Evacuados en un helicóptero del ejército colombiano

Información
This post is categorized under...
Sections: 
Countries: 
Authors: 

Popayán, 5 y 6-3-2013

NOTA: Ver vídeo al final del post

Finalmente hemos asumido que no vamos a salir de aquí por tierra. Los bloqueos provocados por el paro cafetero tienen a la ciudad de Popayán  literalmente sitiada y la situación no parece que se vaya a resolver en breve.

Los hospitales no tienen suministros médicos como oxígeno y la situación se empieza a complicar. La comida también escasea y, aunque por el momento se puede comer en la calle sin problemas, en las tiendas ya no se encuentran patatas, huevos, leche, etc. La gasolina comienza a ser un grave problema: las estaciones de servicio están cerradas y cada vez se ven más bicis y menos coches por las calles.

Debido a todos estos problemas, parece que empieza a caldearse el ambiente. El lunes hubo dos manifestaciones en el Parque de Caldas, plaza principal de la ciudad. Una a favor del paro cafetero y otra en contra. Para ser correctos la segunda también era a favor del paro pero en contra del bloqueo de carreteras. Las dos manifestaciones sen encontraron y hubo enfrentamientos verbales mientras se gritaban consignas en uno y otro sentido. La policía antidisturbios están presentes en un número impresionante desde hace días e intervinieron para hacer de barrera entre ambos grupos.

Hoy martes la situación es aún peor y hemos decidido no esperar más: tendremos que comprar un billete de avión a Bogotá y pagar lo que nos pidan. Justo antes de salir de casa para comprar el billete nos llama Blanca Inés, nuestra amiga de Pereira, y nos dice que ha oído que hay una brigada que está sacando a los extranjeros bloqueados por el paro. Habrá que intentarlo, pero antes reservo un billete para esa misma tarde con la esperanza de no tener que usarlo.

Al salir de la oficina de la compañía aérea, nos dirigimos a la plaza, que está repleta de policía. Otros días hemos preguntado a policías jóvenes y no sabían nada sobre la situación, así que esta vez buscamos a alguno que tenga más autoridad.

- Buenos días. Mire, es que llevamos aquí atrapados desde hace 12 días y nos han dicho que hay una brigada que nos puede sacar de aquí... somos españoles– le expongo al policía.

- ¡Ah! Pues no sé... ¿quizás en la oficina de inmigración? Espere un momento que lo compruebo...– me responde el policía.

Tras varias conversaciones por radio se vuelve hacia nosotros y nos dice:

- Tienen que ir al aeropuerto y preguntar allí... ¡espere un momento que ya vienen! ¿Me sujeta la gorra por favor?– me dice muy tranquilo mientras se oyen los gritos de los manifestantes que apoyan el paro y que se acercan por una calle cercana.

- Sí, claro– digo yo cogiendo la gorra y mirando a Mayte mientras él se pone el casco con visera propio del uniforme antidisturbios.

- Bueno, pues vayan allá, a ver si les pueden ayudar– concluye mientras se gira hacia sus hombres para prepararlos.

Nosotros salimos hacia el aeropuerto, que está a unos 20 minutos a pie. Al llegar vemos a mucha gente agolpada en la verja exterior. Sólo se permite la entrada con billete y después de ser llamado por la policía, que sale periódicamente con la lista de pasajeros del próximo vuelo. Hay mucha gente sin billete que espera su turno para subir en unas avionetas que salen hacia Cali cada poco tiempo. No se admiten reservas y hay que hacer la cola allí mismo. Las compañías aéreas están haciendo su agosto y no muestran demasiada solidaridad.

Nos asomamos a la verja y le contamos nuestro caso a un guardia de seguridad. Él pregunta a sus compañeros y, tras un rato, nos dicen que saldrán los de la oficina de inmigración para hablar con nosotros. Mayte y yo acordamos que ella se vaya a casa a preparar las mochilas por si nos dicen que nos pueden sacar ya de allí. Yo continúo esperando durante media hora hasta que me dicen que no, que los funcionarios han tenido que salir y que tengo que ir a una oficina que hay cerca del centro.

Vuelvo de nuevo al centro y, en la dirección indicada me dicen que vaya a gobernación, en la plaza. Voy allí y me mandan a hablar con una tal Ivonne en la Casa Rosada de salud, a 15 minutos de donde estoy. Y allá voy de nuevo. Al llegar me mandan a la secretaría de salud, unas manzanas más abajo. Llegó allí sudando y me dicen que tampoco, que Ivonne solo se ocupa de la evacuación de los enfermos graves y que está en el batallón... Al ver mi cara de cansancio se apiadan de mí y me hacen pasar para que alguien llame a Ivonne. ¡Y ahora parece que sí! Me dan su teléfono y me dicen que vaya al “batallón” que es el cuartel del ejército que hay cerca del aeropuerto.

Regreso corriendo a casa y, ya con Mayte y con nuestras mochilas, salimos hacia el aeropuerto con la esperanza de que nos puedan sacar de allí y además, ¡parece que será gratis! Como vamos cargados y, para acabar de arreglar la situación, yo llevo unos días enfermo por un virus estomacal, decidimos coger un taxi.

Cuando llegamos al batallón nos detiene un control del ejército. Allí llamamos al número que nos dieron e Ivonne nos da el nombre del coronel encargado de la evacuación para que nos lleven a hablar con él.

Entramos en el cuerpo de guardia, donde nos dicen que tenemos que esperar a que haya un soldado disponible para llevarnos ante el coronel. Durante la espera hablamos con una mujer mayor que ha venido a visitar a su hijo al cuartel:

- Vengo de muy lejos... He tardado 3 horas caminando porque no tenía plata para el bus.

Esa es la vida de los campesinos de esta zona, una de las más pobres de Colombia y con mayor número de desplazados por el conflicto armado que sigue muy activo por aquí, donde la presencia de la guerrilla es bastante notable.

También charlamos con un grupo de soldados que duerme en un barracón cercano y  que reparten y  comen su rancho justo a nuestro lado. Incluso nos invitan a comer con ellos, ofrecimiento que aceptamos encantados ya que no llevamos comida y no nos atrevemos a movernos de allí por si nos llaman. Un cabo nos ayuda llamando a un superior y, al cabo de un rato, nos viene a buscar un teniente:

- ¡Corran, vengan conmigo! ¡Hay un helicóptero a punto de salir!

En 30 segundos estamos corriendo con él hacia un coche donde nos esperan 2 colombianos y un chileno que vendrán con nosotros. Llegamos a un prado en el que hay varios helicópteros, uno de ellos, un M.I. enorme, está ya en marcha y cuando bajamos del coche nos gritan que corramos hacia él. Nosotros corremos cuanto podemos, cargando nuestras mochilas e inclinándonos contra el viento que levantan las aspas del helicóptero. Cuando ya estamos cerca nos dicen que paremos y de pronto el aparato se eleva ante nuestros ojos dejándonos en tierra.

La escena es de película. Nosotros miramos cómo se va el helicóptero y preguntamos a gritos al teniente lo que ha pasado. Él nos responde también a gritos, para hacerse oír por encima del ruido, que estaba lleno y que tendremos que esperar a que vuelva de Cali con más carga. Nos dirigen hacia  la cafetería del cuartel, donde nos tocará esperar otra vez.

Allí pasamos algunas horas más, durante las cuales conversamos con nuestros compañeros de evacuación, conocemos al coronel encargado del operativo y a otros militares. En un momento dado Mayte señala hacia la televisión que han en la cafetería y exclama:

- ¡Mirad! ¡Chávez ha muerto!

La noticia no por esperada es menos impactante. Es uno de esos momentos históricos y lo estamos viviendo en un lugar y una situación inverosímiles.  Pasamos el rato viendo la reacción de Venezuela y del resto del mundo ante la muerte de este polémico presidente, admirado por algunos y vilipendiado por otros, pero que, no se puede negar, cambió la historia de su país y la de toda latinoamérica.

Al cabo de un tiempo se nos acerca de nuevo el teniente y nos comunica que el helicóptero está a punto de regresar, pero como ya es tarde no volará de vuelta a Cali hasta mañana por la mañana. Nos pide al chileno y a nosotros dos (los 3 extranjeros) que nos quedemos mientras emplaza a los demás para la mañana siguiente, bien temprano.

Por lo visto el general al mando de la zona quiere que nos entrevisten para una emisora de radio y para la televisión del ejército, que luego pasa las imágenes a las cadenas nacionales. Quieren que se vea la labor humanitaria que están llevando a cabo, lo cual nos parece totalmente razonable. Lo cierto es que nos están tratando muy bien y son los únicos que nos están ayudando: ni el gobierno colombiano ha movido un dedo, ni la embajada española se ha dignado siquiera a publicar una nota informativa o a dar instrucciones a sus nacionales.
Durante la entrevista hablamos de nuestra situación, de nuestro proyecto, de lo mucho que nos está ayudando el ejercito y les agradecemos su labor. Es una entrevista bastante institucional centrada en dar buena imagen a las fuerzas armadas colombianas, pero nosotros no tenemos nada malo que decir sobre ellos en lo que respecta a esta situación, todo lo contrario.

Una vez acabamos, nos dicen que podemos quedarnos a dormir allí y tras pensarlo un poco decidimos que es lo mejor. Carlos, nuestro anfitrión de los últimos días, tiene la casa ocupada y nosotros tenemos que estar aquí temprano, así que nos quedamos.

Encargan a un sargento que se ocupe de nosotros y este nos invita a cenar y nos lleva a una habitación, donde seguimos viendo las noticias que vienen del país vecino, Venezuela. A la mañana siguiente nos avisan, mucho antes de la hora prevista, y otra vez comienzan las carreras para llegar a la pista de despegue. Parece que el helicóptero saldrá antes de tiempo.

Cuando llegamos allí, vemos que hay mucha gente esperando. Somos unas 25 personas y empezamos a temer quedarnos de nuevo en tierra. Nos aseguran que no, que nosotros somos los primeros porque estamos esperando desde ayer, lo cual nos tranquiliza. Rellenamos una hoja con nuestros datos, en la cual eximimos al ejercito de responsabilidad en caso de accidente o impacto (sic) sobre el aparato.

Una vez el helicóptero está en marcha nos indican por señas que subamos al mismo, las mujeres primero y luego los hombres por el mismo el orden de la lista que rellenamos. Hacemos lo que nos indican y una vez arriba paso al fondo para sentarme en el último asiento del banco, junto a Mayte.

Dejamos las mochilas en el centro mientras suben el resto de la carga por la puerta trasera. Al introducir uno de los bultos, un soldado empuja la puerta del helicóptero, que cae al interior de golpe. Un oficial de aviación sube enfadado y gritando al soldado que la abrió. Parece que hay algún problema con la puerta... Ante nuestra sorpresa, el oficial la coge y la tira a mi lado con violencia mientras yo miro a Mayte con cara de incomprensión y me encojo de hombros.

Al poco rato el helicóptero comienza a ascender y parece que nos vamos, con la puerta abierta casi frente a mí... “bueno, así tendremos mejores vistas” pienso resignado mientras busco algo de donde agarrame por si hace falta. ¡Al fin despegamos! El ruido es infernal y un fuerte viento agita la hierba y las plantas bajo nuestros pies. Poco a poco vamos ganando altura y vemos como los barracones de la base se van haciendo pequeños. A lo lejos vemos la sitiada ciudad de Popayán que va quedando cada vez más lejana.

- ¡Salimos de Popayán!– exclamo emocionado.

El viaje resulta tranquilo aunque el viento frío nos golpea la cara durante todo el camino y el ruido apenas nos deja escucharnos. Las vistas son espectaculares y al sobrevolar primero las montañas y luego los campos, no puedo evitar por enésima vez en estos días sentir que estamos dentro de una película.

En unos 30 minutos llegamos a Cali, desembarcamos y en unos poco después estamos, con los amigos chilenos y colombianos que conocimos ayer, camino a la terminal de buses de la ciudad. Allí nos despedimos de ellos y cogemos un bus destino a Bogotá, que 11 horas después, casi a media noche, nos deja en la capital de Colombia. Aquí nos dirigimos de nuevo a casa de nuestro amigo Luis y les contamos a él y a Álvaro la odisea que acabamos de vivir...

Ya en la cama, mientras repaso los acontecimientos de los últimos días, un escalofrío me recorre la espalda. Pienso en la cantidad de veces que he visto, en el cine o en documentales, escenas de evacuaciones en situaciones mucho más complicadas y peligrosas. No quiero imaginarme lo que tiene que ser verse en una situación como esta, pero en la que corre peligro tu vida o la de los tuyos si no consigues salir de allí.

A partir de ahora, comprenderemos mucho mejor lo que supone querer salir de un lugar y no poder hacerlo. Para nosotros ha sido una aventura más y la hemos vivido con la tranquilidad que da saber que no corremos peligro alguno, pero mucha gente, en otros lugares y momentos, vive estás situaciones como algo de vida o muerte.

Esperamos que la situación mejore pronto y que lo haga de manera pacífica...

Aquí tenéis el vídeo que ilustra esta aventura: