Agitado viaje a Rishikesh

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Rishikesh, 17-11-2011

Son las 8 de la tarde, ya ha anochecido y acompañamos a Mehar hacia el lugar donde nos recogerá el cómodo autobús que nos ha de llevar a Rishikesh. Allí, Mehar nos ha reservado un hotel para poder descansar un poco más antes de salir a recorrer esta ciudad sagrada a orillas del Ganges.

Sin embargo, no todo va a ser como esperábamos.

Lo primero que descubrimos es que el billete de autobús por el que habíamos pagado 500 rupias, en realidad cuesta 300. Y lo segundo, que “Deluxe 2x2” no significa gran cosa aquí: autobús resulta ser un vehículo bastante viejo, con asientos reclinables que se reclinan aunque tú no quieras y que dejan sin espacio a quien tengas detrás.

Viajamos con un chico suizo muy simpático llamado Olivier, un italiano llamado Andrea (¡de Brescia, como nuestra amiga Laura!), otro italiano y un israelí, además de un montón de indios, claro. Estamos un rato charlando hasta que, poco a poco, cogemos el sueño.

Alrededor de las 4 de la mañana nos despierta el ayudante del conductor gritando: “¡Rishikesh! ¡Haridwar!”, indicando que nos bajemos del autobús. Aún estamos medio dormidos e intentando averiguar qué pasa cuando Andrea ya está discutiendo a gritos con el del autobús e insultándolo en italiano, inglés, español e hindi (luego nos cuenta que el otro lo había insultado previamente en hindi pensando que no lo iba a entender, pero resulta que este políglota italiano lo entiende todo). El abarrotado autobús mira a los 5 extranjeros desconcertados y al italiano cabreado. Todos están muy tranquilos menos nosotros y los empleados del bus.

Andrea nos explica que el autobús no llega a Rishikesh, que el conductor dice que nos deja en Haridwar, a varios kilómetros de nuestro destino. Parece ser que el motivo es que tiene que desviarse sólo para dejarnos a nosotros y no le apetece hacerlo. El del autobús insiste en que nos bajemos, así que el grupo de guiris bajamos, preocupados porque parece que están sacando nuestras mochilas del maletero. Mientras, Andrea sigue discutiendo con él ¡en hindi!

Luego no sabemos qué pasa, pero nos subimos otra vez y el autobús sigue su camino. ¿Hacia Rishikesh? ¡No! Hacia un pueblo llamado Dehra Dun, que está en otra dirección. Pero eso no lo descubrimos hasta que Andrea se da cuenta y nos dice: “¡Bajemos todos aquí, que es mejor, antes de que nos lleve más lejos!” Nos dejan en mitad de la carretera en plena madrugada. Afortunadamente, encontramos un tuk-tuk y, casi una hora después, habiendo pasado bastante frío, habiendo respirado más contaminación que en toda nuestra vida, con mucho sueño y con unas cien rupias menos en el bolsillo, llegamos a nuestro destino.

Por fin estamos en Lakshman Jhula, a las afueras de Rishikesh y está empezando a amanecer. Así vemos por primera vez el Ganges, mientras se intuyen los primeros rayos de sol tras las altas montañas que rodean la zona y que se dibujan como paredes verticales en la penumbra.

Olivier nos invita a un “chai”, el típico té con leche que toman aquí, que nos calienta el cuerpo lo suficiente como para encontrar el hostal. Despertamos a los empleados, que están durmiendo en el suelo de la recepción, nos enteramos de que también hemos pagado 100 rupias de más por la habitación y nos vamos a dormir hasta mediodía.