde nos tumbamos a dormir una siesta y amanecemos al dia siguiente!

Lo más curioso de esta nochevieja en el desierto es que no hemos tenido esa sensación de fin de una etapa, de nostalgia y de buenos propósitos que suele acompañarnos en estas últimas horas del año. No nos parecía que fuera fin de año. Será el entorno, el no estar con nuestros amigos o, más probablemente, el estar tan solo al principio de este largo viaje. Quizás para nosotros el nuevo año comenzó en noviembre, cuando dejamos nuestra casa.