Santiago de Chile y Antonio de Valencia

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Santiago de Chile, 29-5-2013

Antonio nos espera en la terminal de buses de Santiago. Tengo muchas ganas de reencontrarme con mi antiguo y gran amigo, al que hace casi dos años que no veo. Mientras lo busco por la terminal pienso que nunca había estado tanto tiempo sin verlo en todo el tiempo que nos conocemos: ni más ni menos que 25 años.

Nos buscamos, móvil en mano, pero no nos vemos. Al final oigo su voz diciendo por teléfono:

- ¡Coño! ¿Ese eres tú? ¿Pero qué pelos llevas?

- ¡Sí, sí, soy yo! –contesto riendo.– ¡Ya te veo!

Y así, como si nos acabáramos de ver hace unos días nos encontramos de nuevo. Tras los abrazos de rigor, Antonio nos presenta a otro Antonio, un compañero de trabajo venezolano con el que comparte piso.

Un vez en su casa comenzamos a charlar y estamos tan a gusto que se nos hacen las once de la noche y seguimos hablando, aún sin cenar. Como suele pasarnos, Mayte y yo tenemos tantas cosas que contar que no se nos ocurre ninguna. Las anécdotas y las historias que hemos vivido durante el viaje irán saliendo en los próximos días... Preferimos aprovechar para preguntarle a Antonio por su vida y escuchar lo que nos tiene que contar.

Antonio vino aquí hace casi dos años. Él es ingeniero de caminos y tiene mucha experiencia, ha llevado obras muy importantes en Valencia. Ante la situación de crisis que se vive en España, y más aun en el sector de la construcción civil, su empresa le ofreció este destino en Santiago de Chile.
Antonio se vino solo para ver como funcionaba la experiencia, dejando a su mujer, Lucía, y a sus dos hijas pequeñas en Valencia por el momento. Ahora están intentando arreglar las cosas para ver pueden venirse todos para aquí. Lo primero es la familia, y eso mi amigo siempre lo ha tenido muy claro.
Antonio nos pone al día de su situación y de todo lo que ha cambiado en su vida en los últimos tiempos. A medida que la conversación avanza yo me voy sorprendiendo más por el cambio vital que observo en mi amigo. Y es una grata sorpresa la que tengo.

En nuestro paso por España, hace casi un año, noté cierta distancia con algunos de mis amigos de siempre, pensé que quizás nuestras vidas eran cada vez más distintas. Cada uno seguía unos derroteros diferentes y cada vez teníamos menos en común. No es que fuéramos menos amigos, es que ya no coincidíamos en tantas cosas como antes. Quizás es culpa mía, creo que soy yo el que más ha cambiado en los últimos años... yo soy el “rarito”, no ellos.

Me sorprendió ver que Antonio había sufrido una evolución bastante radical en los últimos tiempos. Al principio, cuando llegó a Chile, lo pasó mal. Demasiado trabajo, demasiadas ocupaciones fuera del trabajo, la distancia con la familia... fue demasiado y acabó pagándolo con  su salud.

A raíz de esos problemas empezó a cambiar su forma de tomarse las cosas, de ver y de afrontar la vida. Veo en él a una persona mucho más espiritual y más dispuesta a aprovechar el tiempo. Veo a una persona mucho más centrada que la que yo conocía. ¡Incluso está interesado en la meditación! Eso era algo impensable en mí o en él hace tan solo un par de años y es otra cosa que ahora tenemos en común.

Me hace mucha gracia ver que, cada uno por su lado, cada uno por unos motivos, hemos tenido una evolución un tanto similar, salvando las distancias, ya que nuestros puntos de partida y nuestras situaciones y planes actuales son muy diferentes. Quizás mi caso es aún más radical, o quizás no. Aún así me alegra comprobar que esta vez no hay divergencia, que nos entendemos perfectamente cuando hablamos de esos cambios vitales.

Y luego está la montaña. Creo que la primera vez que fui a la montaña, y me refiero a la montaña de verdad, fue con Antonio. Hace muchos años, él empezó a interesarse por ella y organizó una pequeña excursión a los Picos de Europa con varios amigos, todos unos completos ignorantes en este medio. La excursión fue un desastre: nos perdimos, tuvimos que dormir en una caseta de pastores todos amontonados, hasta tuvimos alguna pequeña crisis de ansiedad en el grupo... Pero yo lo pasé en grande y disfruté de la experiencia. A pesar de ello no volví a pisar la montaña hasta bastante tiempo más tarde.

Años después, cuando decidí meterme hasta el fondo en este  mundo y pasar medio verano recorriendo los Picos de Europa con un amigo, fue Antonio el que me ayudó a preparar la ruta, y con el que planifiqué el recorrido sobre los mapas. A él le apasionaba desde hacía tiempo la montaña pero nunca tuvo oportunidad de practicarla. Las obligaciones familiares no le dejaban demasiado tiempo libre. Pero eso sí, creo que había leído casi todo lo que hay escrito sobre las grandes ascensiones. Yo le solía llamar “el teórico de la montaña.”

Desde entonces yo he pisado muchas montañas en España y en todo el mundo, pero él ha sido ahora cuando la ha descubierto de verdad y cuando la está disfrutando. Como dice la canción de Amaral, grupo que Mayte y yo hemos visto en concierto con él un par de veces: “Santiago de Chile se despierta entre montañas...” Y así es, Santiago está rodeado de montañas. Los picos nevados se pueden ver desde la ventana y tiene la cordillera de los Andes a un tiro de piedra. En media hora de coche puedes comenzar una excursión para subir a pie a un pico de 4.000 o 5.000 metros. ¡Todo un lujo!

Desde que decidió tomarse la vida de otra forma, Antonio ha empezado a ir a la montaña. Va casi todos los fines de semana y parece que eso le ha dado una energía y una vida que no me esperaba ver en él. La naturaleza le ha ayudado a superar los problemas y a sobrellevar la distancia con sus seres queridos de una manera impresionante. También ha ayudado mucho el haber encontrado aquí a grandes amigos que le hacen sentirse como en casa.

Mañana Antonio trabaja y nosotros tenemos asuntos que resolver, así que después de ponernos al día nos vamos a dormir. Es nuestra primera noche en Santiago de Chile, que se duerme entre montañas...