Tres generaciones de mujeres: la historia de la educación en Cuba

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Tenemos ante nosotros tres generaciones de mujeres. Míriam, Zoe y Marta: abuela, hija y nieta. Cada una de ellas ha tenido una vida muy distinta a la de las demás pero todas están marcadas por la historia de su país: Cuba.

Míriam pertenecía a una familia numerosa. Se crió con sus 11 hermanos y con unos primos que quedaron huérfanos y fueron acogidos por  sus padres. Eran los años 40 y Cuba vivía bajo la dictadura de Batista. La infancia de Míriam no fue fácil: la suya era una familia muy humilde, su padre era basurero y su madre ama de casa. Ante esta situación, proporcionar educación a todos sus hijos era una tarea compleja y más aún en aquellos tiempos, cuando estudiar en Cuba implicaba unos gastos que no todas las familias se podían permitir. Ella pudo estudiar primaria, aunque también trabajaba limpiando suelos para contribuir a la economía familiar.

En aquella época, en Cuba existían grandes desigualdades en las posibilidades de acceso a la educación. La escolarización en las zonas rurales era prácticamente nula y había más de un millón de analfabetos en la isla, aproximadamente el 20 % de la población.

El 1 de enero del 1959, Fidel Castro entró en La Habana: la revolución había triunfado y uno de sus primeros objetivos fue el de proporcionar educación a todos los cubanos y erradicar el analfabetismo en el país. Con ese objetivo se puso en marcha una intensiva campaña de alfabetización que pretendía convertir a Cuba en el país latinoamericano con la tasa más baja de analfabetismo, objetivo que se consiguió en tan solo un año. Fue una tarea en la que participaron miles de maestros voluntarios, muchos de los cuales tuvieron que desplazarse a zonas montañosas alejadas de sus hogares y de sus familias. Algunos de los alfabetizadores no tenían más de 10 años.

En este momento Míriam tenía 11 años y su vida estaba a punto de cambiar para siempre: ella fue una de las primeras niñas alfabetizadoras. Para Míriam, este fue uno de los momentos más duros de su vida: “Yo nunca me había separado de mis padres, y lo hice para irme a un lugar que a mí me era desconocido... Era una niñez en la que vivía con veinte necesidades, pero al lado del calor de mi familia”

Sin embargo, a pesar de su corta edad, Míriam tenía claro que quería hacer algo por su país y por su gente: “Me dolió separarme, y al mismo tiempo no me dolió porque lo deseaba, deseaba hacer algo con lo que yo me sintiera una persona importante dentro de la sociedad. Me gustaba y me sigue gustando y lo estoy haciendo con amor, con sacrificio, pero lo estoy haciendo”.

Mientras llevaba a cabo esta labor, algunos alfabetizadores fueron asesinados por personas contrarias a la revolución. Uno de ellos era compañero de Míriam y estaba alfabetizando en el mismo pueblo que ella. Lógicamente, los padres de los jóvenes alfabetizadores se asustaron mucho y les pidieron que dejaran su labor y regresaran a casa. Pero ellos estaban tan convencidos de la importancia del trabajo que estaban realizando que decidieron continuar.

Desde ese momento, la vida de Míriam ha estado ligada tanto a la educación como a la historia de Cuba, hasta el punto que no se puede separar la una de la otras. Los momentos más importantes de su vida también son los más importantes de la historia de su país. “El momento más feliz de mi vida fue cuando el 22 de diciembre de 1961, reunidos en la Plaza de la Revolución, gritamos ¡Cuba, territorio libre de analfabetismo!”, asegura Miriam mientras se le llenan los ojos de lágrimas al recordar aquellos días.

Cuando terminó la campaña de alfabetización, a los voluntarios les dieron la oportunidad de continuar estudiando. Míriam finalizó la educación secundaria y empezó a formarse como maestra. Pero en esos momentos el estado se encontró con que no tenía suficientes profesores y solicitaron la ayuda de aquellos que aún estaban estudiando, como Míriam. Diez años estuvo dando clases. Iba a trabajar con sus hijos pequeños: “Los alumnos más mayores me los traían en brazos a casa”. De esta etapa guarda muy buenos recuerdos y el orgullo de ver cómo algunos de sus alumnos han conseguido tener una buena vida: “La actual jefa de la compañía de electricidad de San Miguel del Padrón fue alumna mía”, dice con una gran sonrisa.

Después de esta etapa, estuvo trabajando para la flota cubana de pesca y más tarde para la seguridad del estado. Pero a ella siempre le ha gustado dar clase y ayudar a quienes más lo necesitan.

Miriam sigue viviendo en el mismo barrio en el que creció, un barrio humilde a las afueras de La Habana. Aquí trabaja en la rehabilitación de presos en libertad condicional y como asistente social. Este espíritu de ayuda a la comunidad se fue fraguando en ella desde pequeña: “Vi tanto dolor en mi familia, tanta miseria, tanto sacrificio... Esto fue para mí una enseñanza para ayudar a mis padres, porque era mucha la necesidad en aquel entonces. Eso lo aprendí en la vida cotidiana. En el problema del vecino, en el problema del amigo... En el medio donde yo me desarrollé y me desarrollo actualmente he visto tanta miseria, tantas cosas... que me nace el seguir ayudando” Míriam también nos habla de la historia de un preso que, tras estudiar en la cárcel, logró reinsertarse en la sociedad y conseguir un trabajo. Se le iluminan los ojos mientras nos lo cuenta.

Cuando le preguntamos si cambiaría algo de su vida, nos contesta que lo que le gustaría sería retroceder en el tiempo y tener ahora la edad que tiene su nieta Marta. “Hoy hay mas posibilidad para todo aquel que quiera desarrollarse y yo quisiera ahora tener la edad que tiene mi nieta para poder dar más y más”

Marta tiene 20 años y es estudiante de biología en la Universidad de La Habana. Se le ve muy entusiasmada con todo lo que está aprendiendo y con el mundo que se abre ante ella gracias a estos nuevos conocimientos.

En Cuba todos los jóvenes tienen la oportunidad de estudiar en la universidad, ya que incluso en estos niveles la educación es pública y gratuita. Para los cubanos este es uno de los grandes logros de la revolución, en eso están de acuerdo casi todos. Son muchos los que optan por cursar estudios superiores, a pesar de que las perspectivas de futuro no son muy optimistas. Un profesor cobra al mes alrededor de 350 pesos cubanos (menos de 15 euros), y un médico unos 500 (no llega a 20 euros). El tener un buen sueldo no es, por tanto, una motivación para estudiar. “Más bien nos motiva el hecho de ser alguien mejor en la vida, en cuanto a tener un título o una especialidad que podrías hacer por vocación”, explica Marta.

Los cubanos tienen muy arraigado el sentimiento de pertenencia al país, el deseo de contribuir al desarrollo del mismo y al bien común. “Quizás lo que yo gane como profesional no sirva como sustento para mi familia, pero sí para el bien de la sociedad... Creo que las investigaciones que podemos realizar yo como bióloga y otros estudiantes también pueden favorecer mucho a la comunidad, al conocimiento, a la cultura...”

Zoe, hija de Míriam y madre de Marta, está totalmente de acuerdo con ella y la apoya incondicionalmente. “Se debe estudiar por vocación, lo que te guste, es lo que te ayuda a realizarte, y entiendo que la educación te hace ser mejor persona”

Zoe empezó a estudiar una carrera que en realidad no le gustaba. Lo que realmente le interesaba era un curso de bellas artes, pero el gobierno lo cerró por falta de presupuesto y ella se quedó con esa ilusión frustrada y no tuvo motivación para seguir otra especialidad. “Ahora me siento mal por no haber terminado una carrera porque entiendo que el estudio es muy bueno, a pesar de que cuando somos jóvenes nos enredamos en un engomaje que nos dice: Bueno, vamos a llegar hasta aquí porque no puedo más... ¡No!, hay que luchar, esforzarse y seguir hacia adelante, que siempre se puede más.”

No deja de llamarnos la atención lo mucho que se valora la educación en este país, tanto desde el gobierno como desde el pueblo. Incluso en las peores temporadas de la historia de Cuba, incluso en momentos de crisis, jamás se ha cerrado una escuela.

Tres generaciones de mujeres, tres historias personales diferentes, pero con algo en común: valoran la importancia de la educación y el esfuerzo. Y Marta, la más joven, lo explica muy bien:

“La educación forma parte de la vida. Nos enseña valores, nos enseña cómo ser mejores personas a diario, cosa que ya se ha perdido en los tiempos de hoy. No se le da tanta importancia a la educación para formarnos como personas, sino en cuanto a ganar algo, algún dinero, algo que sea contable y nos pueda garantizar un estilo de vida.  Yo considero que la educación es algo que todos debemos aprovechar y principalmente los países que la dan gratuita, es decir, aprovechar los recursos que nos facilitan, a pesar de que no todo es color de rosa. Pero creo que de todo se aprende y, aunque las condiciones quizás no sean las óptimas, nosotros podemos sacar grandes tesoros de muy poco.”