¡Nos encanta Pokhara!

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Pokhara, 20-5-2012

Nos despertamos en un hotel bonito y limpio, muy diferente a la mayoría de los sitios donde hemos dormido durante el trekking. Después de una buena ducha, salimos a descubrir Pokhara. Sus habitantes se ríen un poco de nosotros cuando preguntamos “¿Dónde está el lago?” La mayor parte de la ciudad de extiende a sus orillas, pero nosotros llegamos anoche y estamos totalmente desubicados. Una vez localizado, paseamos junto a él, cruzándonos con mujeres que lavan la ropa, niños bañándose y turistas, casi todos montañeros y hippies. Es un día soleado y disfrutamos del paseo, aliviados por poder andar sin cargar la mochila en nuestra espalda.

Es un placer acabar el trekking y llegar a un lugar como Pokhara. El nombre de esta ciudad viene de la palabra nepalí “pokhari”, que significa lago, ya que en tiempos pasados el agua cubría todo este territorio. Parte de ese agua se secó y se fundó la ciudad a las orillas del lago que quedó. Esta ciudad es una de las más importantes de Nepal y en la antigüedad se encontraba en una destacada ruta comercial entre el Tíbet e India. Ahora está llena de restaurantes con buena comida y buenos precios, y de gente hippie o alternativa. Este ambiente se mantiene desde los años 70, cuando llegaron aquí los primeros hippies, aunque en aquellos tiempos lo que encontraron fue un pequeño pueblo, mucho más auténtico y junto a un lago de aguas mucho más limpias.

Además, es el punto de salida y llegada de muchos trekkings. Pokhara está rodeada de altas montañas, entre ellas algunos de los ochomiles que rodeamos en nuestro trekking. Este impresionante entorno sólo puede verse en días muy claros y en determinadas épocas del año que no coinciden con nuestra estancia allí. A pesar, la belleza de este lugar no deja de enamorarnos.

El hotel en el que hemos dormido es un poco caro para nosotros y parece que los propietarios no tienen mucho respeto por el descanso de los huéspedes: a las 7 y media de la mañana estaban podando la enredadera que hay junto a nuestra ventana ¡Qué susto! Así que vamos a buscar otro sitio. Nos han dicho que la parte norte del lago es más tranquila y que se pueden encontrar hostales más baratos, así que vamos a preguntar. No hay suerte: todos están llenos. Cuando ya estamos a punto de tirar la toalla, pasamos por delante de un sitio en el que no hemos preguntado. No parece muy bonito, pero no perdemos nada...

Sale a recibirnos Suresh, el dueño, que insiste en enseñarnos una habitación muy grande y bonita que tiene libre. Subimos poco convencidos, sabiendo que iba a ser más cara de lo que buscábamos y... ¡se podría decir que fue amor a primera vista!

En realidad es un pequeño apartamento, con baño, cocina y una terraza con vistas al lago. Todo muy nuevo y limpio.  El precio 500 rupias (5 euros) Pasamos parte del día pensándonos si irnos allí o no, ya que sabíamos que podíamos encontrar habitación por unos 350. Pero en el fondo los dos queríamos estar allí. Así que al día siguiente, y tras conseguir un descuento de 50 rupias, nos mudamos a nuestro pisito.

Nada más cruzar el umbral de la puerta con nuestras mochilas tenemos la sensación de estar "en casa". Suresh nos acompaña a la habitación, nos enseña como funciona la cocina, nos da algunos utensilios y, en cuanto se va, Javi y yo nos abrazamos contentos, casi emocionados. Nos encanta tener de nuevo esa sensación, después de tanto tiempo viajando. Poder sentarnos a desayunar y a cenar en nuestra terraza (como hacíamos en Valencia y en Santa Pola), no tener que salir obligatoriamente cada vez que quieres comer algo, tener un espacio abierto y tranquilo donde sentarnos a hablar, leer o escribir. Por la tarde nos sentamos a hacer la lista de la compra (¡ahora sí que estamos en casa!) y pasamos la tarde sentados mirando al lago, mientras se acercan algunas nubes que anuncian tormenta: son las primeras lluvias del monzón.

Además, los dueños son increíblemente agradables. Nos recogen la ropa tendida si se pone a llover y no estamos, nos traen velas en cuanto se va la luz, nos dejan utilizar su frigorífico... Se nota que llevan poco tiempo juntos (un año, según nos contaron después). Son muy jóvenes y el suyo fue, como es habitual, un matrimonio concertado. Uno de esos que salen bien.

Habíamos dejado parte de nuestras cosas en el hotel de Kathmandú, y unos amigos que hicimos en el trekking se ofrecieron a recogerlas y enviárnoslas en un autobús. La verdad es que nos han hecho un gran favor: la capital está a unas 5 horas de distancia y no nos apetece nada ir allí: ruido, contaminación, vendedores insistentes ¡no, gracias! Preferimos mantener el estado de calma en el que nos encontramos.
Mientras esperamos a que lleguen nuestras cosas pasamos el tiempo descansando, leyendo, paseando... Después, ya con nuestro portátil, podemos volver a ponernos manos a la obra con nuestro proyecto.

Durante estos días nos hemos reencontrado con algunos de los amigos que hicimos en el trekking. Uno de ellos fue Pepe, el español al que le perdimos la pista entre Pokhari y Nwagal. Dimos por hecho que nos había adelantado pero nada más lejos de la realidad. Nos cuenta que ese mismo día, un hora después de empezar a andar, empezó a encontrarse mal: vómitos, mareo, desorientación... síntomas del mal de altura. Pepe hizo lo adecuado: empezar a bajar lo antes posible. No nos cruzamos porque justo en esa etapa había varias rutas posibles y cogimos caminos diferentes. Fue una pena, porque lo pasó fatal y podríamos haber estado juntos. Media hora de diferencia en el momento de la salida tuvo la culpa. Más tarde comentamos como esos pequeños detalles podrían haber cambiado por completo su trekking y el nuestro. Afortunadamente, sólo fue un susto y podemos celebrar el reencuentro a la española en nuestra "casa". Vino tinto, tortilla de patata y buena compañía. ¿Qué más se puede pedir?

Poco después vemos también a Adam, nuestro incansable compañero en el trekking de Nar Phu, preparándose para otra nueva aventura, esta vez en la región del Dolpo. ¡Este chico no deja de sorprendernos!

Adam nos comenta que por la noche en el restaurante Freedom hay un concierto, y quedamos en vernos allí. Él finalmente no aparece, pero la noche resulta muy interesante. Este local, situado a orillas del lago, tiene un ambiente íntimo y relajante. Está compuesto de pequeñas cabañas de madera y bambú, algunas con sillas y mesas y otras con almohadones para sentarse en el suelo. Está lleno de velas y se respira un ambiente hippie ¡además de olor a marihuana! En el centro hay una especie de foso. Cuando nos acercamos, vemos que la música sale de él. ¡Los músicos están dentro! Son un grupo bastante curioso. Están sentados formando un círculo, unos de espaldas a los otros, tocando diferentes instrumentos, improvisando. Hay varios chicos y una joven con aire de hada, con el pelo largo y rubio y ropas vaporosas, tocando la flauta travesera.

Al principio la música es un poco rara, como lo son algunos de los asistentes al concierto. Uno de ellos, que parece sacado de la película “Piratas del Caribe” y debe de haber fumado algo más que tabaco, se ríe a carcajadas y tira velas al foso. Los músicos parecen no enterarse y siguen con su mezcla de instrumentos y sonidos extraños. Luego la melodía empieza a ser más suave, llegando a ser muy relajante. Nos quedamos un buen rato asomados al foso, mirando a los músicos, hasta que el sueño nos vence y decidimos regresar al hotel. Las calles están oscuras y frente a nosotros vemos brillar algunas pequeñas luces: son luciérnagas, tal vez queriendo iluminar nuestro camino.

Van pasando los días y se van sucediendo unos reencuentros tras otros: Regis, Colin... Esto hace que se acentúe nuestra sensación de estar en casa, incluyendo el hecho de salir a la calle y cruzarte con amigos, quedar para comer, ese tipo de cosas que no sueles tener cuando viajas.

En el tiempo que hemos pasado aquí han continuado las huelgas, que cambian por completo el ritmo de la ciudad. Esos días las calles, ya de por sí bastante tranquilas, lo son aún más. No circula ningún vehículo motorizado, la mayor parte de las tiendas están cerradas y los colegios también. Entonces las calles son ocupadas por los niños, que juegan libremente, como aún puede hacerse en algunos pueblos de España.

Mientras comemos, veo a un padre jugando con su hijo al badminton, un deporte muy popular por esta zona. Poco después, su hija le coge el relevo, y más tarde esta juega con su madre. Mientras unos juegan, los otros están sentados en los escalones de la acera, hablando animados entre ellos y con los dueños de la tienda vecina, que se han atrevido a abrir, aunque con la persiana medio bajada. Aquí no parece haber muchos piquetes, pero en otras ciudades pueden tener verdaderos problemas si trabajan en un día de huelga.

Al tiempo que observo la escena, pasa por delante de nosotros una bicicleta conducida por una niña de unos 10 años, que pedalea de pie. Sentado en el sillín, y agarrado con fuerza a sus caderas, va su hermanito pequeño. Todo en esta ciudad parece agradable.

Al acabar la huelga, la ciudad recupera su ritmo habitual. Las tiendas abren sus puertas, mostrando su ropa hippie dirigida a los turistas, sus tiendas de comestibles, sus tiendas “de todo un poco”, pero sin perder su aire relajado. En las calles hay menos gente local y más extranjeros. Entre los restaurantes que se encuentran a la orilla del lago veo pasar a unas mujeres con grandes fardos de leña a sus espaldas, seguidas de algunos búfalos. Esto me recuerda que, a pesar de los turistas, las tiendas y restaurantes de comida occidental, seguimos en Nepal, esa tierra de campesinos y ganaderos que descubrimos durante el trekking.

Por las tardes, cuando la lluvia que anuncia el premonzón hace acto de presencia, la gente se refugia en las terrazas de los locales, disfrutando al sentir cómo el agua refresca el ambiente. Nosotros vemos las tormentas y los atardeceres sentados en nuestra terraza tomando té.

Definitivamente, este lugar nos encanta. Nos gustaría poder pasar aquí el mes que nos queda, escribiendo y trabajando en nuestro proyecto, pero tenemos otros planes.