Un sueño cumplido

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Entre Buenos Aires y España, 23 y 24-7-2013

Hoy es el día. Hoy acaba nuestro viaje. Esta tarde subiremos a un avión que nos llevará de vuelta a España.

Salimos a dar un paseo por Buenos Aires con una sensación agridulce. ¡Cómo vamos a extrañar todo esto! Recorremos lugares que ya conocemos, nos sentamos en un banco y simplemente miramos a la gente pasar... No hay mucho más que hacer, y eso está bien, porque tampoco hay nada más que quisiéramos hacer.

Las mochilas ya están preparadas. Tenemos algo de tiempo libre, así que nos planteamos ir a comer a un buen restaurante para celebrar el fin del viaje. Al final decidimos que no, que haremos lo de siempre: comer en un bar popular y bien barato. Así hemos vivido todo este tiempo y así nos gusta acabar.

Y ya llega la tarde. Como no queremos ir con prisas, regresamos a nuestro hostal, liquidamos la cuenta y cargamos las mochilas por última vez a nuestras espaldas. Ya en el aeropuerto, esperamos en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. De vez en cuando nos miramos y un recuerdo fluye. Mayte me habla de la Patagonia, yo de nuestra familia cubana. Recordamos la India, recordamos Nicaragua. Asia y América. Otra vez el silencio.

Nos parece extraño que sea el último día. Nos hemos acostumbrado a esto. Han sido casi dos años de vida nómada, de aventuras, de amistad, de problemas, de tristezas y de alegrías. Más de 20 meses de experiencias que nos han cambiado la vida hasta un punto insospechado.

Siempre decimos que las dos personas que salieron de casa son muy diferentes de las dos personas que vuelven. Son muy diferentes de las dos personas que, ahora mismo, esperan el avión de vuelta. Ahora ha llegado el momento de comprobarlo, de saber si esto ha sido tan solo un paréntesis en nuestra vida o si algo ha cambiado en nuestro interior de forma duradera.

En realidad, no tenemos dudas de que nuestra vida va a ser muy diferente. Hemos visto mucho y hemos aprendido más. Sabemos que el regreso a casa será duro, pero estamos convencidos de que sabremos afrontarlo y que podremos aplicar todo este aprendizaje vital. Aún así la vuelta a la rutina nos va a golpear fuerte, es inevitable.

Y así, reflexionando, charlando y esperando, pasan las horas. Hasta que llega el momento de subir al avión. Y no, en realidad no estamos muy tristes, me sorprendo al ver nuestro reflejo en un cristal y observar que estamos sonriendo. Parece que vencen las ganas de ver a nuestra familia, a nuestros amigos, a todos los que quedaron allá. Y también gana la expectación: ¿cómo será todo a partir de ahora? Todo eso dibuja unas francas sonrisas en nuestras caras. Y me gusta que sea así.

El vuelo se nos hace muy corto. Pasamos casi todo el tiempo durmiendo. Pasan las horas y, al ver que hay mucha luz en el avión, nos damos cuenta de que ahí fuera ya es de día. Abrimos la persiana y vemos la costa de la península acercándose a nosotros. Sí, aquí ya es de día, en América, nuestra otra casa, aún no habrá amanecido.

Una vez en Madrid se nos olvida del todo ese pequeño poso de tristeza que teníamos rondándonos por la cabeza y nos entran unas ganas locas de llegar a Valencia. Sonreímos continuamente y no paramos de bromear. ¡Así ha de ser una vuelta a casa!

Ahora sí que se acaba. Quizás sea el momento de preguntarse:¿Hemos encontrado Waslala? ¿Hemos encontrado ese paraíso, ese lugar utópico en el que reina la justicia y la felicidad? Ciertamente, no. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que cada vez que se busca, se está un poquito más cerca de ella.

Hemos aprendido que lo más cercano a Waslala que hay en este mundo es algo que llevamos dentro, es una actitud, una forma de ver la vida y de hacer las cosas. Waslala es toda esa gente que hemos conocido que dedica su vida a ayudar a los demás, es esos momentos en los que alguien nos ha ayudado a cambio de nada. Es esa imagen de unas montañas nevadas a través de un aire limpio y fresco, es ese niño que consiguió estudiar y ayudar a su familia. Es esa noche compartida con amigos en la India, en Cuba, en Nicaragua, en España o en Argentina. Es ese niño colombiano que pudo olvidar las armas y la violencia para ir a la escuela. Es esa sensación de que todo es posible, y que de verdad lo sea. Y también es muchas cosas más, cosas que aún estamos por descubrir. Aún queda mucho por ver y aprender, y eso también es Waslala.

Si todos nos diéramos cuenta de esto, si todos intentamos llegar a ese lugar interior, si todos consiguiéramos tener esa actitud... Si todos buscáramos Waslala con todo nuestro corazón, en poco tiempo el mundo sería un lugar mucho mejor, un lugar muy parecido a la utopía. Para nosotros el viaje se termina pero nuestra búsqueda sigue. ¡Waslala ya no puede estar muy lejos!

Y sumidos en estas reflexiones, hemos llegado al aeropuerto. Recogemos nuestras castigadas mochilas de la cinta transportadora y nos dirigimos hacia la salida.

Ya estamos en casa. Abrazos, lágrimas y muchas emoción nos esperan al otro lado de la puerta.

Hemos cumplido un sueño.