Trinidad: una preciosa villa rodeada de naturaleza

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Trinidad, del 27-7-2012 al 1-8-2012

Estamos en Trinidad, una villa colonial, de casas bajas y calles empedradas que nos cautivó desde el primer momento. Empezábamos a estar cansados de ciudades, tráfico y asfalto. Aquí lo que más se ven son caballos y carretas.

Encontramos un alojamiento ideal: una casa para nosotros solos por el mismo precio que nos habría costado una habitación. Salón con televisión, cocina, baño, dos habitaciones... Lo mejor es que tiene una pequeña terraza en la parte trasera donde nos sentamos a cenar por las noches. Ir a un restaurante sería bastante caro, mientras que si compramos algo de comida en la calle no nos cuesta más de un euro y medio la cena de los dos. El problema es que no hay muchas opciones:

- bocadillo de queso, jamón o jamón y queso.

- tortilla francesa o de jamón y queso

- hamburguesa sola o con queso

- pizza de jamón, queso o jamón y queso

- ¡y nada más!

¡Suerte que hemos podido comprar algo de verdura para hacer ensaladas y algo de fruta!

Estando aquí es imprescindible hacer dos cosas: ir a la playa de Ancón y hacer una excursión a caballo por el Valle de los Ingenios hasta el parque natural de Topes de Collantes donde se encuentra una bonita cascada . No queremos perdernos ninguna de las dos.

La playa de Ancón está lejos de parecerse a las playas de las islas de Tailandia, pero es un playa muy bonita, con árboles y palmeras bajo los que guarecerse del intenso sol de mediodía. El bus (2 CUC ida y vuelta desde Trinidad) nos deja junto a un hotel. En esta zona se concentran la mayor parte de los turistas, acostados en tumbonas tomando zumos y combinados. Empezamos a caminar a lo largo de la playa. Más adelante hay otra zona, junto a los árboles, donde están todos los cubanos, familias que vienen en pequeñas guaguas o en camiones para pasar el día.

Al final del todo llegamos a una zona en la que la arena es sustituida por rocas y restos de corales y caracolas. Aquí no hay nadie, estamos los dos solos. Nos bañamos en una especie de piscina que han formado unos restos de cemento varados cerca de la orilla. En nuestra piscina particular nos acompañan varios peces de diferentes tamaños, caracoles y cangrejos. Lástima que dependamos del horario del bus: ya tenemos que regresar.

Llegamos a casa con el cansancio típico que suele acompañar a un día de playa y con un color de piel más tostado. Llegamos a casa, nos duchamos, nos acostamos un rato en la habitación... y cuando Javi se levanta después de hacer la siesta, ¡se encuentra con dos chicas en el pasillo! ¡Resulta que tenemos compañeras de piso! El dueño nos dijo que no metería a nadie más en la casa, pero ellas venían recomendadas por unos amigos y claro ¡no iba a decir que no a un ingreso extra! La verdad es que tampoco nos importa, más que nada fue la sorpresa.

Las nuevas inquilinas son Marta y Martina, una arquitecta sevillana y una chica suiza que se encontraron por el camino y decidieron compartir habitación para disminuir los gastos. Las dos son simpáticas y pasamos un buen rato hablando con Marta, que también tiene relación con el mundo de la cooperación. ¡Casualidades de los viajes!

Antes de cenar, nos paramos a hablar con un hombre que se hace llamar “El Burbuja” y nos ofrece hacer una excursión a caballo. Varias personas nos han recomendado hacer esta actividad y nos da un buen precio, así que quedamos con él para la mañana siguiente.

A las 9 de la mañana “El Burbuja” viene a recogernos con el característico sombrero de paja y nos dice que en la excursión nos acompañarán su familia y otros 3 turistas.  Una media hora después nos ponemos en marcha. Los caballos son pequeños y están muy bien domados, por lo que enseguida nos encontramos seguros y tranquilos sobre ellos. El ritmo empieza siendo suave, pasando luego al trote. Salimos de la villa y empezamos a recorrer un camino de tierra que nos va mostrando el entorno natural que rodea Trinidad. Campos, palmeras, casas de campesinos y, un poco más allá, colinas también cubiertas de un verde intenso. Pasamos por las vías del tren que antiguamente atravesaba la región. Hoy en día las vías están cubiertas de hierba, confundiéndose con el resto del paisaje. Cruzamos un río en el que los caballos se refrescan y nos salpican con el agua. Unos minutos después llegamos a una pequeña casa, donde haremos una parada. En esta zona se cultiva caña de azúcar, con la que hacen una bebida llamada “guarapo” Nos muestran cómo se pelan las cañas antes de pasarla por unos rodillos que la exprimen y de donde sale el dulce líquido. Mientras preparan la bebida, un anciano canta y toca la guitarra sentado en un banco bajo la sombra de un árbol.

- Mi nietecito, ven acá a tocar conmigo – le dice al hijo del Burbuja.

El niño se acerca tímido:

- Mamá, ¿este señor es mi abuelito?

- Jaja, ¡es que yo a todos los niñitos les digo que son como mis nietecitos! – responde sonriente el hombre.

El Burbuja nos enseña cómo se rasca el güiro, instrumento tradicional cubano hecho con la parte exterior de una fruta. Pasamos un rato agradable charlando e intentando acompañar la melodía de la guitarra con el güiro, tomamos un vaso de “guarapo” y continuamos nuestro camino.

En esta segunda parte del trayecto el Burbuja incita a los caballos para que vayan más deprisa. En un momento determinado, sentimos que el caballo realiza un movimiento diferente, un cambio de ritmo... ¡vamos al galope! ¡Qué emoción! Aunque hemos montado a caballo varias veces es la primera vez que galopamos. Es una sensación increíble.

Por fin llegamos al parque natural. Desmontamos, amarran los caballos y empezamos a descender por un sendero hacia el río, hasta que llegamos a la cascada y descubrimos que quienes habían hablado de este lugar no exageraban. ¡Es precioso! La cascada cae a un lago de aguas transparentes, y de ahí a otra poza más pequeña. En la parte superior hay una cueva de la que cuelgan algunas estalagtitas.

No tardamos en meternos en el agua, fresca pero no helada. Nos sumergimos en el lago, nadando entre algunos peces y nos metemos bajo la cascada, dejando que golpee nuestra cabeza y hombros, envolviéndonos con el sonido del agua al caer. En la cueva hay un punto en el que se filtra el agua y cae como una lluvia suave. Me sitúo debajo y pienso que es el agua más pura que ha caído sobre mí.

Ha sido un día precioso, aunque nuestras posaderas y nuestras piernas no opinan lo mismo.

Y, como nos suele pasar, volvemos a cambiar de planes. Teníamos previsto estar en Trinidad tres días, y cuando nos damos cuenta ya llevamos aquí casi una semana.Trinidad nos encanta y estamos muy a gusto en la casa, además de que es un buen lugar para trabajar.

Tampoco hemos hecho muchas más cosas, de hecho apenas habíamos salido por el pueblo hasta esta noche, cuando después de comernos una pizza de jamón y queso (para variar) nos hemos hecho el ánimo de ir a La Casa de la Música. Frente a ella, hay unas escalinatas donde hay un bar con algunas mesas y en un espacio lateral se realizan actuaciones musicales. La noche en la que asistimos nosotros hay una banda que, remontándose a las raíces cubanas, hace música africana. Al tiempo que tocan y cantan, bailarines con diferentes trajes tradicionales se mueven al son del frenético ritmo de los tambores. Por un momento parece que estemos en otro país y nos imaginamos cómo será cuando de verdad estemos en África.

Después de esta actuación, le toca el turno a un grupo de música cubana. En cuanto suenan los primeros compases de salsa, algunos chicos cubanos empiezan a bailar. Como siempre, es oír esta música y se me van los pies. Me contengo y decido esperar a ver cómo se forman las parejas, cómo funciona. Veo que algunos chicos sacan a las turistas a bailar. Otras veces son ellas las que se acercan a los que están sin parejas. Pronto, el poco espacio que hay frente a los músicos está lleno de gente bailando, unos mejor que otros. Al acabar el primer tema las parejas se disuelven y me animo a acercarme a uno de los chicos para bailar con él. Es un buen bailarín y al principio me siento un poco torpe, pero poco a poco me voy soltando y disfruto con el baile. ¡Qué mejor lugar para bailar salsa que Cuba! Me gustaría mucho bailar con Javi, que me mira sonriente sentado en uno de los escalones, pero habrá que dejarlo para otra ocasión. Aunque ha prometido que algún día aprenderá a bailar ¡parece que ese día no llega nunca!

Entre baile y baile, observamos a la gente. Nos han contado cómo algunos cubanos y cubanas intentan ligar con turistas con el objetivo final de sacarles algo de dinero. Tras el coqueteo, algunos besos y quizás algo más, es más difícil decir que no cuando la otra persona te dice que necesita dinero porque su madre está enferma, su padre no tiene trabajo o cualquier otra historia que se les ocurra. Aquí se les llama “jineteros”. Por supuesto, en otras ocasiones no hay nada más allá del baile y también pueden surgir verdaderas historias de amor, pero viendo a los jovencitos con señoras extranjeras mayores que ellos, no parece lo más habitual...