Últimos días en Tailandia: Bangkok

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Bangkok, 6-4-2012

Nuestros últimos días en Tailandia los pasamos en Bangkok. Ya estuvimos aquí dos o tres días al llegar desde la India pero los pasamos solucionando asuntos de trabajo y apenas pudimos ver nada de la ciudad. Esta vez queremos aprovechar para ver algunos lugares interesantes perdidos en esta inmensa y moderna ciudad. No queremos que estos días se conviertan en una maratón de visitas pero tampoco queremos dejar esta ciudad sin ver nada, así que elegimos sólo el templo de Wat Pho y sus alrededores.

Nos levantamos bastante pronto con la intención de evitar el caluroso sol de mediodía, pero como siempre, algo imprevisto cambia nuestros planes. Mientras consultamos el mapa en la recepción de nuestro hotel vemos a un chico joven que está preguntando por unos amigos a la encargada. Ella le dice que no están alojados allí y mientras el chico, de nombre Georges, intenta aclarar el malentendido entablamos conversación con él. Es un joven de unos 22 años, agradable, bien parecido y con un hablar pausado. Tras cruzar algunas frases con con él, y ver que hay conexión, le comentamos que vamos a desayunar y le proponemos acompañarnos mientras espera a que sus amigos aparezcan.

Pedimos unos batidos de fruta y le hablamos de nuestro viaje, de nuestros proyecto y de nuestras vidas.  Georges nos escucha con mucho interés y parece que el conocernos un poco mejor le da pie para contarnos su historia, que ya empezó a esbozar en el hotel.
Georges nos explica que vive en París y que frecuentaba malas compañías en su barrio. Solía abusar de las drogas y del alcohol. Nos dice abiertamente que no era feliz y que tenía muchos problemas con sus padres.

- No sé por qué pero mi vida estaba vacía. No le veía sentido a nada. Creo que era un poco autodestructivo – se sincera Georges

- “My little bros” (mi hermano pequeño) es rastafari – dice con un marcado acento francés y con una expresión que deja ver el cariño que siente por él. Más tarde nos explica que es rastafari en el sentido más religioso del término, no en el sentido superficial que suele ser más frecuente.
Él es una persona muy tranquila. No se parece en nada a mí. Se le ve feliz y tranquilo – sigue hablando de su hermano pequeño como si fuera un hermano mayor, un modelo a seguir.

- “My little bros” hizo un viaje a Nepal hace un año. Al volver me contó lo que había visto y me dijo que tenía que ir a allí. Que me haría bien el viaje – eso fue la semilla que hizo a Georges plantearse este viaje que está haciendo ahora mismo.

Él pensó que estaría bien empezar por Tailandia y luego ir a Nepal siguiendo las recomendaciones de su hermanito. Pero parece que las cosas no salieron como tenía previsto. Comenzó su viaje con unos amigos y lo primero que hicieron fue desembarcar en las islas de Tailandia, concretamente en Ko Panghan, con su famosa Full Moon Party. Allí se metió en las fiestas hasta el cuello. Pero no todo, o casi nada, era diversión. La espiral de sexo, drogas y alcohol le llevó a límites que él no conocía.
Me junté con lo peor de la isla. Hice cosas de las que me arrepiento... Una noche toqué fondo y al despertarme me daba asco y miedo – nos cuenta con una naturalidad y una sinceridad apabullante.

- ¿Y qué hiciste entonces? – le preguntamos.

- Decidí cortar por lo sano. Me fui solo al norte de Tailandia. Es muy distinto a las islas. La gente es más amable y real. Allí alquilé una moto y estuve varios días recorriendo pequeños pueblos... me encantaba la sensación de libertad, el viento en la cara, la gente que conocía – la expresión de Georges ha cambiado y se le ve más tranquilo. – Luego decidí irme a Birmania, así que cogí un avión y volé allí, también solo.

- ¡Ah! ¡Que bien! A nosotros nos habría gustado ir – le comentamos, antes de explicarle nuestra experiencia en Mae Sot con los refugiados birmanos y todo lo que allí aprendimos.

- Si, la gente allí es maravillosa. Fue una experiencia que me cambió la vida. El ver a esas personas tan humildes, con tan poco, y que sin embargo son tan felices y generosas – Georges está radiante mientras habla de su viaje a Birmania. – No os imagináis lo que es vivir eso...

- Sí, sí que nos lo imaginamos – interrumpe Mayte – Nosotros hace tiempo que vivimos algo parecido en Nicaragua y en este viaje lo vemos cada día.

- Te entendemos perfectamente, de verdad – añado yo.

A raíz de ese viaje algo cambió dentro de él y, nos asegura, empezó una nueva vida. Georges está seguro de que las cosas serán diferentes cuando vuelva a casa, piensa que ha madurado. Incluso insinúa que ahora se conoce mejor a si mismo.

Esta tarde se va a Nepal, justo un día antes que nosotros, donde espera seguir su viaje y su evolución personal. Allí tiene una misión que le encargo su hermano pequeño: le dejó un mensaje enterrado bajo una piedra en un lugar de Poon Hill, un bonito monte desde el que se ven las altas montañas nevadas de Nepal.

- ¡Imagínate que encuentro su mensaje! – nos dice con una sonrisa de oreja a oreja.

Esta conversación nos deja muy pensativos a todos. Otra vez se ha producido esa magia entre completos desconocidos que nos hace sincerarnos, contarnos nuestras vidas, nuestros más íntimos secretos, al poco de conocernos. Es algo que no deja de sorprendernos y que parece impensable en nuestras casas. ¿Alguien se imagina conocer a un chaval en la cola del super e irse a tomar un café para que nos cuente su historia? ¿Y que además esa historia sea tan intensa?

- Sois las primeras personas con las que hablo de todo esto. Ni tan siquiera mis mejores amigos saben lo que me pasa, lo que siento – nos dice poco antes de despedirnos.

Nos intercambiamos los correos electrónicos, le deseamos mucha suerte con su nueva vida y nos despedimos con un abrazo, pensando que no volveremos a vernos. Aunque no fue así... Adelantando un poco los acontecimientos y sacando partido a el eterno retraso que llevamos en este diario, puedo contar que nos encontramos de nuevo. Un día en Kathmandú, Georges está subiendo las escaleras del hotel donde estamos alojados, yo las estoy bajando. Nos cruzamos, nos miramos, pasamos de largo, paramos en seco, nos damos la vuelta y ambos nos llevamos las manos a la cabeza.

- ¿Pero que haces aquí? ¡Este es mi hotel! – digo sorprendido y sonriente mientras le doy un abrazo.

- ¡Pues también es el mio! – contesta riendo.

Me entero de que está a dos habitaciones de la nuestra desde hace 3 días y no me lo puedo creer. Estos reencuentros ya no deberían sorprendernos, ya que se están convirtiendo en habituales, pero lo siguen haciendo, y además siempre nos alegran mucho. Mayte y yo compartimos unas cervezas con él y sus amigos.
En cualquier caso estoy seguro de que volverá a París una persona mucho mejor y más feliz que la que salió de allí hace un par de meses.
Al día siguiente sale para hacer un pequeño trekking y buscar el mensaje de su hermano. Nos despedimos de nuevo. ¡Hasta la vista!

Volviendo a nuestro último día de turismo en Bangkok, salimos más tarde de lo previsto y con un sol de justicia sobre nuestras cabezas. Lo cierto es que no nos importó tener que retrasar nuestra excursión y dejarnos algo por ver. La conversación con nuestro nuevo amigo Georges fue mucho más enriquecedora que la visita a cualquier monumento.

Una vez en marcha, decidimos que, para dirigirnos a Wat Pho, en lugar de autobús utilizaremos el barco. Aquí lo más fácil para moverse por la ciudad es utilizar los barcos que recorren el río Phraya arriba y abajo, así como muchos canales que recorren la ciudad. Los barcos, utilizados por la población local tanto como por turistas, hace paradas en muchos puntos turísticos importantes.

Llegamos a Wat Pho y comenzamos a recorrer las calles y edificios del enorme complejo budista. El templo es famoso, entre otras cosas, por el enorme buda reclinado que alberga en uno de sus edificios. ¡Nada más y nada menos que 47 metros de largo! El enorme buda  está encajado en una construcción en la que cabe a duras penas, con la cabeza tocando el techo. Alrededor de este hay muchos otros templos y recintos, algunos de ellos muy bonitos y cuidados. En uno de ellos está teniendo lugar un debate entre dos monjes, presenciado por varias decenas de personas. Lástima que no hablemos tailandés. Nos habría gustado saber de qué hablaban.

A la salida del templo, nos damos una vuelta por sus alrededores, donde nos encontramos con un curioso mercado. A lo largo de una calle se extienden decenas de puestecitos, algunos instalados en mesas y otros en el suelo. Lo que nos llama la atención son las mercancías que venden: es un mercado de amuletos. Además la mayoría de ellos son de segunda mano, lo cual lo hace aún más interesante. La gente aquí vende y compra amuletos, la mayoría de ellos con imágenes de buda u otros símbolos budistas, que les ayuden y les protejan. Tras curiosear un rato por allí, nos vamos a comer algo a un mercado cercano y de ahí, de vuelta al hotel.

Al día siguiente salimos hacia Nepal y... ¡por fin las montañas!