Una casa con vistas al mar en Isla Grande

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Isla Grande, del 5 al 7-11-2012

Estamos en Isla Grande, en Panamá, en la terraza de una casa de madera con unas preciosas vistas del mar Caribe, viendo como las olas rompen contra las rocas de la costa, levantando metros de espuma. No, no estamos en un lujoso hotel; de hecho no estamos pagando nada por estar aquí.

Todo comenzó hace un par de días, cuando vinimos a esta isla con la intención de pasar sólo unas horas.

Llegamos en bus hasta el muelle de La Guaira, donde una lancha nos cobra unos desproporcionados 2,5 $ por persona para cruzar a la Isla Grande, que está a un par de minutos de distancia. Cuando llegamos nos quedamos bastante decepcionados. La playa en la que nos deja la lancha está abarrotada de gente y, lo que es peor, de basura. No nos referimos a alguna bolsa por ahí tirada. Es que en la misma playa, entre dos palmeras, hay un enorme montón de bolsas de basura pestilentes. Y  justo al lado, unos niños jugando y una chica tomando en sol. El resto de la playa no está mucho mejor. Hay latas de cerveza por todas partes. Unos jóvenes beben dentro del mar y al acabarse la cerveza tiran la lata al agua, en el mismo sitio en el que están. En resumen: un panorama desolador. Empezamos a caminar por la orilla hacia donde parece que continúa la zona de baño, pero no podemos llegar mucho más allá: el siguiente tramo de playa es privado, pertenece a un hotel y hay que pagar 3 $ para entrar. Así que damos la vuelta y caminamos hacia el lado opuesto. Así llegamos al pequeño pueblo plagado de restaurantes y hoteles, tanto unos como los otros bastante caros.

Bueno, no pasa nada, vamos a aprovechar para vender un poco, aunque solo sea para compensar la lancha de ida y vuelta a la isla. Buscamos un sitio a la sombra y me acomodo para vender y hacer alguna pulsera más. Pronto se acerca mi primer cliente, al que parece que le ha gustado una de las pulseras:

- ¿No tienes tobilleras?

- No... ¡pero enseguida te hago una! ¿Qué colores te gustan? - ¡no podía perder esta oportunidad!

El chico elige los colores y quedo con él en que pase dentro de una media hora. Mientras estoy trabajando se acerca a hablar conmigo un joven colombiano que va vendiendo pendientes. Es un tipo muy curioso, con muchos piercing, tatuales y un sombrero como de duende hecho por él mismo con una hoja de palma. Mientras charlamos, se acerca otro chico. Lo había visto antes en otro puestecito en el camino. También es colombiano y muy simpático:

- ¡Cómo me gustan estos aretes! - dice señalando un par de pendientes que traje de Solentiname – Le voy a decir a Juliana, mi mujer, que venga a verlos.

Efectivamente, unos minutos después viene Juliana y empezamos a charlar.

- ¿Y dónde os estáis quedando? –me pregunta ella.

- Pues hoy no lo sabemos. Hemos dejado nuestras mochilas en casa de unos amigos pero hoy no podemos dormir allí, así que buscaremos un hotelito en Puerto Lindo –contesto yo mientras sigo trabjando en la tobillera.

- Mi marido y yo vivimos en una casa que está allá, un poco más arriba y alquilamos unas tiendas de campaña que tenemos puestas en la terraza. Pero voy a hablar con Juan, igual se pueden quedar allí.

Cuando Javi, que se había ido a dar una vuelta, vuelve del paseo, le cuento las novedades. Poco después vuelve Juan y nos invita a quedarnos en una de las tiendas de campaña sin pagarles nada. ¡Qué buena onda! (o qué buen rollo, que diríamos nosotros) Son una pareja muy simpática y como no tenemos dónde ir, hablamos entre nosotros y acordamos que puede ser una buena idea.  No tenemos nuestras cosas aquí, pero ¿qué hace falta para dormir? ¡Nada! Mañana ya veremos qué hacemos. Y, si nos quedaba alguna duda, cuando llegamos a su casa desaparece por completo. La casa es sencilla y dormiremos en una tienda de campaña, pero las vistas son increíbles y la compañía muy agradable.

- Decidido: ¡nos quedamos!

Al día siguiente Juliana y Juan nos dicen que nos podemos quedar más días con ellos. Hablamos por teléfono con el servicio técnico donde nos están arreglando la cámara y nos dicen que aún tardarán una semana más, así que vamos a ir a por nuestras mochilas y ¡aquí nos quedamos!

No deja de sorprendernos la gente tan generosa que encontramos por el camino. Gente de mente abierta y corazón aún más abierto. En ocasiones como esta, se produce una conexión instantánea, casi mágica, una confianza y una familiaridad que en España habitualmente sólo tenemos con los viejos amigos. Creemos que es porque, aunque no nos conozcamos, nos reconocemos. Los viajeros y la gente que hemos dejado la comodidad de nuestros hogares para vivir algo diferente, tenemos algo en común.

Cuando llegamos a Puerto Lindo a recoger nuestras cosas, encontramos en el hotel a Sabastien, Gen y Briggitte.

- ¿Y tu familia? - le pregunto extrañada a Gen, ya que se supone que venían a visitarla esta semana.

- Están en Puerto Lindo. –contesta Gen algo triste.

- Ah... Anoche hablamos por teléfono con Sébastien y nos dijo que aún no habíais llegado -añade Javi un poco extrañado por la cara de Gen.

- Sí, es que teníamos que organizarnos, y éramos muchos: mis padres, mi hermano, mi cuñada, mis sobrinos... Luego había que ir a comprar comida, recoger los coches de alquiler... - nos cuenta cabizbaja.

- Pero... ¿va todo bien? –le pregunto para salir de dudas.

- Bueno, es que ellos están acostumbrados a otra cosa, al “todo incluido”. Les gusta que se lo den todo hecho y organizado, y como aquí no es así... –nos explica Gen.

Nos da mucha pena. Ella estaba muy ilusionada por recibir aquí a su familia y parece que ellos dan más importancia a su comodidad que a compartir unos días con ella tras varios meses de separación. Pienso en cuando mis padres vinieron a vernos a Nepal y me siento muy afortunada. Nos despedimos por segunda vez de ellos, dándole un gran abrazo a Gen y deseándole que se solucione todo.

Un par de horas después estamos de vuelta en Isla Grande, ahora ya con nuestras mochilas y todas nuestras cosas.