Ceremonia en Triveni Ghat

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Rishikesh, 19-11-2011

Por la tarde nos desplazamos a Triveni Ghat, en la zona más concurrida de Rishikesh, lejos de la turística Lakshman Jhula. Allí vamos a ver el “aarti”, la ceremonia que hacen los peregrinos hindúes durante la puesta de sol a la orilla del río.

Durante esta ceremonia, decenas de personas se acercan ofrecer a los dioses flores, incienso y fuego colocados en un cuenco hecho con hojas. Tras trazar unos círculos en el aire, los peregrinos depositan los cuencos en el río para que se los lleve la corriente. Después beben tres sorbos de agua del río para purificarse, según le explica una chica a Javi. Echan un poco sobre su cabeza y para finalizar, con las manos juntas en el pecho e inclinándose hacia adelante, muestran su respeto hacia el río sagrado, el Ganges.

Tras observar el proceso, nosotros también realizamos el ritual. Aunque no tengamos las mismas creencias, hay algo místico en todo esto que te invita a formar parte de ello.

Cuando el sol ya se ha puesto y la noche empieza a envolvernos, empieza la segunda parte del ritual, que es el “aarti” propiamente dicho. En una zona delimitada, alrededor de la cual nos concentramos, unos hombres empiezan a tocar unas campanas al tiempo que cantan mantras. Las oraciones empiezan a llenar el aire de la noche.

Una anciana se acerca y me señala los pies moviendo de un lado a otro la cabeza y con el ceño fruncido. Entonces me doy cuenta de que llevo puestas las zapatillas. Me las quito inmediatamente mientras le pido disculpas con las manos en juntas en el pecho e inclinando la cabeza. La mujer me responde con el mismo gesto, me sonríe complacida y repite la operación con otra persona, un indio que no le hace caso y que provoca que la mujer se vaya disgustada. Todo esto ocurre en silencio, porque aquí la gente normalmente no se grita, a veces ni se hablan, aunque estén enfadados: los gestos y miradas lo dicen todo.

Mientras tanto, otros hombres han encendido una especie de candelabros y se acercan a la orilla donde empiezan a realizar movimientos circulares con ellos al compás de la música. El movimiento hipnótico del fuego unido a los cánticos y a la solemnidad del momento nos resulta sobrecogedor.

Unos instantes después vemos que un hombre está cogiendo agua del río en un recipiente y echándola sobre las manos de las personas que sostienen los candelabros. ¿Por qué? Deducimos que, al ser metálicos, se calientan con el fuego y la función de ese hombre es evitar que quienes los sostienen se quemen las manos.

Para finalizar la ceremonia, algunas personas reparten entre todos los que estamos allí unos caramelitos “bendecidos” a cambio de un pequeño donativo. También nos dan unas flores; al principio no sabemos qué hacer con ellas, pero enseguida vemos que la gente se acerca al lugar donde se ha realizado el ritual y, desde allí, lanzan las flores al río. Una vez más, la observación nos dice qué tenemos que hacer.

Lo mejor de todo esto es que no es como en otros lugares, que componen la escena para los turistas. Es una ceremonia muy real e importante para ellos en la que puedes participar desde el respeto.

Pero este mágico atardecer tiene una parte triste: las niñas que hay por allí pidiendo dinero. Una de ellas, con un vestido amarillo y el pelo recogido en una coleta, va de aquí para allá intentando que las ofrendas depositadas en el río no quedaran encalladas; una de ellas es la mía. La otra niña, con un vestido roto y descolorido, se acerca a curiosear la trenza de colores que llevo en el pelo. Se la ve tan sumamente pobre... No podemos darle dinero porque sabemos que sería potenciar la mendicidad infantil, aparte de que no sabemos a quién iría a parar ese dinero, pero tampoco llevamos nada de comer, así que lo único que se me ocurre es darle una de las pulseritas que llevo puesta.

Parece que todo en India tiene una cara bonita y otra triste.