Viendo Chiang Mai

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Chiang Mai, 18-3-2012

A pesar de que ya habíamos estado un tiempo en Tailandia, no habíamos visto templos tan bonitos como los de Chiang Mai. Nos impresionaron sus colores, sus budas, los jardines que los rodean... A la entrada, todos tienen un recipiente con arena donde los fieles ponen incienso. Como en los templos hindúes, hay que quitarse los zapatos para entrar y, al igual que en las mezquitas y en muchas iglesias católicas (sobre todo en Italia) vestir con decoro

En uno de esos templos pudimos apreciar unos bonitos murales representando la vida de Buda. Recorriendo el templo de izquierda a derecha puedes reconstruir su historia.

Siddharta (este era su nombre original) nació en Lumbini, al sur del actual Nepal, en una familia noble y adinerada en la que disfrutaba de todos los lujos y placeres. Desde pequeño, su padre intentó mantenerlo apartado de cualquier tipo de sufrimiento, impidiendo incluso que saliera de palacio para que no viera la dura realidad. En las pocas ocasiones en las que Siddharta salía de su pequeño mundo, su padre hacía que sus súbditos mantuvieran fuera de las calles a los mendigos, ancianos y enfermos, así como todo lo que pudiera resultar desagradable, para que su hijo no lo viera y no tomara consciencia de ello.

Pero un día Siddharta salió de palacio y vio a tres personas que representaban los tres grandes sufrimientos del hombre: la enfermedad, la vejez y la muerte. Estas visiones afectaron profundamente a Siddharta. Empezó a pensar acerca del sufrimiento, dándose cuenta que todos los seres humanos antes o después pasaremos por estos males y comenzó a angustiarse por ello. El falso mundo lleno de felicidad y ausente de dolor que sus padres habían construido para él se vino abajo.

Antes de cumplir los 30 años de edad, Siddharta renunció a su familia y a sus bienes materiales y empezó a recorrer la india meditando, buscando el origen del sufrimiento y la forma de superarlo. En su camino, siguió a varios maestros de yoga que le ayudaron a encontrar el camino hacia la “iluminación”, hacia la liberación de todo sufrimiento. Seis años después de iniciar este camino, tras pasar por varios maestros y etapas, Siddharta alcanzó este punto.

Llegó a la conclusión de que la vida humana está ligada al sufrimiento y que la única manera de superarlo es a través del conocimiento y de prescindir de todas las pasiones y deseos, puesto que el no conseguir lo que deseamos es lo que nos provoca ese sufrimiento. Al alcanzar la iluminación y conseguir librarse de todo deseo, Siddharta alcanzó la liberación y la felicidad absoluta. Más tarde empezó a predicar sus enseñanzas y con el tiempo se le dio el nombre de Buda.

Además de los templos, Chiang Mai tiene otro atractivo interesante: el Sunday Market (mercado del domingo). A partir de las 4 de la tarde y hasta la medianoche, en una gran avenida y sus alrededores se instalan cientos de puestos de todo tipo. Comida, fruta, artesanía, ropa...

La mayoría de los objetos que se encuentran allí son bastante originales, no como en España, donde parece que siempre tienen lo mismo en todos los puestos. Puedes ver desde lámparas de papel a sombreros hechos con hojas, pasando por instrumentos musicales tradicionales y todo tipo de comidas, algunas de ellas con formas de lo más curiosas. En otras ocasiones lo curioso no era la forma, sino la comida en sí: una gran variedad de insectos fritos, aunque la verdad, no vemos a nadie comiéndolos.
Con tanta oferta gastronómica, a Javi se le olvida que está malo del estómago (primera y fugaz molestia hasta el momento, ¡toquemos madera!) y los dos probamos varias cosas sin saber muy bien qué son.

Los puestos ocupan toda la avenida y sus calles transversales, incluso dentro del recinto de los templos hay puestos de artesanía y de tiro al blanco. La escena nos recuerda al pasaje de la Biblia en el que Jesucristo expulsa a los mercaderes del interior de un templo. ¡A Buda parece no molestarle!

En mitad de la calle, sentados en el suelo entre la multitud que recorre el mercado, escuchamos a alguien cantando. Es un chico con un altavoz, un micrófono y pocas dotes musicales que intenta sacar algo de dinero. Más adelante, una pareja de ancianos ataviados con trajes tradicionales: él toca un instrumento mientras ella, muy sonriente, baila suavemente, con pequeños pasitos y moviendo las manos al ritmo de la música. En la siguiente esquina hay otra cantante, esta vez más profesional. Tiene un gran corro de gente a su alrededor y firma discos sin dejar de cantar. También hay un grupo de chavales de 14 o 15 años; uno de ellos toca la guitarra y los demás cantan alegremente.

Continuamos pasando junto a diferentes cantantes y músicos. Uno de ellos es ciego y va acompañado por otra persona que lo va guiando, a modo de lazarillo. A partir de ese momento nos damos cuenta de que gran parte de las personas que hemos visto sentadas en el suelo, micrófono en mano, también son invidentes, incluso hay un grupo de 5 o 6 hombres ciegos actuando juntos. Estan sentados en fila, con las piernas cruzadas. Uno de ellos canta y el resto toca diferentes instrumentos. A su alrededor, un gran número de personas los escucha y los mira con curiosidad. Ellos no pueden ver, pero concentran sobre ellos más miradas que cualquier otro punto del mercado.

Se nos pasan unas tres horas recorriendo gran parte del mercado casi sin darnos cuenta, simplemente observando y curioseando aquí y allá hasta que, ya un poco cansados, volvemos al hotel. Mañana nos esperan algunas horas de bus para llegar a Sukothai.