Por fin en el Salar de Uyuni

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Uyuni, 15-6-2013

Cuando decidimos ir a Bolivia poco sabíamos acerca del Salar de Uyuni. Pero cuando hace unos meses vi unas fotografías de este lugar, me quedé impresionada. ¡Teníamos que ir allí!

Como hemos tenido problemas con la agencia con la que contratamos el tour, las 11 personas afectadas hablamos con otra empresa para hacer la excursión por el salar. Esta gente parece más de fiar y los vehículos están en perfectas condiciones, ¡parece que hoy va a salir bien!

Después de la mañana intensa que hemos tenido, con la presión de la policía de migraciones y la desaparición de la gente de Colque Tours para no devolvernos el dinero, por fin subimos todos al jeep y empezamos la excursión. Hace mucho viento, un viento fuerte y frío que levanta el polvo del camino que nos lleva hasta el cementerio de trenes, la primera parada del tour. 

A finales del siglo XIX se construyó en esta zona el primer ferrocarril de Bolivia, cuya función era transportar la plata extraída de las minas de Huanchaca. Como suele ocurrir, las ganancias iban a parar a los bolsillos de empresas extranjeras, y cuando el negocio dejó de interesarles, se fueron. Durante un tiempo los trenes siguieron en funcionamiento, pero las máquinas empezaron a averiarse y a acumularse a la espera de que alguien pudiera repararlas. Eso nunca ocurrió y los trenes quedaron abandonados y a merced de los vándalos que robaban piezas y metales de los trenes. Hace unos años, cuando empezó a incrementarse el turismo en la zona, se comenzó a valorar, promocionar y proteger este lugar. Es interesante pasear entre estos trenes oxidados, imaginarlos en funcionamiento, jugar entre ellos y fotografiarlos.

Después hacemos una pequeña parada en Colchani, donde hay varias tiendas de recuerdos y artesanías. Una de las tiendas está hecha completamente de sal.

Y, por fin, entramos en el salar. Ante nosotros se extiende una inmensa llanura blanca de unos 12.000 km2 de superficie (más grande que la provincia de Valencia), el salar más grande del mundo. Es un blanco cegador, como el de la nieve. En esta zona, cerca de Uyuni, hay montones de sal en forma de pirámide, preparados para ser recogidos por los camiones. Alrededor hay charcos de agua que reflejan las pequeñas montañas de sal. En otra época del año, cuando hay lluvias, todo el salar está cubierto por una delgada capa de agua y es como un espejo gigante.

Ahora está seco, y en el proceso de secado se forman unas curiosas marcas, como hexágonos en gran parte de su superficie.

El guía nos explica que cuando llueve el agua se extiende más allá del salar y al secarse queda sal en la superficie. Esto hace que el salar de vaya extendiendo cada vez más. Además, la sal que se extrae en la superficie se repone de forma natural en unas semanas a partir de la enorme cantidad de sal que hay en el subsuelo.

- Hace unos años lo midieron y tenía 10.000 km2, ¡ahora ya son 12.000! -nos cuenta orgulloso.

El guía también nos cuenta que bajo el salar hay una enorme reserva de litio y de otros minerales. Evo Morales, el presidente indígena e indigenista del país, quiere explotar esos yacimientos, pero por una vez va a intentar que los beneficios queden en el país y sean para su población. No quieren ni oír hablar de que vengan expresas extranjeras a llevarse toda esa riqueza, como ha pasado siempre.

Paramos para comer en un hotel-restaurante que también está hecho de sal. La dueña de la agencia ha preparado la comida: ensalada, arroz, carne y quinua, un cereal muy utilizado en Bolivia y que últimamente está empezando a ganar fama en los países “desarrollados” por sus cualidades nutritivas. Esto por una parte está bien, porque permitirá a Bolivia exportar este cereal y generar ingresos. Pero en estos monocultivos  siempre tienen un lado negativo, y es que muchos campesinos están dejando de sembrar productos para su propia supervivencia para plantar quinua, o están cediendo sus terrenos a otros para que lo hagan. Estas familias, que hasta ahora eran prácticamente autosuficientes, pasan a estar en manos de los “mercados”, a depender de los altibajos del precio de este cereal... Una lástima.

Después de comer pasamos un buen rato haciéndonos fotos con nuestros compañeros de viaje. El salar se presta para hacer divertidas fotografías, ya que permite jugar con la perspectiva ¡y nos divertimos como niños! Además hay muy buen ambiente entre todos los miembros de este heterogéneo grupo: tres españoles, tres portugueses, dos hongkoneses , un finlandés y dos suizos. De edades y culturas diferentes, pero todos unidos, hace un par de días por los problemas y hoy por la diversión.

Todavía nos faltaba visitar la Isla Inkawasi, que también es llamada “Isla del Pescado”; ¡el motivo de este sobrenombre no está nada claro! Cada persona nos da una explicación diferente. Impresiona el tamaño de los cactus que pueblan esta pequeña isla perdida en medio del salar. Algunos de ellos tienen cientos de años, y verlos con el salar al fondo, en lugar del desierto que suele acompañar a estas plantas, es sorprendente.

Para acabar el día, vemos atardecer desde el salar. El sol se va escondiendo y la temperatura va bajando, mientras el viento no deja de soplar. Es un espectáculo precioso y, hoy sí, volvemos al hostal contentos tras haber visto, ¡por fin!, el Salar de Uyuni.