El hotel con más arte del mundo

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Panamá, 30-10-2012

En los días que llevamos en Panamá hemos compartido muchos ratos con los otros huéspedes del hotel. Aquí se hospeda la mayor concentración que hemos visto nunca de artesanos y artistas callejeros: malabaristas, músicos, actores... Casi todos son de origen latinoamericano y van viajando al tiempo que se ganan la vida. Son gente abierta y simpática. Enseguida entablamos amistad con algunos de ellos.

Es el caso de Juan y Graciela, una pareja de argentinos que hacen collares de piedras e hilo tejido. Hacen unos trabajos preciosos, muy elaborados y complicados. O de Alejandro e Itzel, mejicanos, artesana ella y músico él, que van de regreso hacia su país después de un largo tiempo viajando por Sudamérica. Tanto Graciela como Itzel se muestran muy dispuestas a ayudarme con mi nueva vocación artesana: me enseñan algunos trucos, me dan consejos y me animan a que vaya con ellas a vender. Se sitúan en un área de paso de turistas, cerca de la bahía. Salen de casa por la mañana temprano, exponen su mercancía y se sientan bajo el sol a vender mientras siguen haciendo collares y pulseras. Y allí se quedan hasta que se hace de noche.

Hasta ahora no me había dado cuenta realmente de lo que significa vivir de la artesanía. No es hacer cosas bonitas y sentarse un rato a probar suerte; es un trabajo, y lleva muchas horas de dedicación, horas bajo el sol o pasando frío, días en los que no se vende nada, y si no se vende no hay para pagar el hotel y al día siguiente hay que trabajar más. Producir las artesanías tampoco es sencillo. Nuestros amigos hacen cosas realmente complicadas, algunas de las cuales les llevan varios días de trabajo. Zoraida, otra de las artesanas, tiene problemas en las muñecas de tanto trabajar con alambres para hacer pendientes.

Hay quien vende artesanía para viajar, y hay quien viaja para vender artesanía. En cualquier caso, es un trabajo y una vida diferente. Cuando estábamos viajando por Asia conocimos a algunos artesanos, pero entonces ni entendíamos lo que suponía ni se nos pasó por la cabeza el hacer algo así. Es lo que tienen los viajes: conoces gente diferente, otras formas de vida, y eso muchas veces te hace cambiar tu manera de pensar y de actuar.

Nuestro caso es diferente, es una ayudita para que no bajen tanto nuestros ahorros. Pero Juan, Itzel, Zoraida... viven de eso, de vender lo que producen con sus propias manos o de lo que les dan en los semáforos a cambio de un buen espectáculo de malabares, como Amado y Belén, una argentina y un mejicano muy jóvenes y entrañables. También está Luis, un actor argentino que hace espectáculos de títeres para niños y adultos, una pareja que viaja con una niña de un año y medio, y otra pareja de escoceses que han adoptado un gatito negro que andaba solo por los alrededores del hotel. Todo esto hace que en el hostal se respire un ambiente tranquilo y amigable, muy agradable y bohemio. Todas las noches hay gente en el pequeño patio trasero del hotel comentando cómo les ha ido el día, intercambiando experiencias sobre sus viajes, nuevos malabares o consejos de artesanía.

Por supuesto, la relación no es igual con todos ellos. Para mí Itzel es especialmente agradable. Los días que he ido a vender con ella y con Graciela hemos hablado muchísimo, nos hemos contado momentos importantes de nuestras vidas y he descubierto en ella a una persona muy noble, dulce y con un gran corazón. 

También hemos pasado momentos divertidos. Me contó una anécdota que le pasó hace un tiempo:

- Estaba vendiendo en la calle y se acercó una señora italiana. Yo realmente no hablo italiano, pero intentaba hacerme entender. Comprendí que la señora me preguntaba cómo hacía los collares, y quería decirle que son todo nudos. Y como parece que el italiano es como el español pero acabado en “i”, le dije: “¡Tutti nudi! ¡Tutti nudi!” La señora me miró con una cara rara y me preguntó: “¿Tutti nudi?” Y yo volvía a repetir muy convencida “¡Sí, claro, tutti nudi!” Luego un amigo me dijo que nudo no es “nudi”, sino “nodi”, y lo que le estaba diciendo a la señora era que lo hacíamos ¡todos desnudos!

¡Estuve un buen rato riéndome! No podría evitar imaginar a la señora italiana pensando: “¡Cómo son estos hippies! ¡Trabajan todos desnudos!” Hemos pasado muy buenos ratos juntas. Es de esas personas que me gustaría seguir teniendo en mi vida, aunque sea en la distancia.

Ese mismo día tuve mi segundo ingreso, aunque realmente no fue una venta. Sobre la tela en la que expongo la mercancía hemos puesto un cartel con el nombre de nuestro proyecto, el logo y una breve explicación. Un chico colombiano y su madre se acercaron a preguntarme acerca de ello. Tras explicárselo, el chico abre su cartera y me dice:

- Mira, no te voy a comprar nada, pero te quiero ayudar. Toma. - me dice al tiempo que pone en mi mano 3 dólares.

Yo me quedo sin saber qué decir, así que simplemente le doy las gracias a él y a su madre, que me desea que tengamos suerte. Si todos los colombianos son así de simpáticos, ¡vámonos a Colombia!

La última noche que estamos en el hotel también es la última de Juan y Graciela y de Alejandro e Itzel, así que hacemos una cena todos juntos para despedirnos. Hay ceviche, arepas colombianas y por supuesto... ¡tortilla española!

Mañana nos vamos a Puerto Lindo, en la costa del Caribe. No porque tengamos un interés especial sino porque unos “couchsurfers” nos acogen durante unos días allí. Si tenemos que esperar al menos una semana hasta que nos reparen la cámara, ¡mejor hacerlo sin pagar alojamiento!