En las Cataratas de Iguazú

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Iguazú, 12 y 13-7-2013

La mañana en que salimos hacia las cataratas de Iguazú estoy nerviosa, como una niña pequeña que se va de excursión. Me muero de ganas de ver en persona ese lugar. He visto muchas fotografías y algún que otro vídeo, pero sé que nada podrá compararse con estar ahí.

El bus nos deja a la entrada del parque, pero a diferencia de lo que ocurre en el Glaciar Perito Moreno aún tenemos que recorrer unos cientos de metros para encontrarnos cara a cara con esta maravilla. Estos metros pueden recorrerse en tren o a pie; escogemos la segunda opción. Recorremos un camino entre la selva, acompañados por decenas de coatíes y de carteles que advierten de que pueden ser agresivos. ¡Después de mi experiencia con el mono no pienso acercarme a ellos! Nos extraña el silencio del lugar. Se oyen algunos animales, pero no el agua de las cataratas. El camino se me hace largo, hasta que por fin llegamos al primer lugar desde donde se escuchan y se ven las cataratas.

No sé cómo describir la sensación a ver tanta cantidad de agua fluyendo ante nuestros ojos, cómo expresar la fuerza que se percibe. Además, las lluvias torrenciales de las últimas semanas han hecho que las cataratas se muestren desbordantes, en todo su esplendor. Para poner el toque final a la escena, un arco-iris se dibuja sobre el agua.

No sabemos en qué punto nos encontramos exactamente, pero sabemos que lo que tenemos ante nuestros ojos es sólo una parte de los 275 saltos de agua que componen esta maravilla.

Seguimos caminando y pasamos por las pasarelas que hay situadas sobre algunos saltos. Vemos caer el agua desde la parte más alta... da un poco de miedo.

Desde otro punto vemos la Isla de San Martín, situada entre en lado argentino y el brasileño y que nos impide ver toda la panorámica en conjunto.

Más adelante está la llamada Garganta del Diablo, que concentra una gran cantidad de saltos y cuya forma de U provoca una sonoridad espectacular del agua al caer. Por desgracia, como ya sabíamos, las pasarelas de la vertiente argentina que circulan por esta zona están cerradas al público debido a que la reciente crecida las ha arrasado.
Las horas se nos pasan volando y nos quedamos con ganas de más. Por suerte al día siguiente podemos volver a disfrutarlas, esta vez desde el lado brasileño.

Cada país defiende que “su” lado es el mejor; nosotros pensamos que tanto desde un lado como desde el otro es espectacular. Aunque yo, personalmente, si tengo que quedarme con un lugar concreto son las pasarelas brasileñas (de las argentinas no puedo opinar) que se adentran en la Garganta del Diablo.

Caminar por esas pasarelas hasta encontrarte en el centro de las cataratas, viendo, oyendo y sintiendo el agua caer por todas partes, me produjo (y me sigue produciendo al recordarlo) una emoción indescriptible. Toda la fuerza de la naturaleza, toda su vida y su belleza derramándose a nuestro alrededor. Estar allí con Javi, en la recta final de nuestro viaje, incrementa la intensidad de los sentimientos.

De este momento hay pocas fotos y no demasiado buenas; el agua que nos rodeaba no nos permitía apenas ver con claridad, pero ese momento no se me va a olvidar en la vida. Sólo tengo que cerrar los párpados. Y los ojos se me empañan, y esta vez no es por el agua.

Por segunda vez nos despedimos de Iguazú, pero esta vez es más duro porque mañana no vamos a volver. Salimos de parque sin dejar de mirar atrás, viendo en cada curva las cataratas un poco más lejos, hasta que dejan de sentirse, de oírse, de verse... quedando, eso sí, el recuerdo, las sensaciones y la emoción de haber estado en las Cataratas de Iguazú.